En defensa del periodismo, víctima de la polarización

Portadas de los diarios españoles con la campaña de publicidad 'Salimos más fuertes'.
Portadas de los diarios españoles con la campaña de publicidad 'Salimos más fuertes'.

Es verdad: el periodismo no está para tirar cohetes. Del clickbait al sectarismo, de la banalización de los enfoques al exceso de erratas y gazapos. Las causas son demasiado diversas como para abarcarlas aquí. Mezclan algunas extensibles al conjunto de la sociedad con otras específicamente periodísticas. Precariedad, prisas o polarización son algunas de ellas. Pero no todas tienen que empezar necesariamente por la letra P.

Lo más común es que el análisis del párrafo anterior salga de la boca de un periodista. Creo que seguimos siendo un gremio autocrítico y consciente de las dificultades del momento. Especialmente a final de mes. O a día cinco. La puntualización es pertinente.

En los últimos tiempos, está haciendo fortuna un contundente discurso antiperiodístico. Reproduce en alguna medida patrones del discurso antipolítico que cristalizó en la anterior crisis económica.

A grandes rasgos, este discurso busca identificar a la profesión también con una casta, cuando no directamente con una mafia. El informador sería, según estos mantras, un mero intoxicador que repite los dictados de los poderes, cuyos desmanes no divulgaría jamás.

La caricatura ha sido espoleada con éxito desde los sectores más radicalizados en los extremos del espectro político. El desprecio es especialmente estruendoso en las redes sociales, pero empieza a hacerse oír en la calle. Especialmente para los equipos de televisión, fácilmente identificables como profesionales de la información por el viandante enfurecido. “Mercenario” es el epíteto más elaborado que se despacha.

Como dice Rebeca Argudo, llama la atención que uno de los reproches más repetidos sea estar a sueldo de. Como si el periodismo hubiese de ser un ejercicio amateur. Como si las empresas privadas no pudieran entrar en el negocio de la información. Como si el público no fuera lo suficientemente adulto para conocer los condicionantes de cada propiedad, las dependencias de cada línea editorial, la necesidad de contrastar varios medios para alcanzar una visión aproximada a la realidad.

Hay una respuesta-tipo en esta discusión. Consiste en la captura de las portadas de los diarios impresos del 25 de mayo de 2020. Ese día, las cabeceras aparecieron invadidas por una campaña de publicidad del Gobierno de España que, con el lema Salimos más fuertes, afrontaba aquello que en su momento se llamó desescalada de la traumática primera ola de la pandemia.

El de la publicidad institucional es un debate pertinente. “Comemos de nuestros anunciantes” decía José María García. Si el poder de las grandes empresas ya despierta suspicacias, el papel de las Administraciones públicas como clientes de medios a través de la publicidad puede ser legítimamente criticable. Pero en sus justos términos.

El trazo ha sido tan grueso que ha devenido en un retrato deformado hasta lo grotesco. Algo así como que los periódicos estarían desde entonces desvergonzadamente vendidos al poder. La maquinaria gubernamental controlaría todo lo que se expone en un quiosco.

Afortunado o no, el inserto no dejaba de ser publicidad señalada como tal. Echemos un vistazo a la prensa de ese día. Nada más pasar el anuncio, ABC nos presentaba a unos Pedro Sánchez, Salvador Illa y Pablo Iglesias muy cariacontecidos bajo el titular La valoración del Gobierno cae a su mínimo.

En los editoriales se pudieron leer cosas como: “Todo sigue siendo pura improvisación y tacticismo” (El Mundo) o “Illa miente en su prevención de la Covid-19” (La Razón).

Federico Jiménez Losantos escribía en El Mundo que “el Gobierno tiene en su haber penal y moral 43.000 muertos”. Santi González se refería al jefe del ejecutivo como “Pedro I el Mentiroso”. Rosa Díez y Rubén Múgica firmaban una tribuna en la que se le llamaba “indecente”. En ABC, Isabel San Sebastián afirmaba que “avanza con paso firme en el proyecto de liquidación del régimen constitucional”. José María Carrascal le tildaba de “cobarde”. Para Salvador Sostres, era, junto a los “quejicas”, uno de “los dos grandes enemigos que tiene España”. El director de La Razón calificaba de “despropósito” el plan de desescalada por fases. La operación de compra pagando en anuncio salió un poco regular.

Pero la idea es de un gran atractivo para el debate público actual. Los políticos encuentran un escenario idílico. “Nosotros te decimos la verdad y los medios de comunicación, no”. Los convencidos que se mueven por las redes como los hinchas de bufanda por los estadios tienen la mejor excusa para renunciar a pensar por sí mismos. “Todo aquello que se publica y que no me gusta es mentira, porque los medios están comprados por el poder”.

La estrategia busca desincentivar las suscripciones, que son precisamente el mejor garante de la independencia, cuyo gran aliado es siempre la solvencia económica.

Tampoco es cuestión de ponernos estupendos. Desde la facultad, experimento un escalofrío cada vez que escucho la palabra Kapuściński. Los golpes en el pecho, las romantizaciones absurdas, la atribución de roles distintos a los de contar y analizar lo que pasa. En el deterioro de la imagen gremial han intervenido sobre todo periodistas.

Hace falta mucha autocrítica. Pero los profesionales españoles son, en su mayor parte, ciudadanos comprometidos con el trabajo bien hecho que desearían realizarlo en condiciones más desahogadas y ofrecer al público siempre el mejor producto posible.

A veces cuesta abstraerse de tanto ruido ambiental. No quedará más remedio que ponerse auriculares. Hay periodistas haciendo pódcast buenísimos.

José Ignacio Wert Moreno es periodista.

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