En honor a la verdad

Me sorprendió con agrado, compañera Lidia Falcón, tu demanda de un hipotético homenaje a mi persona (y también te lo agradezco en nombre de Marisa Híjar, nuestra querida amiga tan añorada y que fue tan definitiva en Vindicación Feminista), que requieres en tu artículo de finales de mayo en este diario. Me sorprendió por inusual. Y gracias por desningunearme, aunque, ¿sabes? --y claro que lo sabes, porque nos conocemos bien-- no me atraen los homenajes, ni las famas. Tan solo me apetecería algo parecido a ser un poco popular entre mi gente, como diría nuestro poeta del pueblo.

Verás, Lidia, contemos de verdad la verdad. Es cierto que Vindicación Feminista nació gracias al esfuerzo tan duro e inconmensurable de las dos. Tú andabas buscando créditos en cada banco de todas las esquinas, siempre, y todo hay que aclararlo y restituirlo, gracias a los avales de tantas compañeras implicadas en el proyecto a quienes, por cierto, nunca les pudimos devolver ni un duro.

Y, como tú, yo también anduve, por mi parte, pidiendo la inteligencia, la profesionalidad, su bagaje cultural, de tantas buenas escritoras --ya famosas en aquellos tiempos-- sabiendo que sin su apoyo, sin su participación ideológica y cultural y sabia, ni con toda la gran ilusión del mundo hubiéramos podido ni crear la cabecera de la revista. Llevo años, tantos años, asombrada por tu rapto persistente del protagonismo de Vindicación que ya casi no me incumbe ni me sorprende. Pero también, como tú dices, a veces resulta demasiado "largo estar callada". De repente, me siento dispuesta a intervenir en tu monólogo sobre lo de "Vindicación soy yo" para recordarte, a ti y a tus biógrafas y entrevistadoras incondicionales, que este liderazgo que afirmas tener en la revista, no te corresponde del todo.

Recordarte que aquella gran revista llamada Vindicación Feminista --predecesora de todos los movimientos feministas que brotaron en la década de los 70 -- no la hiciste tú, compañera, ni por supuesto yo tampoco. Tenemos que ser decentes y reconocer de una vez por todas aquella larga lista de un equipo entregado, sin el cual ni tú ni yo no habríamos sido nada. Fueron: Toni Miserachs, en el diseño, Marisa Híjar, subdirectora imprescindible. Y Soledad Balaguer, Núria Beltràn, Asunción Valdés, Mª José Ragué, Paloma Saavedra, Sara Presunto, las tres hermanas Alberdi (Cristina, Itziar e Inés), Magda Oranich, Beatriz de Moura, Victoria Sau, Carmen Sarmiento, Rosa Montero, Nativel Preciado, Empar Pineda, Maria Favà, Regina Bayo, Montserrat Roig, Maruja Torres, Colita, Antonina Rodrigo, Maite Goicoechea y Gumer Fuentes... Una lista espléndidamente interminable.

Y esta es la única verdad. Y es que, ahora mismo, en Barcelona, al final del recorrido por la interesante Exposició de Dones, en el Museo de Historia, organizado por el Institut de la Dona, te veo a ti, retratada como autora indiscutible de Vindicación. A ti, plenipotenciaria y a ninguna otra de todas las demás. También acabo de leer el libro sobre el feminismo escrito por la dulce Mary Nash, catedrática de Historia, basado esencialmente en tu figura como fundadora e impulsora de nuestro proyecto común y colectivo. Ya sé que de ello tú no eres la responsable directa, pues cada escritora es muy libre de utilizar sus particulares partidismos. Pero es que también es cierto que en otros ensayos y en otros artículos sobre ti, y en tus apariciones en los programas de televisión y de radio, solo prevaleces tú como impulsora única de aquel hermoso y valiente proyecto.

Pero debo recordarte el durísimo final de aquella historia, porque llegó el declive y llegaron las deudas y llegó el desahucio y llegó el embargo de todos nuestros muebles. Tú, la capitana, ya habías abandonado el barco unos meses antes. Aquellos hombres del vergonzante desalojo me dejaron solo una silla en aquel despacho de la revista. Porque con el fracaso tú no juegas, ni a fundadora ni a presidenta ni a creadora ni a impulsora. Ya estabas apostando en otra ruleta. Aquella tarde del desamparo solo una mano se apoyó sobre mi hombro y sentí muy profundo el calor energético de Amalia Prat, el gran pedestal inamovible de nuestra aventura vindicativa, incluso escuché una tonada, algo así como "begin the begin..."

Por supuesto, no abandonaste la finca sin nada: en el bolsillo guardaste mi frase más querida ("poder y libertad") y con ella seguirías tu nueva andadura. Nada menos que la cabecera de tu próxima revista y que Dios guarde por muchos años.

Lo que ocurre, pero, es que en este país y en cualquier país del mundo, el ninguneo hacia las mujeres se practica con una repugnante normalidad patriarcal. Sin ir más lejos, acabo de recibir una carta de mi amiga Marta Martínez Valls, desde París. Me pide ayuda para su tesis en La Sorbona, sobre la mujer española en la democracia. Me dice que en la biblioteca más famosa de Europa no encuentra tu libro capital, La Razón Feminista. Me pide que se lo guarde con cuidado porque, en todas partes le dicen que está agotado y que nunca se ha re-editado. La he tranquilizado y le he comunicado, honestamente, que este libro es para mí como de cabecera y que en él aprendo todos los días sobre la ideología feminista más trascendente.

Ello me lleva a escribir una carta a nuestra flamante ministra para la Igualdad, para demandarle la reedición de tu libro, imprescindible para entender y razonar contigo el gran porqué de la afrenta universal del hombre contra la mujer. Y sugerirle un urgente decreto para que La Razón Feminista esté presente en todas las escuelas y universidades, bibliotecas, institutos de la mujer y servicios sociales de los ayuntamientos.

Que una cosa es la desmemoria de historias de la vida y otra reconocer la imposibilidad de militar en el feminismo sin contar con tu libro fundamental.

Carmen Alcalde, periodista.