¿En dónde quedó el valor moral y político de la Unión Europea?

La gente que huye de la guerra y la pobreza estremece a Grecia. Desde los muelles de este puerto en el Pireo hasta los campos lodosos de Idomeni, la gran migración se encuentra con alambradas de púas creadas por la confusión y el miedo europeo.

Consumido por una deuda abrumadora, la austeridad y la recesión, el país se apresura a dar refugio y asistencia a un número de refugiados y migrantes que se disparó repentinamente y que no quieren nada, excepto seguir en movimiento, indiferentes ante el hecho de que su búsqueda de libertad, estabilidad y prosperidad ha provocado la mayor crisis en la Unión Europea desde su fundación.

Todos los días llega un promedio de 1442 personas desde Turquía, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Grecia ha convertido los campos militares, los campamentos de verano para niños y las instalaciones de los juegos olímpicos de Atenas 2004 en centros de acogida para atender a los migrantes. Las posibilidades de seguir su camino parecen desalentadoras: las fronteras con los Balcanes están cerradas; en Alemania, nación que cobijó a más de un millón de personas el último año, un partido populista antiinmigrante obtuvo un fuerte apoyo en tres elecciones estatales hace unos días.

Alemania presiona a la Unión Europea para implementar una acción colectiva en la que se comparta la responsabilidad, pero también se respeten los principios de solidaridad y humanismo. El resultado ha sido aspereza y división. Muchos estados miembros rechazan un sistema de cuotas para la distribución de refugiados.

Se ha demostrado que para la guardia costera de Grecia y la agencia fronteriza europea Frontex es imposible detener a las personas en los botes inflables abarrotados una vez que han salido de Turquía. Los buques de guerra de la OTAN también serán poco efectivos: rescatarán a las personas en el mar, tal como los pescadores griegos han venido haciendo durante un año, en lugar de evitar su arribo. Es muy probable que el último esfuerzo por llegar a un acuerdo con Turquía siembre una división más profunda en Europa.

Aquí en El Pireo, los refugiados e inmigrantes llegan todos los días montados en ferris enormes desde las islas orientales de Grecia. Se calcula que 141.787 han llegado este año y cerca de 43.000 siguen en Grecia. Dentro de una bodega hay una pancarta en inglés que dice: “Bienvenidos a El Pireo. Información, ayuda y un poco de descanso gratis en la terminal de pasajeros E1”.

Las instalaciones están vacías, salvo por algunos trabajadores municipales y voluntarios que doblan frazadas, recogen zapatos, pantuflas y otras prendas; desechan los sándwiches a medio comer y la basura que dejaron los cientos de personas que se han ido de allí.

Algunos aceptaron viajes en autobús a campos de acogida; otros creen en las promesas de los traficantes para pasarlos a través de las fronteras cerradas. Las terminales de pasajeros están colmadas de familias. El aire se siente caliente y húmedo, lleno de llantos y las risas de mujeres y niños.

Afuera, en el sol invernal, los chicos dibujan con crayones y papel que los voluntarios les facilitaron; otros saltan, retozan y corretean; los jóvenes juegan fútbol en grandes espacios por donde circulan los camiones. Pequeños grupos se sientan en la orilla de muelle y contemplan el mar agitado. Los empleados municipales y de la autoridad portuaria, soldados, oficiales de policía y todo tipo de ONG y voluntarios trabajan junto al personal de limpieza, barberos, médicos, trabajadores de cuidados infantiles y personas que llegan con comida y artículos para el cuidado personal.

Escenas parecidas se ven por todo el país, en los 23 campos oficiales y donde sea que los habitantes se encuentran con algún grupo en necesidad. Esta es una movilización enorme en un país con poca experiencia de voluntariado, motivado por la arraigada empatía personal por alguien que lo ha perdido todo, que lo arriesga todo para tener una vida mejor.

Grecia, el país de la Unión Europea más cercano a la agitación del Medio Oriente, enfrenta los peligros de una frontera costera extensa y se arriesga al aislamiento de sus países vecinos. Otras naciones han llegado a sugerir que Grecia sea suspendida del espacio de Schengen donde se viaja sin pasaporte. Sin embargo, la crisis actual ha acercado a Alemania y Grecia.

La cumbre Unión Europea-Turquía, propone incluir procedimientos “para regresar a todos los nuevos migrantes irregulares que crucen de Turquía a las islas griegas” y “reubicar, por cada sirio readmitido en Turquía proveniente de las islas griegas, otro sirio proveniente de Turquía en los estados miembros de la Unión Europea”.

A cambio, se relajará el requisito de visa para los turcos que entren al espacio de Schengen; Ankara recibirá 3000 millones de euros y las pláticas para la adhesión de Turquía a la Unión Europea se acelerarán.

A pesar de la confusión de quienes diseñan las políticas públicas y de los populistas que se aprovechan de la intranquilidad de los ciudadanos, la Unión Europea aún es un modelo de libertad y estabilidad. Las personas siguen llegando con la esperanza de una vida mejor.

El manejo de la migración no debe causar que Europa sea menos libre, menos estable, menos justa, menos unida. Sin valor político y moral, la crisis podría derrotar a la Unión Europea. Si los griegos —en bancarrota, cansados y con un Estado que es disfuncional en el mejor de los casos— pueden dar lo mejor de sí, entonces la unión podrá hacer un mayor esfuerzo.

Nikos Konstandaras es editor en jefe y columnista del periódico Kathimerini.

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