En la guerra influyen la bolsa y la vida

Por Antonio Franco, director de El Periódico (EL PERIODICO, 23/03/03):

Hay que tener la máquina de calcular a mano, ideas claras y muchos reflejos. El que se equivoque puede arruinarse. A ver si lo memorizan: la bolsa sube si el misil toca a un camión cargado de soldados iraquís, pero la bolsa baja si lo dañado es una refinería de petróleo. Hay que saberlo. Pueden perder mucho dinero si se desconoce esa regla.

De todos modos, las autoridades norteamericanas han tomado las precauciones necesarias para defender a los inversionistas. No estoy en condiciones de decir si ha sido George Bush personalmente, o si es iniciativa del eficiente Donald Rumsfeld, pero el Pentágono, nuestro mejor ángel de la guarda, hace esta guerra con medidas concretas para mantener la estabilidad financiera mundial. No ha esperado a que se lo sugiriesen sus colaboradores del siempre atento Fondo Monetario Internacional.

ME ATENGO a los hechos. En esta ocasión los primeros paracaidistas no han sido lanzados como otras veces para proteger las zonas donde residen, por ejemplo, los kurdos, posible objetivo de Sadam si decide despedirse del poder echando gas mostaza a sus enemigos interiores.

Los primeros paracaidistas han caído, como ustedes saben, sobre los pozos petrolíferos. Para protegerlos, para que el terrorismo iraquí no provoque un tirón inhumano en el precio del crudo. El eje del bien, además de virtudes, tiene sentido práctico. Los hombres y armas de EEUU, el Reino Unido y Australia, junto con la palabrería de España, velan para que esta guerra sea una actuación humanitaria. Por un lado, en defensa del Derecho Adquirido a Gasolina Accesible de los industriales y consumidores del mundo libre. Por otro, para darle derechos humanos a los iraquís. Tendrán democracia. Pronto, muy pronto, en cuanto acaben las lógicas e inevitables molestias que suelen comportar las gestas de los héroes militares, disfrutarán probablemente de libertades y estructuras representativas tan sólidas como las de sus vecinos kuwaitís, a quienes ya les devolvimos la democracia hace unos pocos años.

Los españoles debemos estar orgullosos de nuestro Gobierno. Ahí hay gente lista y precavida que no dejó para mañana lo que pudo hacer ayer. Lleva semanas estudiando el tema de la reconstrucción de lo que los norteamericanos todavía no han destruido, de lo que, modestia aparte, con la contribución que hemos hecho desde la ONU y la UE, podemos decir que "vamos a destruir". Se ha trabajado a fondo para que podamos entrar en el negocio. José María Aznar, en particular, ha hecho todo lo posible. Sólo crea algún recelo el temor a que Ana Palacio haya sobreactuado demasiado. Podríamos pagarlo. Igual Bush cree que nuestra adhesión es tan sincera y desinteresada que en realidad no queremos nada. Si calase esa idea de que a nosotros nos tiene gratis, a lo peor preferirá darles las buenas tajadas a los franceses, rusos y chinos para recuperar su cariño. Además hay razones estratégicas: Aznar ya está en la Historia, con mayúsculas, pero nosotros, como país, quizá dejemos de estar en el Consejo de Seguridad, que es donde se ganan los pulsos del gran tráfico de influencias, mientras Francia, Rusia y China continuarán allí.

ES UNA PENA que Irak lo esté pasando tan mal. Los españoles no podemos dejar de pensar en la poca gracia que nos hubiese hecho si nos hubiesen liberado así de Franco. Y a los norteamericanos seguro que tampoco les gustaría que, como decía la carta de un lector de este diario, hiciesen eso con Nueva York en el caso de que Bin Laden se parapetase allí del modo como Sadam se ha parapetado en Bagdad. Por otra parte, el avance de la ofensiva va muy rápido y no aparecen por ningún lado para frenarla las siniestras armas de destrucción masiva que teóricamente han provocado el ataque. Igual había algún error de información, igual todas las pruebas inculpatorias eran tan falsas como aquéllas que se demostró que habían sido fabricadas -y mal- a propósito.

Por otra parte, también sabe mal que el forcejeo político para evitar el conflicto haya creado un cisma tan profundo como el que ahora vive la UE. Las imágenes televisadas mostrando que Aznar, dejado bastante solo, no concitaba anteayer ni entusiasmos ni simpatías entre sus colegas europeos, daban que pensar. Igual esta guerra salva las bolsas y genera buenos negocios, pero provoca daños colaterales. Nada es perfecto.

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