En la encrucijada

Tres meses después de las pasadas elecciones autonómicas, no hay Gobierno en Cataluña. A pesar de los esfuerzos denodados del president Mas y de su grupo parlamentario, Junts pel Sí, ha sido imposible hasta la fecha su investidura. El resultado electoral ya presagiaba tal cúmulo de dificultades y las declaraciones de los líderes de la coalición en las horas siguientes hacían entrever que los dos diputados que faltaban para la investidura de Mas deberían proceder de la CUP. ¿Había otras alternativas? Probablemente, sí, pero exigía de Junts pel Sí -y especialmente de su presidente- una lectura distinta del desenlace electoral.

No me pareció adecuado que las elecciones del 27-S fueran entendidas, y así lo hice constar reiteradamente donde procedía, como un plebiscito. Nunca lo fueron. No obstante, si se admitía que lo eran, y se trabajaba para que lo fueran, la valoración que debía hacerse del resultado de las elecciones había de ser forzosamente distinta de la que se produjo, oficialmente, con un incomprensible grado de autosatisfacción.

En la encrucijadaA mi juicio, tal plebiscito no se había ganado, a pesar del meritorio resultado de las candidaturas nacionalistas, y era justo reconocer que el proceso necesitaba, eventualmente, para su consolidación, una marcha distinta. Se podía admitir -y debía hacerse- que si el pueblo de Cataluña había respondido con más equilibrio del esperado al planteamiento independentista resultaba prudente tomarse el tiempo necesario para evaluar la situación y analizar cómo había que seguir, moderando todas las expectativas. Y hacerlo, en cualquier caso, con tino y prudencia.

El president Mas y la dirección de Junts pel Sí prefirieron interpretar aquel resultado como una gran victoria electoral y la confirmación, inobjetable, de que el sentir de los catalanes hacia el proceso era mayoritario; se necesitaba seguir empujando en la misma dirección. Tal determinación impedía e impide buscar socios parlamentarios que no estuvieran cabalmente comprometidos con la lucha por la independencia. Ninguna negociación, ninguna transacción era posible con ellos. Para el acuerdo, sólo restaba un complejo y difícil aliado: la CUP.

Esta fuerza política declaradamente anticapitalista, antieuropea y antisistema entendió rápidamente que debía aprovechar su oportunidad y accedió de buen grado a la negociación con Junts pel Sí, a pesar del carácter burgués de sus representantes políticos, aceptándolos sin importarles que fueran los paladines de las clases medias catalanas. Para unos la independencia, para otros la revolución y para todos un planteamiento draconiano de negociación fueron dando a la CUP argumentos sucesivos y exigencias crecientes, aceptándose con malhumorada resignación por los negociadores. El resultado de la misma era desde luego importante, y lo sigue siendo, pero la CUP sabía que tenía en la mano una impagable campaña de agitación y propaganda para la proyección de sus siglas y de sus tesis. Jamás hubiera creído la CUP gozar de tan extraordinaria posibilidad. Creciendo repentinamente su conocimiento e influencia gracias a los medios de comunicación, Mas y Junts pel Sí les brindaban una ocasión única.

Se trataba, y se trata, de hacer durar al máximo el debate con toda la parafernalia propia de ese tipo de situaciones, batallando para desgastar primero a Mas y luego a la coalición. Una estrategia legítima que chocaba, eso sí, con los intereses generales del conjunto de la ciudadanía de Cataluña y con los particulares de Mas y su grupo parlamentario. Esa estrategia ha tenido, en el inverosímil empate técnico final, un colofón que no es una casualidad, como argumentan los dirigentes de la CUP, sino un designio político largamente meditado. Se producía una nueva vuelta de tuerca para las aspiraciones de unos y otros. Una semana más para evaluar las posibilidades que las elecciones anticipadas podrían brindar a un gobierno de Frente Popular.

¿Por qué el president Mas se ha dejado envolver por esta estrategia, a todas luces beneficiosa para la CUP y perjudicial para Junts pel Sí? Hay valoraciones diversas y a menudo, contrapuestas. En mi opinión, ello no tiene que ver con una obcecada voluntad de Mas de ser presidente de la Generalitat a cualquier precio, pagando uno altísimo, en términos de agresión y humillación políticas infligidas por los revolucionarios de la CUP. Más bien, guarda relación con la orientación estratégica de Convergència Democràtica y Junts pel Sí en defensa del proceso político hacia la independencia de Cataluña. Estrategia que ha venido desarrollándose desde el 9 de noviembre de 2014.

Creen buena parte de los dirigentes de CDC y ERC que ningún precio a pagar es excesivo si se puede seguir con la estrategia independentista diseñada. En términos políticos, Mas sabe que una hipotética declaración de independencia en el Parlamento catalán tiene que contar obligatoriamente con el resuelto apoyo de la izquierda radical. Probablemente, ha intuido y verificado, que la vía hacia la independencia de Cataluña no podrá acordarse nunca con los Gobiernos españoles y que sólo su obstinación resulta una garantía suficiente para cumplir con su hoja de ruta. Él cree, sinceramente, que su orientación representa, mayoritariamente, el sentir de los catalanes. De ahí su tenaz negativa a aceptar que el plebiscito haya fracasado en Cataluña. Las consecuencias de esta visión resultan, a mi juicio, letales para Cataluña y para el derecho a decidir -que sí representa el sentir mayoritario de los catalanes y catalanas-. En menos de un año, Artur Mas ha cambiado el horizonte del derecho a decidir de todos los catalanes por la hipotética asunción de la separación de España, anhelada por una parte de los mismos.

De todas las muchas lecciones que cabe extraer del periodo 2012-2015 destaca, por encima de todas, el sesgo inevitablemente izquierdista de la marcha hacia la independencia. La historia de Cataluña es rica en ejemplos que demuestran que izquierda, independencia y la pretendida revolución han ido de la mano en los momentos históricos más intensos. ERC sabe perfectamente de lo que habla. Sin desobediencia, deslegitimación, sin creciente agitación popular, sin un Parlament que apruebe declaraciones como la del 9 de noviembre, la ruta hacia la independencia es poco menos que imposible. Finalmente, el elemento dinamizador del proceso resulta ser, no tan paradójicamente, la CUP. Mas, Junqueras y los dirigentes de la izquierda anticapitalista lo saben.

Habrá que admitir que difícilmente es posible un camino pacífico, legal y pactado con el Estado español para la independencia de Cataluña; y sólo la izquierda más radical, y la menos, está dispuesta a dar esta impronta cualitativa al proceso. Para Mas y Junts pel Sí, la CUP no es una posible opción, entre otras, es más bien una necesidad ineluctable en esta circunstancia histórica, de la que probablemente hubieran querido prescindir en otros momentos, pero la política, como ustedes saben, brinda, a menudo, extraños e incómodos compañeros de cama.

No sabemos el desenlace final porque también en la CUP las contradicciones entre independencia y revolución están ahí más vivas que nunca, pero en cualquier caso, tiendo a pensar que finalmente sólo el cálculo electoral moverá a la CUP en una dirección o en otra. Pero ese tema, bien delicado, ha de ser objeto de otro comentario.

Antoni Fernàndez Teixidó es economista y fue afiliado a Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) hasta el pasado 6 de noviembre, fecha en la que dejó todos sus cargos en el partido.

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