En el ojo del huracán

Hay situaciones de calma que son desesperantes. Al contrario de la calma que sosiega el espíritu, hay otras que no presagian nada bueno, y que se viven con temor e inquietud esperando que ocurra algo que no sabemos qué es y ni cuándo tendrá lugar. El lenguaje popular habla de la calma que precede a la tormenta. Y los meteorólogos, del ojo del huracán, de los espacios de relativa calma que se producen en el centro de las fuertes tormentas tropicales.

Si tuviese que definir el estado de ánimo de la economía -ya sea la nacional, la europea o la internacional-, diría que estamos viviendo una extraña y desasosegante calma.

Este desasosiego se nota en los animal spirits, los sentimientos de los diferentes actores económicos a los que se refirió el gran economista del siglo pasado John M. Keynes. En particular, en el comportamiento errático de las bolsas. Los inversores están expectantes, temerosos de que llegue un nuevo momento de Minsky, ese momento de pánico que ocurre cuando un hecho fortuito da lugar a ventas masivas de valores que hunden las bolsas.

Se nota también en los centros de previsión económica, que, como médicos auscultando a sus pacientes, no logran pronosticar con precisión cuál es la salud de las economías. El Banco de España señala en su último informe que nuestra economía se debilita. Y lo mismo hace el Fondo Monetario Internacional en sus previsiones de invierno sobre la economía global.

¿Qué señales hay en el entorno de nuestras economías que expliquen esta sensación de estar en el ojo del huracán? Varias. Mencionaré cuatro.

Primera, el comportamiento del comercio internacional. Por primera vez desde el final de la segunda guerra mundial, crece a un ritmo inferior al PIB mundial. Por lo tanto, el crecimiento de las economías nacionales o regionales, como la europea, dependerá a partir de ahora más de la demanda interna. Pero esta está debilitada por las políticas de austeridad y por las reducciones salariales.

Segunda, el elevado nivel de deuda pública y privada -de los bancos, de las empresas y de las familias- que sigue existiendo en un buen número de países. Esa deuda es como una enorme piedra de Sísifo que frena la capacidad de los bancos para dar crédito, de las empresas para invertir y de las familias y los gobiernos para consumir. Esa deuda es una bomba de relojería que amenaza con explotar en cualquier momento. Desactivarla requerirá reducciones de distinto tipo. Pero convencer a los prestamistas de que han de asumir pérdidas por su responsabilidad en el exceso de endeudamiento no será fácil.

Tercero, los riesgos potenciales que se derivan de la situación de tipos de interés cero -negativos cuando se resta la inflación- que están aplicando los bancos centrales. Por un lado, ponen en riesgo la salud de los bancos al reducir los márgenes de sus operaciones crediticias. Por otro, orientan el dinero que inyectan los bancos centrales hacia burbujas en las bolsas más que a créditos a las empresas y a las familias. Por último, sesgan las inversiones de las empresas hacia las máquinas, cuya financiación es ahora más barata, en vez de hacia nuevas contrataciones de personal, con el riesgo de tener una recuperación sin empleo.

Cuarto, los elevados excedentes de liquidez de las grandes corporaciones, tanto nacionales como globales. Hay tanta liquidez que les permitiría atender el pago de su deuda y, a la vez, financiar directamente las inversiones necesarias para expandir la producción y el empleo. Pero, sin embargo, la utilizan para devolver capital a sus accionistas y para aumentar las retribuciones y las pensiones de sus directivos.

¿Cómo interpretar todas estas señales de tormentas que se están formando? La lectura más correcta es que en nuestras economías de mercado hay un problema serio de falta de demanda efectiva que bloquea la recuperación de la actividad y del empleo. El capitalismo funciona con el consumo masivo de las clases medias y populares, no con el consumo de lujo de los muy ricos. El paro, los bajos salarios y la desigualdad lo debilitan.

Existe una curiosa asimetría entre el comportamiento de nuestras autoridades. Los responsables de la política monetaria se están mostrando activos para activar la demanda, aun a riesgo de producir daños colaterales como los mencionados. Pero los responsables de la política económica, en particular de la política fiscal, se muestran renuentes a activar la demanda de inversión y consumo. Necesitamos con urgencia que reaccionen. Pero, por desgracia, la política europea, la española y también la catalana están también viviendo en su propio ojo del huracán, inconscientes de las tormentas que nos rodean.

Antón Costas, catedrático de Política Económica (UB).

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