En guerra contra Pakistán

Por Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador y especialista en el mundo árabe (EL CORREO DIGITAL, 13/09/06):

Han pasado ya cinco años y Osama Bin Laden todavía no ha sido capturado. Cada día que el organizador del 11-S permanece vivo y libre es un insulto para todos los norteamericanos, pero hace ya tiempo que el Gobierno estadounidense parece desdeñar el asunto. Cuando los norteamericanos atacaron Afganistán, Bin Laden buscó refugio en las montañas de Tora Bora. En diciembre de 2001 la región sufrió bombardeos muy intensivos. Pero al tratarse de una zona montañosa, muy extensa y muy abrupta, EE UU, con Bin Laden y sus hombres refugiados en cavernas y túneles cuya situación exacta se desconocía, podría haber empleado un millón de aviones durante un año entero sin obtener el más mínimo resultado. También se usaron fuerzas terrestres, pero casi todos efectivos afganos y paquistaníes, buenos combatientes en la mayoría de los casos, pero escasos en número, poco coordinados y mal equipados. Los norteamericanos enviaron tan sólo un puñado de sus hombres. Según los periodistas presentes, había más reporteros estadounidenses que militares de su país. Un oficial afgano que participó en la campaña aseguró que sólo intervinieron 60 norteamericanos. Los encargados de organizar la ofensiva pidieron 600 efectivos de las fuerzas especiales, pero recibieron la callada por respuesta. Estas son cifras increíbles. ¿Estamos hablando de la persecución de Bin Laden, el asesino del 11-S! ¿Cualquier líder norteamericano con sangre en las venas habría enviado decenas de miles de hombres y habría empleado todo el dinero y el tiempo que hiciera falta! Pero Estados Unidos tiene los líderes que tiene y ya se ha visto lo que dan de sí.

Tras la campaña de Tora Bora, los norteamericanos dejaron de buscar a Bin Laden, aunque en buena lógica sólo podía estar escondido en Pakistán. Sin embargo, Pakistán tiene armas nucleares y además es oficialmente aliado de Washington, de manera que ni se planteó la posibilidad de molestarle o presionarle. Los norteamericanos no tuvieron ojos para nada que no fuera su vieja obsesión con Irak. La campaña iraquí sirvió además para distraer al público estadounidense de que la ofensiva afgana había fracasado en su principal objetivo, la captura o muerte de Bin Laden. Ahora Bin Laden, de 49 años, permanece escondido en algún lugar de Pakistán, tal vez en las abruptas montañas del norte, cerca de China, aunque otros piensan que podría estar oculto en alguna ciudad importante, preferentemente lo más cerca posible de la frontera afgana, para supervisar la nueva ofensiva talibán.

Los talibanes surgieron como un movimiento de justicieros religiosos frente a los abusos y la depravación de los jefecillos militares que dominaban Afganistán tras la expulsión de los soviéticos. Los jefes guerrilleros mujaidin no fueron capaces de ponerse de acuerdo para crear un gobierno y estalló la guerra civil entre múltiples bandos. De este caos surgieron los talibanes. El Gobierno paquistaní le ofreció apoyo incondicional porque esperaban usarlos para satelizar Afganistán. Muy pronto demostraron que ellos no eran los peones de nadie, sino sus propios amos, creando una dictadura delirante, corrupta y extremadamente represiva que se granjeó el odio de gran parte de la población y no perdía oportunidad de manifestar su hostilidad y desprecio contra el Gobierno laico de Pakistán. Sin embargo, hasta el día de hoy un parte importante del generalato paquistaní y de sus servicios secretos contemplarían la caída de los talibanes como una derrota de Pakistán.

Los oficiales más proclives a los talibanes suelen ser también los más inclinados al integrismo islámico, que progresa a pasos agigantados en las fuerzas armadas, antes monolíticamente laicas. Los talibanes pertenecen sobre todo a la etnia pastún, muy numerosa también en Pakistán. Eso les perjudicó en Afganistán, pues rápidamente el movimiento talibán fue contemplado como una dictadura de la minoría pastún sobre el resto de los grupos étnicos del país. Pero en Pakistán les ha proporcionado refugio seguro y apoyo en determinados sectores de su etnia.

El resultado es que cinco años después de una derrota que debería haber sido definitiva, los talibanes han podido reorganizarse y lanzar una enérgica ofensiva. La reciente proliferación de atentados y ataques ha provocado una lógica alarma, pero no llegarán muy lejos. La situación interna afgana está relativamente estancada y los progresos han sido escasos. El presidente Karzai fue elegido democráticamente por la población, pero su Gobierno ha sido poco eficaz. Aunque Karzai es pastún, muchos pastunes, que en el anterior régimen eran los amos, se creen marginados y criminalizados en el nuevo orden, hasta el punto de que los talibanes podrían capitalizar su descontento. Aún así, los afganos están mucho mejor que antes y nadie quiere una nueva guerra, ni mucho menos la restauración de la dictadura talibán. Las fuerzas multinacionales son un adversario mucho más duro que las milicias de los caciques locales.

La guerra contra los talibanes va a ser larga y difícil porque les respalda nuestro teórico aliado, Pakistán. Su territorio es la base de operaciones y el santuario talibán. Dinero, armas, pertrechos y voluntarios salen de Pakistán para matar a nuestros hombres al otro lado de la frontera. Los enemigos son superfluos cuando nuestros propios aliados nos hacen la guerra, aunque sea mediante intermediarios. Bin Laden debe ser capturado, pero el problema fundamental es Pakistán.