En el país de Cristina

Nadie espera que Cristina Fernandez de Kirchner depare demasiadas sorpresas en sus primeros seis meses de Gobierno, que comenzarán el 10 de diciembre. La mayoría de sus políticas continuará la huella trazada por su marido y predecesor, Néstor Kirchner. Tampoco se prevén cambios sustanciales en el Gabinete ni en las segundas líneas de mando de la Administración. Uno de sus asesores ha contado que, a poco de ser elegida, Cristina oyó con atención las prudentes críticas del ex presidente chileno Ricardo Lagos a Michelle Bachelet, quien lo sucedió en el Gobierno. Lagos, que dejó el mando con un índice de popularidad sin precedentes, observó cómo Bachelet confiaba a figuras nuevas y sin experiencia la administración de los negocios públicos en campos tan sensibles como la salud y la educación. Así, los vientos que llevaban a Chile hacia un horizonte de crecimiento pausado y firme se arremolinaron de pronto y desataron el descontento social.

Cristina, que ganó la presidencia por un margen amplio de votos, sabe cuán peligrosa puede ser la tentación de mostrar autonomía y exhibir poder mediante cambios drásticos. Es casi seguro que retendrá a muchos ministros de su marido y que será cauta en desplazar a los otros. Los observadores coinciden en que seguirán en sus cargos el jefe de Gabinete Alberto Fernández, el canciller Jorge Taiana y el ministro de Economía Miguel Peirano.

Una mujer al frente de la Administración nacional no es algo nuevo en Argentina. Hace medio siglo, Eva Perón tenía tanto poder como su marido, pero no podía tomar decisiones sin permiso. En 1974, Isabel, la viuda de Juan Perón, gobernó con torpeza un país en estado de caos. Así le fue. Sucumbió a la influencia enfermiza de su gurú José López Rega y fue derrocada por una dictadura cruel, que acentuó los desastres heredados.

Cristina es más independiente que esas dos precursoras y está mejor dotada. No es fácil predecir cómo gobernará, porque la realidad se mueve en América Latina a ritmo de vértigo, y tanto una guerra eventual entre Estados Unidos e Irán, los caprichos de Hugo Chávez y el precio por las nubes de la energía pueden agitar las aguas y desatar la tormenta.

Cristina empezará el Gobierno con algunas ventajas. La oposición está desconcertada y dividida. Su rival más fuerte en las elecciones, la senadora Elisa Carrió -de quien la senadora Kirchner era aliada y amiga hace una década-, actúa con destemplanza. Días antes de las elecciones del 28 de octubre, el ex presidente Raúl Alfonsín la descalificó en un programa de televisión porque "cada vez que hace algo, le pide consejos a los santos y se

deja guiar por voces imaginarias". Carrió tardó 10 horas en reconocer su derrota electoral y, no bien tuvo la evidencia de que ni siquiera podía disputar una segunda vuelta, se eligió a sí misma como líder de una oposición heterogénea, que no está de acuerdo con ella.

El mayor desafío de Cristina es dar la batalla en las tres grandes ciudades de Argentina, donde fue derrotada: por Carrió en Buenos Aires y Rosario y por el ex ministro de Economía Roberto Lavagna en Córdoba.

Para seducir a esos electores remisos intentará probar que, a diferencia de su marido provinciano y desconfiado, no teme abrirse al mundo. Pondrá sin duda énfasis en las relaciones con el Brasil del presidente Lula -uno de sus modelos-, con la España de los reyes borbónicos, principal inversora extranjera en Argentina, y con el Chile de Bachelet. Si Hillary Clinton consigue la presidencia de los EE UU, Cristina -que la admira- buscará establecer con ella una alianza de hierro, sin comprometerse en aventuras bélicas.

La amistad con Hugo Chávez es uno de los problemas ásperos que deberá resolver. La nueva gobernante argentina es consciente de los delirios hegemónicos del César venezolano, pero a la vez siente gratitud por la mano que le tendió a su país en épocas de asfixia económica. Cada vez que lo elogia en público, desata escalofríos en los inversores que quieren afincarse en una Argentina estable y sin sorpresas. Si se mantiene la bonanza de los precios agrícolas y el ritmo de crecimiento superior al 8% que benefició al Gobierno de Néstor Kirchner, el rumbo de Cristina no afrontaría sobresaltos.

Es inexperta en el manejo de la economía, pero siempre contará con el asesoramiento alerta de su marido, que la verá gobernar entre bambalinas, esforzándose por no debilitar su imagen de verdadera jefa del Estado, lo que podría ser fatal en un país de tradición tan autoritaria y machista como Argentina. A fin de cuentas, su marido aspira a sucederla y quizás a ser elegido por otro periodo, lo que le permitiría gobernar desde 2011 a 2015 y, si lo reeligen, desde 2015 a 2019. Está más interesado que nadie, por lo tanto, a que su mujer tenga éxito y le deje un país ordenado y próspero. Quizás ése fue el país apacible por el que votaron los argentinos el 28 de octubre, menos atentos a la continuidad de una presidencia familiar que a un crecimiento sostenido.

Todo permite prever que Cristina mantendrá depreciado el tipo de cambio para estimular las exportaciones y que se esforzará en crear condiciones favorables para las inversiones externas, que hasta ahora apuntan a mercados más hospitalarios, como Chile y Brasil.

Por primera vez en las décadas de democracia, el lenguaje de los empresarios argentinos -que han sido hostiles desde el principio al matrimonio Kirchner- se ha vuelto esperanzado y optimista. En una asamblea celebrada en Mar del Plata a mediados de noviembre han oído a Fernando Henrique Cardoso y a Carlos Fuentes pedirles que tengan confianza. ¿Qué otro sentimiento podrían abrigar?

Después de la fuga en estampida que desató la crisis de 2001, cuando parecía que la Argentina caía en un abismo sin fondo, toda estabilidad es un bálsamo que permite pensar por fin en los proyectos de mañana.

Tomás Eloy Martínez, escritor y periodista argentino, y autor, entre otros libros, de El vuelo de la reina. © Tomás Eloy Martínez, 2007. Distribuido por The New York Times Syndicate.