En el fondo, a nadie le importa

Es difícil valorar lo que implica la decisión del Gobierno de permitir que el etarra De Juana termine de cumplir su pena de cárcel en situacion de prisión atenuada -en función de la evolución de su salud- en su propio domicilio bajo vigilancia policial. Y es difícil porque las consideraciones legales -las previsiones de la Ley Penitenciaria-, las consideraciones comparativas -los presos de ETA que en situación de enfermedad obtuvieron en otros tiempos el tratamiento previsto que ahora se otorga a De Juana- e incluso las consideraciones simplemente humanas y humanitarias quedan eclipsadas por las consideraciones políticas.

El etarra Iñaki de Juana Chaos, autor de muchos asesinatos, además de rebajar la vida de los 25 asesinados por él a mero instrumento de su proyecto político, ha hecho de su propia vida un instrumento más de su lucha: se ha puesto a sí mismo al borde de la muerte para forzar una sentencia exculpatoria. Él es el que menos se podrá extrañar si su caso no puede ser valorado desde la simple y obligada perspectiva humana, sino sólo desde el contexto de instrumentalidad inhumana y antihumana a cuyo servicio ha dedicado él toda su vida.

La pregunta acerca de la instrumentalidad de la decisión del Gobierno para que pueda cumplir el resto de la condena en su casa implica, además, que De Juana se ha convertido en un caso. Un caso que ni siquiera llegará a obtener el nivel de símbolo que quizá él mismo haya buscado, o que otros querían que él llegara a ser. Porque se trataba, desde un principio, de un posible símbolo cuya instrumentalidad borraba lo mínimo que se puede pedir a un símbolo: una fuerza significativa en sí mismo.

Si De Juana se ha convertido a sí mismo en un mero instrumento de un proyecto político que, asentado sobre 25 asesinatos, es ética y políticamente inasumible; si la organización terrorista a la que pertenece, ETA, siempre ha transformado a sus presos en instrumento de su lucha política -conviene no olvidar que los líderes de Batasuna proclamaron el derecho de los presos al cumplimiento íntegro de la pena-, el resto de actores políticos han tratado el caso también de forma meramente instrumental.

Para el PP ha sido una ocasión más para mostrar su firmeza ante ETA y ante los integrantes de la organización; una ocasión para oponerse a cualquier medida de gracia o de rebaja de penas; una ocasión más para afirmar su mayor, o quizá única y exclusiva, cercanía a las víctimas. Para el PP, De Juana ha sido el instrumento para poner contra las cuerdas al Gobierno, un instrumento a través del que ha podido expresar con claridad populista su oposición a cualquier flexibilidad en la cuestión de los presos.

Para el Gobierno, De Juana Chaos también ha terminado siendo un mero instrumento. En lugar de crear una atmósfera en la que se hubiera podido tomar la decisión oportuna sin tener en cuenta otros aspectos, sus ganas de que se reanude el llamado proceso, su necesidad de ofrecer gestos que apuntalen sus interpretaciones de las opiniones de algún líder de Batasuna, junto con sus temores a que un desenlace fatal de la huelga de hambre de De Juana diera paso a alguna acción mortal de ETA con la consecuencia de imposibilitar cualquier reanudación del proceso, han hecho que primaran las consideraciones instrumentales sobre cualquier otra.

En el fondo a nadie le importa De Juana Chaos. Lo que importa es si lo que suceda con él puede servir para ponerle las cosas difíciles al Gobierno, especialmente sospechando que está interesado en que Batasuna esté presente en las elecciones locales y forales. Lo que importa es que lo que suceda con De Juana no impida que surja la esperanza, por mínima que sea, de reanudar el proceso y poder así permitir que, de una forma u otra, Batasuna participe en las próximas elecciones: porque dejando que De Juana cumpla la pena en su casa, ETA se pueda ver animada a declarar una tregua ampliada, y Otegi impulsado a ser el nuevo profeta del autonomismo.

A nadie le importa De Juana Chaos. Ni a él mismo. Aunque pudieran existir razones importantes para que se tuvieran en cuenta cuestiones de humanidad, a pesar de que su situación de enfermedad se deba a una decisión propia y con intención de someter a chantaje al Estado. A nadie le importan tampoco las consecuencias que todo este debate pueda tener en la sociedad vasca. Una sociedad vasca que, lejos de las proclamas laudatorias de los políticos, se va salvando a base de no preocuparse demasiado de estas cuestiones. Una sociedad que en algunos de sus sectores ha perdido la capacidad de una reacción ética seria, y que en otros, mayoritarios, ha ido construyendo un callo suficientemente denso como para que todas estas cuestiones le permanezcan exteriores.

Entre todos estamos perdiendo la oportunidad de reflexionar en serio sobre lo que ha hecho posible toda esta situación. Un Código Penal que siempre va saltando de extremo a extremo, del extremo de una liberalidad ingenua al extremo del cumplimiento completo de las penas, dejando de lado soluciones más adecuadas. Por ejemplo la de que el Código pueda seguir siendo liberal, pero con la previsión de que el juez, en atención a la gravedad de la culpa, pueda imponer un mínimo de años que en cualquier caso deberá cumplir el condenado. Así ocurre en Alemania con los penados por los asesinatos cometidos en nombre de la RAF: uno de ellos deberá seguir sin prisión atenuada, a pesar de llevar ya más de 24 años, por haber enviado recientemente un saludo a un congreso de anticapitalistas proclamando la necesidad de acabar con el sistema.

Estamos perdiendo la oportunidad de reflexionar sobre los caminos no para conseguir la reconciliación en la sociedad vasca -nos debería dar vergüenza hablar siquiera de reconciliación en la situación actual-, sino simplemente para preguntarnos qué vamos a hacer para recuperar un mínimo de nervio moral. La instrumentalidad lo devora todo. La táctica del momento lo engulle todo.

Y ni siquiera la atenuación de la prisión a De Juana permitirá que un rayo de humanidad pueda iluminar la triste realidad política vasca. Porque el mismo De Juana no lo permite. Porque todos los demás actores coinciden con él en instrumentalizarlo.

Joseba Arregi