En Euskadi nada es lo que parece

Se podría decir que nos encontramos a medio camino: las elecciones tocaban en otoño, el lehendakari Urkullu las quiso en primavera, y las vamos a celebrar a comienzos del verano. En un tiempo que no sabemos todavía si es tiempo o no, puesto que los responsables políticos se han empeñado en llamarle nueva normalidad, no sabemos si somos viejos, si somos los de antes, si somos nuevos, ni en qué tiempo estamos. Puede haber incluso quien en esta nueva o vieja incertidumbre piense que ya está bien de juegos y que no merece participar en este juego que nos proponen los responsables políticos que atienden solo al tiempo de las encuestas que les son positivas.

Una comentarista política se refería recientemente, en un medio regional, a unas encuestas que daban como resultado, en resumen, que la mayoría de la población vasca se situaba en la izquierda o en el centroizquierda político. Los vascos son progresistas, son mayoritariamente de izquierda. Al mismo tiempo, sin embargo, casi todos los analistas afirman que el panorama político vasco goza de una enorme estabilidad, que van a ganar los de siempre, que la fórmula de gobierno será la misma y que, por lo tanto, no va cambiar gran cosa, más bien nada.

Y entonces uno se pregunta: ¿cómo es una sociedad de izquierda o de centroizquierda, una sociedad mayoritariamente progresista, que no quiere ni pretende que cambie nada? Hubo un tiempo en que el término izquierda significaba capacidad de crítica de lo existente, crítica del poder, crítica de la situación. Pero parece que esos tiempos pasaron. Más aún: parece que esos tiempos estaban equivocados. Lo progresista en Euskadi, ser de izquierdas en Euskadi, radica en no querer que la situación cambie, que las cosas sigan igual.

Claro que lo que dicen los vascos de sí mismos en las encuestas es que quieren parecerse a lo que está de moda: si la moda es parecer de izquierdas, parecer progresista, repetir los eslóganes que la corrección política dice que son progresistas y de izquierdas, entonces la sociedad vasca dice de sí misma que es mayoritariamente progresista y de izquierdas. Pero lo que simplemente está diciendo es que quiere salir guapo en la foto que se saca a sí misma, en el selfie que se hace en la encuesta. Guapo según la moda, siguiendo los cánones, nunca mejor dicho, de la opinión dominante. ¿Será que ser progresista y de izquierdas consiste en seguir la moda, en no poner en cuestión nada de lo que la opinión hegemónica dice y afirma? A esta imagen que se hace la mayoría de la sociedad vasca, sorpresivamente, aporta mucho la imagen que desde fuera –y en Euskadi decir desde fuera significa casi siempre desde Madrid, aunque parezca mentira–, se traslada a Euskadi, los elogios que los periodistas parlamentarios han venido haciendo en los últimos largos años de los portavoces nacionalistas en el Congreso, de su sentido de Estado, de su pragmatismo, de su moderación. Los héroes políticos para una parte de la prensa madrileña son Urkullu, Aitor Esteban y Andoni Ortúzar.

Y parece que no es posible preguntarse cómo se puede ser hombre de Estado sin asumir de verdad la Constitución en la que se basa dicho Estado, cómo se puede ser moderado y pragmático negándose a que los parlamentarios del Parlamento vasco tengan que jurar o prometer la Constitución, cómo es posible que sea moderado pactar, ¡en el Parlamento vasco!, con Bildu el futuro político de la comunidad vasca en línea del fracasado pacto de Estella/Lizarra que excluía a la mitad de la población de ese futuro, en línea con el Plan Ibarretxe que jugaba con la misma exclusión. Uno se pregunta cómo se puede ser moderado, progresista y de izquierdas jugando a representar en la institución del conjunto de la nación política que es España solo a una parte de los ciudadanos vascos y sus intereses particulares, nunca pensando en el bien común de los españoles, en el progreso en igualdad y libertad de todos los españoles, transformando la cámara de representación ciudadana en igualdad de derechos y libertades en cámara de representación de intereses particulares y particularistas, sin preocuparse por ninguna visión de conjunto.

Hace ya años, algún periodista, no sé si avispado o ingenuo, le preguntó al entonces portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados a qué iban ellos a Madrid. La respuesta fue muy clara: a trincar. ¿A ayudar en la gobernanza del Estado? Suspenso. ¿A consolidar la gobernabilidad del Estado? Suspenso. A apoyar al Gobierno más débil, al que mejor se pueda chantajear a cambio de los poquitos votos nacionalistas. A mirar solo lo que en su visión nacionalista es mejor para la sociedad vasca. Nunca con vistas al conjunto de ciudadanos españoles. Trincar es el verbo que mejor define, mucho mejor que cualquier análisis sociológico o politológico, el comportamiento electoral de los vascos. Éstos votan mayoritariamente la defensa de lo que afirman los líderes políticos y mediáticos, el diferencial en bienestar de la sociedad vasca. Y el garante, el que trae ese diferencial de Madrid, es el nacionalismo. La única competencia que tiene el nacionalismo del PNV es el nacionalismo de Bildu/Sortu. Pero pueden intentar definir el futuro político de los vascos pensando solo en ellos, y no en el resto de vascos no nacionalistas. Es una competencia por el reparto del botín. Solo que unos saben que llevan una rémora que impide que su proyecto sea asumible como legítimo en democracia porque se asienta en la historia de terror de ETA, y los otros saben que tienen también su propia rémora, la conciencia de que la mitad de su electorado sólo piensa en ese diferencial y en nada más. Sobre todo, en ninguna veleidad radical nacionalista.

Los demás son comparsas. El PSE-EE encantado con estar en el gobierno y creer que con ello modera al nacionalismo. Los de Podemos –no sé si se llaman así en Euskadi– descubriendo que su función es mediar entre el nacionalismo radical y la izquierda, olvidando que eso fue lo que intentó ETA en su día, compaginar el imaginario nacionalista y el imaginario socialista-comunista. Pero sabiendo que, llegado el momento, no tienen fuerzas para negarse a hacer frente común en lo que se llama la defensa del autogobierno, la profundización del autogobierno, el aumento de la autonomía. Todo ello basado en otra falsedad, el listado de competencias no transferidas desde tiempo inmemorial, confundiendo intencionadamente competencias propiamente dichas –prisiones y el régimen económico de la Seguridad Social–, con delegación de competencias exclusivas del Gobierno, con competencias de reglamentación etc., que en el fondo no son más que oportunidades de colocación por medio de la creación de nuevos entes administrativos o para-administrativos. Y así todos contentos, tratando de tener algún familiar, amigo o buen conocido que pueda abrir la puerta para acceder a los muchos, muchísimos puestos, que dependen de la buena voluntad de los que mandan, y mandan siempre.

Solo tenemos un problema en Euskadi: como leemos y escuchamos tanto unas frases que poseen el mismo sentido –somos los primeros, somos pioneros, estamos por encima de la media, estamos por encima de la media de cualquier país europeo, hasta Alemania, país que inventó hace muchísimos años la formación profesional dual, tiene envidia de la formación profesional vasca, tenemos más ingenieros que cualquier país europeo, gastamos más que nadie en España en educación y en sanidad– hemos llegado a creer que no tenemos que mejorar nada. Nos ahogamos en nuestro triunfo y en nuestra satisfacción. No existe el más mínimo sentido de crítica. Olvidamos lo que dijo hace ya más de cien años John Dewey, de la escuela pragmatista de Chicago y miembro influyente en el new deal de Roosevelt: «En estos momentos en que lo más necesario es la creatividad y la innovación, lo que más importa es la crítica, y en especial la autocrítica».

Pero en Euskadi la crítica ha sido sustituida por el turiferario, el incensario, y la autocrítica por el botafumeiro. Y aquí seguimos inmersos en una nube de incienso que puede terminar ahogándonos. Pero incluso en ese momento gritaremos: «Somos los mejores».

Joseba Arregi es ex consejero del Gobierno Vasco, es ensayista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *