En la muerte de Ruth Bader: "God save us!"

Pocas veces los magistrados se convierten en iconos para un pueblo. Casi ninguna, en iconos para el mundo. El 18 de septiembre, a sus 87 años, pero de forma paradójicamente prematura, murió una estrella. Ruth Bader Ginsburg, la magistrada progresista que mantenía la balanza de la justicia del país más poderoso del mundo, ha perdido la batalla frente al cáncer de páncreas.

Una batalla que gran parte de la sociedad siente que ha perdido como tal. Las redes se están llenando de elegías diversas, mutadas en prosa y en imágenes, con un comentario frecuente: “God save us!”. El fiel de esa balanza se ha desplazado con la muerte de Ruth y el dedo de Trump lo presiona más, cargando el platillo de la desigualdad.

Ella era consciente de la importancia de su permanencia en el Tribunal Supremo de Estados Unidos, compuesto por nueve magistrados, de los que, hasta hoy, cinco eran conservadores y cuatro progresistas. El sistema de nombramiento es presidencialista y se hace con carácter vitalicio.

Ella fue la segunda mujer en consolidar ese puesto en el Alto Tribunal. Fue nombrada por Bill Clinton en 1993, sucediendo en el cargo a Byron White. Para entonces, ya llevaba trece años como magistrada del Tribunal de Apelaciones del Distrito de Columbia, nombrada por el presidente Carter.

A veces, sentir el temblor de una sociedad democrática como la americana nos hace valorar los cimientos garantistas españoles, aunque nuestro paso cotidiano nos haga percibirlos como una debilidad. Leer en los perfiles de estadounidenses relevantes un “¡Que Dios nos coja confesados!” (traducción coloquial del “God save us!”) hace tomar conciencia de la importancia de la estabilidad de las instituciones para la preservación y el crecimiento de las naciones.

Tal vez por eso, la magistrada, tan pequeña y tan grande, de voz templada y firme, también se arrepintió de algunos de sus comentarios, por haberlos hecho ocupando una responsabilidad tan alta. En las elecciones presidenciales de 2016, dijo que Trump era un “farsante”. Inmediatamente, se retractó.

La vis crítica de la valiente abogada que fue, atropelló a la prudencia de la impecable magistrada que era. Pero desdecirse no borra la intención del comentario de alguien que no hablaba sin pensar.

En 2018, con 85 años, sufrió una aparatosa caída, con lesiones de tal entidad que hacían previsible su dimisión. Sin embargo, su tenacidad y el sentido de la importancia de resistir hasta la eventual llegada de un gobierno demócrata, manteniendo el equilibrio de la balanza, la llevó a continuar. Incluso anunció que no colgaría la toga hasta los 90 años.

Cuando le han preguntado a Trump sobre su fallecimiento no ha podido ser más parco: “Una mujer increíble” con una “vida increíble”. Una declaración vacua para un personaje de trascendencia histórica. Apenas un elogio furtivo que trasluce la euforia de la oportunidad que le abre la muerte de una rival ideológica.

Pero el nombre de la magistrada ya llevaba décadas dando titulares. Sus frases, sus citas, su estilo se volvía viral en cuanto aparecía en las redes. Hace siete años, cuando Ruth era ya octogenaria, una alumna de Derecho, Shana Knizknik, construyó en una red social un perfil con las iniciales de la magistrada y un juego de palabras con el nombre del rapero Notorious BIG, asesinado en 1997 y paisano de Bader, porque era originario de Brooklyn como ella.

‘Notorious RBG’ pasó a tener una línea de merchandising (ella misma, con gracia, solía regalar sus tazas y camisetas) y se convirtió en un referencia habitual en las redes. En las manifestaciones su nombre e imagen se asociaban a la lucha resistente y resiliente por los derechos civiles y políticos; y hasta la actriz Kate McKinnock hizo, durante un tiempo, una imitación suya en Saturday Night Live.

Cuando se habla del activismo feminista de la magistrada, hay que subrayar que en su haber cuenta con una de las sentencias pioneras en materia de género en Estados Unidos. Esta sentencia tuvo una peculiaridad: su cliente era un hombre.

La vis crítica de la valiente abogada que fue, atropelló a la prudencia de la impecable magistrada que era

Defendía la igualdad entre los hombres y las mujeres. En la década de los 70, se entendía que el cuidado de familiares (de los padres en concreto), estaba atribuido a las mujeres, siendo incomprensible para el legislador y la judicatura que un hombre dedicara su vida a ocuparse de sus progenitores enfermos.

Bader ganó en el Tribunal Supremo y consiguió la prestación pública que reclamaba su cliente, consiguiendo que cambiara la doctrina. Este caso ha sido llevado al cine en Una cuestión de Género (On the basis of sex era su título original), con Felicity Jones, encarnando a la entonces joven abogada.

En el momento final de la película, un magistrado del Tribunal Supremo –del que veinte años más tarde, ella formaría parte-, le alerta sobre la inexistencia de la palabra “mujer” en la Constitución. Ella responde que tampoco la palabra “libertad” figura en la norma suprema.

Bader Ginsburg nunca olvidó que su trayectoria fue el resultado de un trabajo en equipo. No era solo Bader, era también Ginsburg. Martin Ginsburg, fue el amor de su vida, el hombre que creyó en ella y le dijo que lo inesperado era alcanzable con tesón y que no tuvo reparo en seguirla a Washington para facilitar su progresión profesional. De hecho, una vez allí, y como muestra el documental de Movistar+, RBG, Jueza Icono, la prioridad del matrimonio era la carrera de Ruth.

Clinton cuenta en el reportaje la campaña que “Marty” Ginsburg realizó en favor de su esposa. De hecho cuando, en 1993, Ruth se convirtió en la segunda Magistrada en el Tribunal Supremo de Estados Unidos, el brillante abogado se dedicó a hacer tartas para los demás magistrados, para sus amigos y para sus nietos. Llegó a publicar un libro de recetas, titulado ingeniosamente, Chef Supreme. Martin Ginsburg la quiso y la admiró hasta el día en que murió, hace diez años.

En un mundo que entonces era de hombres, Ruth tuvo la suerte de poder aprender de muchos de los que se cruzaron en su camino. Por supuesto, de aquellos que le cerraron puertas por ser de las primeras en llegar a todo. Pero también le sirvió para adquirir su pluma afilada haber tenido el privilegio de contar entre sus grandes profesores con Vladimir Nabokov.

Ginsburg estudió en Cornell, Harvard y Columbia, donde finalizó sus estudios. Ella siempre reivindicaba su licenciatura en Columbia cuando se pretendía asociarla a la supuestamente más prestigiosa Harvard. Nunca olvidó que, cuando parecía que las mujeres usurpaban plazas a los hombres en las facultades de Derecho, fue en Columbia donde se tomaron en cuenta sus circunstancias personales.

Muchas personas no olvidan la dedicación de esta mujer a su deber, con sentido socrático, y hoy, pese a las limitaciones de la pandemia, se ruega por su alma, se celebra su vida y se cruzan los dedos por el futuro de la Justicia en Estados Unidos.

En un mundo en el que se camina hacia un Ius Constitutionale Commune, a través de los tres sistemas de Derecho Internacional, americano, europeo y africano, Estados Unidos impregna nuestra vida, actuando en ocasiones, como un capitán Araña que embarca a los demás sin embarcarse él. Por eso, tantos pensamientos desde diferentes lugares del planeta anhelan que la marcha de RBG no desequilibre la balanza y que se imponga la independencia de la Justicia frente al poder político.

Poco cabe añadir a las palabras de John Roberts, presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos: “Nuestra nación ha perdido a una jurista de talla histórica, en la Corte Suprema hemos perdido a una querida colega. Hoy lloramos, pero con la confianza de que las generaciones futuras recordarán a Ruth Bader Ginsburg como la conocimos: una incansable y resuelta defensora de la justicia”.

Cruz Sández de Lara es abogada, presidenta de THRibune for Human Rights y diplomada en Estudios Avanzados en Derecho Internacional de los Derechos Humanos y Derecho Humanitario por la American University de Washington.

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