En Euskadi nada es lo que parece

La mayoría de los medios de comunicación han comentado los resultados electorales de Euskadi como una victoria abrumadora del soberanismo: dos tercios de la nueva cámara vasca serán nacionalistas, más del 60% de los votos han ido a formaciones nacionalistas, el soberanismo -sea lo que sea el soberanismo- estará en la agenda política de los próximos cuatro años. Y es probable que esta interpretación del resultado electoral sea el más correcto y adecuado.

Pero formulemos algunas preguntas: ¿qué ha votado la sociedad vasca el pasado domingo? En primer lugar, algo más del 34% se ha abstenido de votar. Haciéndolo, permiten que los que votan decidan lo que les parezca. Pero no renuncian, porque no pueden, a sus derechos ciudadanos. ¿Qué quieren esos ciudadanos? Difícil saberlo, pero deben ser tenidos en cuenta.

¿A quién han premiado los votantes vascos? En primer lugar a Bildu, colaborador y legitimador necesario de la historia de terror de ETA. En segundo lugar al PNV, siempre crítico con las medidas efectivas del Estado de derecho que han hecho posible la derrota de ETA. Parece que la sociedad vasca castiga a los que más han contribuido a la derrota de ETA, y premia a los que nunca han creído en esta derrota.

Pero ¿en qué condiciones se ha producido ese premio? Bajo la obligación de, al menos, aparentar moderación. Hace algunos años se decía que Batasuna debía bajar a ETA del monte -lenguaje proveniente de las partidas carlistas-, el PNV debía bajar del monte a Batasuna, el PSE debía bajar del monte al PNV etc. El resultado fue que ETA siguió en el monte, y siempre alguno de los que subían a él para intentar bajarlo quedaban seducidos por las bellas perspectivas que se podían divisar desde la cima.

Ahora no se trata de bajar a nadie del monte: se trata de que, ya que algunos -el Estado de derecho y sus defensores- han conseguido que ETA haya sido bajada a la fuerza del monte, todo el mundo, incluida ETA, se quede en el valle. Para eso, los votantes vascos dan el voto a Bildu y PNV, pero a condición de que se muestren moderados. Bildu se pone cara de mujer para aparentar credibilidad en sus mensajes llenos de palabras como acuerdo, respeto, diálogo, construir país entre todos…Y el PNV promete tener los pies en el suelo, buscar acuerdos amplios -lo que significa transversales, no sólo entre nacionalistas-, amabilidad, acuerdos institucionales…

Ambos, PNV y Bildu tienen los votos, pero con la condición de que sigan en el valle, no se echen al monte, se dejen de aventuras, hagan desaparecer a ETA, eso sí, sin obligar a la sociedad vasca a mirarse en el espejo y preguntarse dónde ha estado y qué ha hecho mientras que ETA ha mantenido su vigencia, su terror, y su legitimidad social. Al igual que ETA tuvo que renunciar a sus credenciales revolucionarias para aumentar y consolidar su legitimidad nacionalista, del mismo modo Bildu se tiene que retorcer para aparentar moderación y no asustar demasiado, y el PNV tiene que seguir con su equilibrio de ambigüedad, moviéndose entre la reclamación de un nuevo marco confederal, el subrayado de que lo que importa es salir de la crisis, y la promesa de que lo que se haga se hará en el horizonte de un amplio acuerdo parlamentario entre los partidos.

Diríase que la sociedad vasca juega a la perfección un juego maquiavélico en el que consigue conjugar la apariencia de una amplia mayoría nacionalista con la exigencia de que a nadie se le suban los votos a la cabeza. El PNV no se abraza a la moderación -las primeras palabras de Urkullu fueron para volver a deslegitimar el gobierno del lehendakari López y el Acuerdo de Bases firmado con el PP que sustentaba su gobierno- por una repentina conversión democrática, sino porque sabe que más o menos la mitad de sus votantes no le seguirían en ninguna aventura radical.

Si el voto a Bildu es para que ETA no vuelva a las andadas, si el voto al PNV es a condición de moderar sus planteamientos, ¿qué ha votado la sociedad vasca? Las sumas de parlamentarios electos bajo las distintas siglas es fácil: 27 más 21, 48 parlamentarios de 75 son nacionalistas, lo que le permite a la candidata de Bildu afirmar que ello muestra que en Euskadi hay un pueblo, y al candidato del PNV afirmar que empieza un nuevo tiempo. Pero se podría hacer otra suma: 16 del PSE, más 10 del PP, más 1 de UPyD -dejando ahora de lado entre el 6 y el 7% del voto a formaciones de izquierda no nacionalistas- más la mitad de los parlamentarios del PNV, lo que sumaría 40, algo más que la mayoría absoluta.

Pero en Euskadi nunca es nada lo que parece: hay quien ha votado a Bildu comprando la imagen de moderación de su candidata y creyendo que con ello ayuda a la desaparición de ETA; hay quien ha votado al PNV para que haga de muralla ante Bildu, pero no para que empiece a radicalizarse de nuevo. Nadie, muy pocos en realidad, creían que se podía derrotar a ETA. Ahora todo el mundo se cree actor de esa derrota. La vida diaria transcurre en perfecta y asumida esquizofrenia, conviviendo perfectamente en español y algo en euskera, asumiendo con total normalidad lo que se llama el Estado para no tener que decir España pero sabiendo que se trata de eso, de España, pero haciéndose perdonar esa normalidad manifestando la debida, correcta y exigida distancia respecto al PP.

En Euskadi se puede pasar de creer que ETA es imbatible a reclamar para la sociedad vasca la derrota de ETA; se puede pasar de afirmar que la violencia de ETA es debida a su marxismo y a su espíritu revolucionario a decir que la misma violencia es fruto del conflicto político con España; se puede hablar de memoria y del necesario reconocimiento de las víctimas, pero, a pesar de la estrecha relación que ve el nacionalismo entre violencia y conflicto político, negar cualquier significado político a las víctimas asesinadas; se puede vivir con normalidad la realidad España y al mismo tiempo eludir su representación política.

Es verdad que la sociedad vasca puede estar jugando con fuego. Es verdad que la jugada le puede salir mal algún día por no querer poner las cartas sobre la mesa, por no querer llamar al pan, pan, y al vino, vino, por querer seguir viviendo la vida tranquila sin que se sepa lo que realmente piensa y vive, cómodamente instalada en su propia esquizofrenia.

Pero el juego de la sociedad vasca también entraña peligros para los partidos políticos: porque a unos nunca termina de considerarlos propios -de la misma manera que el Estatuto de Guernica considera al euskera la lengua propia, aunque el castellano sea también cooficial y mayoritaria en el uso-, y a los otros les hace creer y soñar con lo que nunca estará dispuesta a aceptar.

El problema es que no conseguimos que el debate sea en torno a la democracia y al Estado de Derecho.

Joseba Arregi fue consejero del Gobierno vasco y es ensayista y presidente de Aldaketa.

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