En defensa de la democracia

Estamos viviendo momentos de muchos vaivenes en Europa, origen de la democracia. España, el primer país que se constituyó como Estado-Nación, con su larga historia e influencia en Iberoamérica y otras partes del mundo, está atravesando uno de sus peores momentos –así hay que reconocerlo para poner las soluciones– no sólo por la crisis económica, que está siendo muy larga y profunda, con especial repercusión en el paro, sino principalmente por una profunda crisis de valores y principios, origen, asimismo, de la situación global.

Nuestra democracia y los principios que la sustentan se están viendo muy perjudicados por una actuación de los partidos nada gratificante –reconozcámoslo de nuevo–, al igual que a nivel institucional. La corrupción, a distintos niveles del Estado, se percibe por los españoles como un problema esencial. Las personas creemos que hemos depositado nuestro voto, es decir nuestra confianza, en unos partidos que a su vez constituyen gobiernos y cámaras, que representan la esencia del funcionamiento de la democracia; que no están respondiendo en muchos momentos al papel constitucional que se les exige.

Así, los españoles creemos que por la gravedad nuestras instituciones representantes y nuestra democracia tienen la necesidad de regenerarse obligatoria y urgentemente en profundidad. ¿Qué es democracia sino creer y practicar sus principios todos los días?

La democracia no es un «robot» en el que uno pone una ficha y ya es demócrata. Se construye día a día, se corrigen transparentemente sus defectos. La democracia exige la verdad y está sustentada en valores y principios inmutables, de firme convicción en que priman el interés general y el bien común, la libertad y el Estado de Derecho, y no el disfraz de los partidos en el que, arrogándose ser los depositarios de esa democracia, la transgreden en defensa de sus intereses.

Hemos concluido con la sentencia del Tribunal Supremo en defensa de Numancia una larga lucha de diez años contra todas las administraciones. En terrenos de mi familia, la Junta de Castilla y León y el Ayuntamiento de Soria, con la mirada hacia otro lado del Gobierno, querían expropiar 120 hectáreas para construir un polígono industrial enfrente de Numancia y junto a un campamento de Escipión el Africano. Hace más de dos mil años, en el año 153 a. C., Roma quiso culminar la dominación de Hispania y Lusitania. Veinte años de guerras numantinas hirieron el orgullo de Roma. Diez cónsules fueron vencidos por un pueblo que iba sucumbiendo ante Roma en defensa de su libertad, su honor, su dignidad y unos principios que traspasaban las exigencias del poder extranjero, con la convicción de resistir con valor extremo la decisión del grande.

En el año 134 a. C. Escipion el Africano es enviado a Numancia. Tras once meses más de asedio, los numantinos sucumbieron al cerco y se autoinmolaron en defensa de sus sagrados principios. Escipión, victorioso, volvió a Roma, que honró universalmente la gesta de Numancia y rindió tributo a los valores en defensa de la libertad, dignidad, resistencia y honor de un pueblo, que han llegado intactos hasta nuestros días.

Hace tres meses, tras diez años de lucha de una familia aliada con las Reales Academias, Universidades, con un equipo jurídico y de comunicación, el Parlamento Europeo, instituciones internacionales y muchas buenas personas unidos contra todo el poder del Estado, el Tribunal Supremo ha sentenciado en contra de todos los argumentos de las administraciones, apelando al desarrollo sostenible para cualquier actuación. Más de dos mil años después, Numancia, Escipión y Roma se han unido contra la barbarie, venciendo los excesos perversos del poder.

España merece que quien no cumple con los principios más nobles de la democracia, utilizándola maliciosamente para permanecer y justificar su actuación engañosa, deje inmediatamente su puesto y accedan quienes puedan ser dignos de enaltecer la política día a día.

Tenemos un gran proyecto común, con unos ideales que hagan que España pueda ser una verdadera referencia en este mundo global. Además, tenemos que dar ejemplo en el mundo por nuestra historia y, al mismo tiempo, aprender profundamente de ella. Decía Sir John Elliot que el país que no cree en su historia es un país ahistórico, y un país ahistórico tiene el grave peligro de que en cualquier momento la historia puede revolverse contra él mismo...

Tenemos, además, el gran reto de incorporar la cultura como mejor herencia moral de la sociedad, como piedra angular de un nuevo paradigma de desarrollo, que ya ha comenzado. Nuestra cultura europea, con sus raíces cristianas, de la que España es abanderada. Una cultura que ha de fortalecer un desarrollo sostenible inteligente, que incorpore principios y valores sólidos como gran oportunidad para salir de esta profunda crisis global y local. Una cultura que fortalezca la dignidad de la persona y regenere nuestras democracias, inspirando una Europa de los valores, esencial para competir en un mundo global.

Numancia, dos mil años después, es símbolo de esos valores que han de guiar nuestra patria.

Por Amalio de Marichalar, conde de Riplada.

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