En defensa del viejo mundo

No disparen todavía. Cuando hablo del viejo mundo, me refiero al mundo surgido en la segunda mitad del siglo XX. Claro que en muchas cosas hemos avanzado. Es mejor una sociedad que rechaza el machismo que una que lo practica. Prefiero que el alcohol o la velocidad al volante estén mal vistos y perseguidos, porque nos ahorra muchas muertes en la carretera, o que no se pueda fumar en ningún recinto cerrado. Es más avanzada una sociedad con conciencia medioambiental, que procura reciclar y no contaminar, que una que destroza nuestro planeta sin remordimiento alguno. Lo correcto es que la orientación sexual no sea nunca motivo de persecución ni discriminación, y que se garantice por ley la plena igualdad.

Sin embargo, los apóstoles del nuevo mundo han tratado de hacernos creer que todo lo anterior al estallido de la crisis financiera en 2008 estaba mal y debía demolerse.

Pertenezco a una generación que creció en libertad, en una España que se modernizaba día a día, dentro de una Europa que se unía y se ampliaba y en un mundo que dejaba atrás los extremos de la primera mitad del siglo XX.

Con el incendio de Alcalá 20 aprendimos que los recintos debían cumplir unos requisitos de seguridad. La colza o la salmonelosis nos enseñaron que el negocio de la alimentación y la restauración exigía de controles sanitarios. Aprendimos que en Europa se podía viajar sin pasaporte, que teníamos que aprender idiomas y que los españoles no éramos menos que nadie. Con el Plan ADO descubrimos que podíamos ganar en cualquier deporte a cualquier país si contábamos con medios que hicieran posible que nuestros deportistas entrenaran como los demás. Crecimos creyendo en la cultura del esfuerzo, con la oportunidad de estudiar y viajar más que nuestros padres, lo que era garantía de llegar más lejos.

Ni considero que todo tiempo pasado fue mejor, ni los años me han vuelto más conservador. Más bien al contrario; el paso del tiempo me ha enseñado el valor de las cosas y de las conquistas, y considero que lo verdaderamente revolucionario y progresista es defender lo más justo aunque no siempre coincida con la moda imperante. No me gusta que la opinión de un influencer en Instagram o de un participante en un reality show pese más que la de Iñaki Gabilondo o la de toda una redacción de un periódico.

Antes compraba cedés y ahora compro en iTunes, antes compraba libros en papel y ahora compro en papel y en Kindle, antes pagaba en un videoclub por alquilar una cinta de VHS y ahora pago por ver películas o series en vídeo bajo demanda;en todo caso, sigo pagando en el cine. Las cosas tienen precio porque tienen valor y ese valor es el esfuerzo creativo en el caso de la literatura, el cine o la música. Eso sí, los defensores del gratis total y abajo el canon están a punto de descubrir que cuando algo es gratis, tú eres el producto.

Me gusta que la gente opine libremente, con nombre y apellidos claro, y no con un huevo o un avatar como perfil, como me gusta que se discrepe de forma educada, sin insultar ni destrozar a las personas. Rechazo las sociedades acríticas donde se persigue al discrepante, pero tampoco me creo las sociedades sólo críticas, como ciertas redes sociales, donde el mayor prestigio está en manos del cabreo, el insulto y el mal gusto.

No entiendo que la mayor flota de vehículos del mundo no tenga empleados ni coches, ni que la mayor cadena hotelera del mundo no tenga recepcionistas, camareros ni limpiadores de piso. Son meros intermediarios, con escasa inversión y plantilla, pero desorbitados beneficios.

Quizá sea culpa de Lolo Rico, tristemente fallecida días atrás, pero prefiero ver contenidos infantiles que amplían horizontes y enseñan a pensar que bobadas repetidas en bucle con una música atractiva, sin más contenido que la hipnosis que provocan.

Sé que es bueno pagar impuestos y que el Estado tenga recursos para garantizar pensiones, sanidad, educación o infraestructuras, como sé que frases como «el dinero está mejor en nuestros bolsillos» contienen la verdadera esencia del populismo. Existen muchas otras: "No cabemos todos", "no soy racista/machista/homófobo, pero...", "todos los políticos son iguales"...

Por cierto, también sé que cuando alguien quiere evitar someterse a la democracia interna de un partido, o no acepta los resultados, monta una plataforma personal y cesarista. En el colegio decíamos aquello de "como el balón es mío, me lo llevo". Claro que también sabía ya que los nuevos partidos tenían ese problema, son tan personales y cesaristas que llegan a poner la cara del líder en las papeletas de voto, en lugar de unas siglas. Sin recorrido ni poso ideológico, sin trayectoria ni referentes históricos. Sin liturgias ni tradiciones colectivas, ni gestiones que evaluar. Sin pertrechos y, por lo tanto, muy eficaces en los 100 primeros metros, pero sin reservas para aguantar medias distancias.

Claro que en el viejo mundo las referencias eran Olof Palme o Willy Brandt, y nunca se hubiera votado a alguien con tan baja formación, trayectoria o valores como Trump, cuyo pensamiento más elaborado siempre cabe en un tuit y triunfa por decir una burrada mayor que la anterior. Cuidado con aquello de llamar a las cosas por su nombre: al pan, pan y al vino, vino.

Hablemos claro. La especulación y la intermediación son eso, y no economía colaborativa. El liberalismo y el capitalismo más salvaje tienen ese nombre, así como la insolidaridad y el egoísmo también tienen nombre. La piratería no se llama compartir contenidos, ni el intrusismo es economía 2.0. Por muchos aplausos o me gusta que recaben algunas ideas gracias a su incorrección política, dichas ideas son xenófobas, machistas u homófobas, a ver si va a resultar que eran incorrectas por algo. Los cesarismos y los egos inflados son eso y no "nuevas culturas más allá de los viejos partidos".

Cuando algo es clásico, no tiene prestigio por ser antiguo, sino porque su calidad le ha permitido resistir el liviano paso de las modas. Miremos al futuro, sí, pero no olvidemos el valor de las cosas ni caigamos en el adanismo. No vaya a ser que estemos dando vueltas en círculo o caminando hacia atrás, en lugar de caminar hacia adelante.

Reformas, todas. Contrarreformas e involuciones, ninguna.

Óscar López Agueda, ex secretario de Organización del PSOE, es consejero delegado de Paradores de Turismo de España. Es autor de Del 15-M al Procés (Ediciones Deusto).

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