En defensa de mejores gobiernos

En una encuesta reciente de la Red de Consejos de Agenda Global del Foro Económico Mundial, muchos participantes consideraron que los gobiernos están menos capacitados que las empresas o los medios de comunicación para hacer frente a los desafíos globales. Esta respuesta es hasta cierto punto comprensible, dada la multiplicidad de desafíos que enfrenta el sector público y la cantidad de problemas que demandan soluciones a largo plazo y no las tienen. Pero por otra parte, hay algo básicamente errado en la idea de comparar a los gobiernos de igual a igual con las empresas y los medios, ya que ninguno de estos sectores opera con el mismo nivel de responsabilidad, exigencia y obligación de rendir cuentas que aquellos.

Las empresas pueden decidir por sí mismas dónde invertir y crecer; los medios de comunicación pueden estar todo el tiempo cambiando de tema. Pero los gobiernos no pueden darse estos lujos. Un gobierno no puede desarmar campamento y mudarse a otra parte si un día sufre pérdidas o un tema empieza a ser aburrido. Por el contrario, los gobiernos deben quedarse donde están y, a menudo, arreglar los desastres que otros dejaron tras de sí. Con suerte, tal vez hasta consigan hacer mejoras.

El problema del sector público, en general, es que han disminuido su eficacia y su eficiencia a la hora de responder a las necesidades individuales, familiares y nacionales (que a menudo están en conflicto) y compatibilizarlas, y esto provocó una pérdida abrupta de confianza en los gobiernos.

Justo antes de la Cumbre sobre la Agenda Global del Foro Económico Mundial, celebrada en Abu Dhabi el mes pasado, estuve una semana en la India. La mayoría de las personas con las que hablé no dejaban de quejarse de las falencias del gobierno; invariablemente, calificaban a los gobiernos (tanto el federal como los de los estados) de lentos, vacilantes, corruptos, faltos de imaginación y cortos de vista; en resumidas cuentas, carentes de valor.

Es fácil para las empresas pretender que el gobierno no interfiera con ellas, así como es fácil para los medios de prensa señalar con el dedo y presentar noticias sensacionalistas sin un análisis muy profundo (y a veces, ni siquiera sentido de la realidad). Es verdad: tal vez en algunos aspectos la India no sea el mejor ejemplo para defender la democracia, visto lo difícil que a menudo es en ese país tomar decisiones de largo plazo e implementarlas sin padecer críticas (y a menudo, trabas insalvables) por parte de una opinión pública volátil y obstinados defensores de intereses creados.

Pero la alternativa (la dictadura en vez del imperio de la ley) sería mucho peor. Y son pocos los problemas de gobernanza de la India que no se puedan resolver mediante la financiación de la política por parte del Estado. Después de todo, en una democracia tan inmensa cuyo funcionamiento obliga a los políticos a estar todo el tiempo en campaña y los hace por consiguiente dependientes de las donaciones, las desviaciones en materia de gobernanza son inevitables.

La capacidad de los gobiernos de responder a los desafíos globales es una cuestión más general. La globalización (esto es, la ruptura de las fronteras nacionales y la integración intercontinental de las economías) trajo consigo un aumento de las demandas que reciben los gobiernos, al mismo tiempo que su capacidad de darles respuestas disminuía. Dicho de otro modo, en este momento la demanda de gobierno es mayor que la oferta.

La globalización llevó a que mucha gente se sienta más insegura y necesitada de apoyo del Estado para enfrentar las presiones a las que sus modos y estilos de vida se ven sometidos. Pero la mayoría de las respuestas políticas que se necesitan para satisfacer esta demanda pública de más seguridad trascienden el ámbito y el alcance de los gobiernos nacionales, especialmente cuando los gobiernos mismos están expuestos a presiones similares.

Esto explica por qué hace ya mucho tiempo, los países europeos le vieron sentido a unir sus fortalezas y su alcance por medio de la Unión Europea. Entidad que, por imperfecta que sea, todavía representa la mejor respuesta a la globalización que se haya visto por parte de cualquier grupo amplio de países. Siempre es mejor que los gobiernos trabajen juntos que separados (y mucho mejor que cuando trabajan unos contra otros).

Vivimos en un mundo cada vez más multipolar, en el que grandes economías emergentes y sus populosas sociedades están transformando la escena internacional. Al mismo tiempo, la decadencia de los marcos de acción multilaterales dificulta aportar sentido y coherencia al mundo.

Pensemos en el sistema de comercio internacional y su componente central: la Organización Mundial del Comercio. Después del fracaso de la Ronda de Doha, la OMC vio reducirse drásticamente su importancia como foro de negociación multilateral, aunque el reciente acuerdo de Bali le permite cierta recuperación. Tras lo obtenido en Bali, es esencial reflexionar seriamente sobre el futuro de la OMC y el lugar que le corresponde en el sistema de comercio internacional, en momentos en que las principales instituciones financieras internacionales (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo y los bancos de desarrollo regionales) luchan para adaptarse al siglo XXI y la autoridad de las Naciones Unidas se encuentra debilitada.

Mientras no revirtamos la tendencia a la decadencia del multilateralismo, los gobiernos no podrán mejorar su capacidad de responder a los desafíos globales. Por más que protesten las empresas y los medios, la respuesta a muchos de los grandes problemas del mundo no pasa por menos gobierno, sino por más gobierno (o al menos, mejor gobierno). Una mejor oferta de gobierno que satisfaga el flujo de las demandas.

Todos recuerdan aquella famosa frase de Ronald Reagan que decía: “el gobierno no es la solución a nuestro problema; el gobierno es el problema”. Pero ahora sabemos que nuestros problemas serán cada vez mayores a menos que el gobierno sea parte de la solución.

Peter Mandelson, a former EU Commissioner for Trade and former British government minister, is a member of the World Economic Forum’s Global Agenda Council on the Future of Government. Traducción: Esteban Flamini.

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