En defensa de la función empresarial

A lo largo de la historia del pensamiento económico dos tradiciones epistemológicas se han venido disputando la interpretación de la lógica del funcionamiento de la economía: una de ellas tiende a pensar que la ciencia económica es algo que, como la física y las matemáticas, tiene vida propia e independiente de los agentes que con sus decisiones y acciones hacen diariamente economía, mientras que la otra sostiene que economía no es otra cosa que lo que hacen los agentes económicos y la teoría una mera explicación ex post del comportamiento lógico de estos.

Otra característica que distingue a las citadas epistemologías tiene que ver con la creación y distribución de la riqueza: mientras que la primera considera que la riqueza se produce sola y en todo caso asociada al capital –traducido en inversión productiva– y al trabajo –físico, se entiende– y, por tanto, que la ciencia económica debe interesarse por la distribución de la riqueza, la segunda otorga toda su atención a la creación de riqueza y, en consecuencia, a la figura del empresario y la innovación como ejes vertebradores del progreso económico y social habido en el mundo a lo largo de toda la historia.

La riqueza la crea el empresario descubriendo oportunidades de negocio, tomando decisiones de inversión –en tecnología en la mayoría de los casos– y coordinando sus acciones con los demás agentes del mercado. La innovación –no necesariamente tecnológica– asociada a las decisiones empresariales es una condición cuasi necesaria para tener éxito en el mercado, pues repetir lo que hacen los demás difícilmente alcanza para sobrevivir. Las reglas de juego –es decir, las instituciones–, fundamentalmente las derivadas de las acciones de los gobiernos que facilitan o perjudican las actividades empresariales, son la condición necesaria que hace posible la creación de riqueza.

En economía ni los fines ni los medios están dados; son continuamente ideados y concebidos ex novo. La riqueza –«la tarta» o el PIB en términos modernos— de las naciones, no es sino la suma de todo lo descubierto por quienes constituyen el mercado. Tanto «la tarta» como sus ingredientes deben ser siempre descubiertos, imaginados, creados; en ningún supuesto están dados.

Viene a cuento lo dicho para mejor entender la perspicaz y moderna definición de socialismo con que el prestigioso –en universidades internacionales– economista Jesus Huerta Soto nos iluminó recientemente: «El socialismo se debe definir como todo sistema de agresión institucional y sistemática contra el libre ejercicio de la función empresarial». Como ya revelara Hayek, los socialistas no solo habitan los partidos del mismo nombre, también anidan en mayor o menor grado en los demás. La abusiva proliferación normativa, la fragmentación del mercado nacional, una fiscalidad agresiva contra el ahorro y el trabajo y mas condescendiente con el consumo, una legislación laboral sistémica generadora de desempleo lastran y limitan la innovación y la función empresarial restringiendo posibilidades de creación de riqueza y empleo.

Tras un Gobierno del PP poco amigo de los empresarios, el nuevo Gobierno del PSOE no cesa de anunciar medidas, todas en contra de la función empresarial:

–Amenazando a la banca con un impuesto que habrán de pagar todos sus clientes y muy particularmente los pequeños empresarios y rentas mas bajas.

–Sembrando, con el ultimátum al diésel, una gratuita y peligrosa incertidumbre en el sector del automóvil, sin reparar que es una industria crucial –segunda de la UE– para el presente y futuro de España.

–Distorsionando demagógicamente la realidad económica para inventarse una tributación «mínima» a las grandes empresas españolas que, además de ser ajena a las buenas prácticas internacionales, cuestionaría el mantenimiento de la sede de las multinacionales españolas en España.

–Pretendiendo recuperar el protagonismo de la negociación colectiva que tanto perjudica a las nuevas empresas y la regeneración de los tejidos productivos.

–Aumentando el gasto público, el déficit y la deuda pública hasta situarnos en una de las peores posiciones de la UE y de nuevo al borde del descrédito financiero.

Si ya por razones de orden democrático y moral debieran convocarse elecciones cuanto antes, se suma a ello la necesidad de evitar que el notable y sostenido crecimiento económico y del empleo que estamos disfrutando no resulte frustrado por las citadas «agresiones» a la función empresarial.

Jesús Banegas Núñez, presidente del Foro de la Sociedad Civil.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *