En la encrucijada

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: Juan Gabriel López Guix (LA VANGUARDIA, 21/07/05).

Los atentados que sacudieron Londres el 7 de julio y causaron más de cincuenta muertos y setecientos heridos han puesto de manifiesto de forma dramática que la progresión del terrorismo es más rápida que la de la guerra contra el terrorismo.

George W. Bush ha justificado con frecuencia la guerra de Iraq afirmando que era preferible combatir a los terroristas en ese país que verlos atacar el mundo occidental.

"Iraq se ha convertido en un campo de entrenamiento de extremistas islámicos más eficaz que Afganistán". Esta constatación terrible, realizada en junio del 2005, procede de la CIA, de la cual ni los más inflexibles neoconser-vadores se atreverían a decir que está dirigida por antiestadounidenses. Ahora bien, al mismo tiempo el presidente George W. Bush declaraba: "Nuestra política está teniendo éxito y vamos a cumplir nuestra misión en beneficio de la paz mundial".

Londres se ha visto golpeado como nunca por los atentados en el momento en que Tony Blair recibía al G-8 y acababa de obtener para su país, tras una feroz competencia, el derecho de organizar los Juegos Olímpicos del año 2012.

Los atentados no corren el riesgo de debilitarlo en un primer momento. La reacción de los británicos será la de no ceder al chantaje; sin embargo, más allá de la emoción y la solidaridad necesaria que conducen a rechazar sin paliativos los atentados, resulta necesario reflexionar. Aunque las autoridades británicas excluyen toda relación entre los atentados y la guerra de Iraq recalcando que el terrorismo islámico ya existía mucho antes del 2003, es difícil no establecer un vínculo entre ambos. Es cierto que a Tony Blair -al que la población británica reprocha ya su compromiso con los estadounidenses en Iraq- le resulta imposible admitir públicamente que esta guerra no ha reforzado, sino que, al contrario, ha debilitado la seguridad de Gran Bretaña.

Es evidente que el estallido de las hostilidades contra Iraq no hizo nacer el terrorismo islámico, pero cómo no ver que esa guerra ha venido a amplificar algo que ya existía... Que ha venido a arrojar gasolina sobre las brasas ya incandescentes de las relaciones entre el mundo occidental y el mundo musulmán.

Y por eso Tony Blair considera crucial atacar las raíces profundas del terrorismo; en especial, la ausencia de democracia y el conflicto de Oriente Medio.

"Creo que este tipo de terrorismo tiene raíces muy profundas. A la vez que se tratan las consecuencias, intentando protegernos tanto como pueda hacerlo una sociedad civil, hay que remontarse a las raíces. Eso significa un reforzamiento del diálogo entre los pueblos de diferentes religiones, ayudar a los pueblos de Oriente Medio a encontrar un camino hacia la democracia y la solución del conflicto pales-tino-israelí", declaró al día siguiente de los atentados.

Blair ha comprendido perfectamente que, más allá del necesario combate contra el terrorismo, hay que reducir las fuentes de frustración que permiten a Bin Laden o sus partidarios encontrar un eco entre las masas árabes o musulmanas. Y que intentar resolver esos problemas no supone legitimar el terrorismo ni ceder al chantaje, sino, por el contrario, combatirlo más eficazmente. Sin embargo, para los neocon-servadores estadounidenses, lo que tenemos delante es odio a la democracia y a los valores occidentales. Así que hay que entablar un combate frontal con medios militares. Es la guerra contra el terrorismo o una nueva guerra mundial. El problema es que, al atacar los efectos (los atentados) sin ocuparse de las causas, Estados Unidos alimenta lo que se supone que combate.

Y ésta es la encrucijada en la que se encuentra el primer ministro Tony Blair. Tiene un diagnóstico exacto; pero, debido a la posición estadounidense, debe contentarse con emitirlo sin poder hacer nada. Para pasar de la constatación a la aplicación de remedios, tendría que lograr que Estados Unidos cambiara de política internacional. Por ahora no lo ha conseguido. Y como Estados Unidos da por descontado el apoyo británico, Blair no tiene ninguna posibilidad de lograr una modificación de la postura estadounidense.

Tony Blair podría ser el nuevo líder de Europa en un momento en que el presidente francés Jacques Chirac se encuentra debilitado por el referéndum y se da a Gerard Schroder por derrotado en las elecciones de septiembre. Sin embargo, para ello tendría que abandonar su seguidismo con respecto a George W. Bush. Esto último no sólo ha debilitado la seguridad de Gran Bretaña, sino que lo priva de una mayor influencia. Ayuda al desarrollo, lucha contra la degradación del medio ambiente, conflicto de Oriente Medio, George W. Bush no ha cedido en nada a las demandas de Tony Blair.