En defensa de las humanidades

Acaso la iniciativa de mayor enjundia que, en el ámbito educativo-cultural protagonizó el centro-derecha español en nuestra democracia, fue la que impulsó el primer gobierno de Aznar en defensa de las humanidades. Muchos profesores y gentes de la academia habían denunciado el creciente deterioro de la formación humanística de nuestros escolares. Unamuno había dicho que la cultura de un país es lo que se aprendía en el bachillerato. En el modelo de la llamada «educación liberal», fraguado a lo largo de la civilización europea, las humanidades constituían un pilar fundamental de las enseñanzas. Cumplían dos funciones: asumir la herencia cultural de la que somos deudores y nos permite estar «a la altura de los tiempos» y despertar un pensamiento crítico y personal que nos permite ejercer la libertad. Sin una sólida formación humanística no es posible hablar cabalmente de ciudadanos libres y responsables.

Esperanza Aguirre, a la sazón ministra de Educación, emprendió aquella reforma con el vigor que la caracteriza. Y suscitó un vivo y amplio debate público, en el que se pronunciaron personas de las más diversas orientaciones. La política, en la peor de sus caras, enturbió aquel debate, ya que se asomó, con sus enredos, el diablillo nacionalista. De aquel debate surgió, sin embargo, el Grupo de Trabajo que, presidido por el ex ministro Ortega y Díaz Ambrona, elaboró un valioso Dictamen sobre las enseñanzas de las Humanidades en la Educación Secundaria con recomendaciones para que dichas enseñanzas «alcancen el más alto nivel de calidad». Aportaciones de profesores tan prestigiosos como Carmen Iglesias, Carlos Seco o Julián Marías, entre otros, enriquecieron el contenido de aquel dictamen, que, a mi juicio, conserva plenamente su vigencia.

Recuerdo la calurosa defensa que Julián Marías hizo del tratamiento histórico que, siendo esencial a la Filosofía, proporciona al alumno el conocimiento de la tradición conceptual de la que deriva la riqueza cultural de Europa y, en el fondo, su misma conformación democrática. Por ello, el dictamen proponía «potenciar la presencia de la Filosofía en el Bachillerato», de forma que «los grandes problemas filosóficos sean tratados desde la imprescindible perspectiva histórica». Había, también, importantes recomendaciones para garantizar una adecuada presencia de la cultura clásica, de las enseñanzas de carácter artístico y de la ética como parte indispensable de la formación común de nuestros escolares. En definitiva, la idea central residía en que el aliento humanístico, ciertamente a la altura de los tiempos en que vivimos, debería convertirse en eje de toda mejora de nuestro sistema educativo.

La ley de la Calidad educativa, que impulsó la ministra Pilar del Castillo, satisfizo plenamente, a mi juicio, las recomendaciones de aquel dictamen, que gozó de un alto grado de acuerdo. Sin menoscabo del resto de las enseñanzas y con una visión integradora de los saberes y una concepción flexible de las diversas materias, las humanidades quedaron debidamente potenciadas a lo largo de todo el itinerario formativo y, particularmente, en el bachillerato. Así, se recuperó la Historia de la Filosofía como materia común del bachillerato, lo que ha sido respetado en la hasta ahora vigente ley educativa.

En la reforma en curso, cuya tramitación parlamentaria está ahora en el Senado, la Historia de la Filosofía queda eliminada como materia común del bachillerato. Con amargura pienso que supone un grave empobrecimiento de nuestro bachillerato. He recibido numerosas quejas, sustentadas por lo que a mí me parecen sólidas razones, de amplios sectores profesionales y académicos. Un ingeniero me escribía que el conocimiento de la historia del pensamiento filosófico, substancial para entender nuestra civilización, era un bagaje que siempre había agradecido poseer. ¿Es posible imaginar a un hombre culto en nuestro tiempo sin haberse asomado, con el rigor que proporciona el estudio de una disciplina, a los grandes pensadores, desde Sócrates hasta nuestro Ortega, que han conformado las ideas que están en la base de nuestra comprensión del mundo?

Sinceramente pienso que no se debe cometer este error. Estamos a tiempo para remediarlo. Lo pido encarecidamente a través de estas líneas. Deberíamos esforzarnos para que el «aliento humanístico» auténtico vertebre la mejora del sistema educativo que todos deseamos y que necesitamos.

Eugenio Nasarre es vicepresidente de la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados.

1 comentario


  1. No puede saber lo que significa conocer la historia de la filosofía quien no la ha estudiado con cierta profundidad. ¿cuantos de los que rigen hoy nuestra sociedad la conocen? No me extraña pues que desaparezca de los estudios. Una pena de educación.

    Responder

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *