En la muerte de un editor

La cosa más chocante de la profesión de editor consiste en la cruel constatación de que se dedican a productos imperecederos, es decir, libros, y hete aquí que su vida se olvida en el momento que abandonan el puesto de mando, ya sea por ruina o por fallecimiento. Gremio curioso el de los editores, e ignoto. Si no fuera porque algunos nos han brindado memorias, a menudo melindrosas, apenas si tendríamos bibliografía sobre ellos. La adaptación del viejo refrán le va como de perillas al mundo de los editores: en casa del herrero, cuchara de palo. Digo más, puestos a rememorar libros de escritores dedicados a desgranar el mundo editorial, no encuentro ninguno. Quizá los haya, pero no los recuerdo. ¿Por qué los novelistas, que han escrito sobre pintores, fontaneros, criadas, marqueses, militares, curas, gángsters, financieros, putas, periodistas... han procurado no entrar en el mundo de los editores, que por cierto es el más cercano a ellos mismos?

La verdad es que no sabría dar una respuesta, entre otras cosas porque es la primera vez que me lo pregunto, y creo que tampoco se me habría ocurrido de no ser por la reciente muerte de Toni López Lamadrid, editor de Tusquets e incluso amigo.

Mientras ejercen su función de empresarios del libro se les corteja como queridas a las que hay que seducir, y se les teme y se les adula; siempre y cuando estén ellos delante. La concepción del editor como vaca lechera a la que cualquier paisano aspira a ordeñar es una constante del mundo editorial. Posiblemente tenga algún parecido con los banqueros, a los que todos contemplan siempre bajo el prisma unívoco de susceptibles suministradores de dinero. Quizá esta similitud aparencial con los banqueros es lo que les da a los editores su carácter de implacables. Porque todo editor es un perro en la administración de su dinero, y si no lo es, será un mal editor y acabará quebrando; no es que la naturaleza perruna se traduzca en éxito, sino al revés, sin lo del perro no hay negocio que prospere, y la edición es un negocio, peculiar, pero negocio. Allí donde se necesite contabilidad, debe y haber, gastos y ganancias, hay un negocio.

Toni López fue un peculiar representante del empresariado cultural español, fundamentalmente porque producía libros y porque junto a la fundadora, Beatriz de Moura, consiguió consolidar una editorial que devino emblemática, Tusquets Editores. También tenía una especial capacidad para apostar, cosa que en el terreno de la cultura y los negocios es harto arriesgado; quien apuesta, gana o pierde, cosa que él conocía muy bien por su nada feliz experiencia de visitante de casinos. Las empresas, conviene recordarlo, en general no apuestan nunca, aunque lo crean. Usan una versión torticera del apostar; creen que apuestan cuando lo que hacen es invertir. Una cosa es invertir y otra apostar, hay una diferencia nada sutil.

Para un observador de la política cultural en Catalunya, una figura como la de Toni López constituye una rareza, porque de atender a los medios de comunicación en este entrañable país se creería que apenas hay cultura fuera de la avalada y abonada por la Generalitat y los ayuntamientos.

Y no sólo no es verdad, sino que es la prueba fehaciente de ese prodigio que nos pasma a algunos, Toni López entre ellos, que es el haber convertido a Catalunya en un auténtico filón para la extorsión y la estafa cultural. El desprecio de Toni López por la cultura oficial catalana le daba ese aire raro que nos queda a más de uno al soportar dos mundos a la vez sin estar locos. Sospecho que debe de ser algo común en otros editores, por más que sea un tema intocable por razones de fuerza mayor. Esa sensación de perplejidad que sentimos algunos cuando nadie quiso darse por aludido al tener conocimiento de que para la Generalitat, por boca nunca desautorizada de Carod-Rovira, los que escribimos en castellano en Catalunya equivalemos a los turcos en Alemania. Silencio total. Al fin y al cabo, la parte del león de las subvenciones de la Generalitat para la cultura pasan por Esquerra Republicana.

Ahí está otro rasgo que me llamó la atención de Toni López. La ausencia de esa cobardía moral que se escuda siempre en las disculpas. Es verdad que los ricos tienen mayores posibilidades éticas, eso que algunos denominan dignidad, pero no será por las muchas veces que la han practicado, pues si bien es cierto que una hacienda saneada permite la libertad, la historia demuestra que allí donde hay dinero hay mayor desvergüenza por aumentarlo. Siempre consideré que la pregunta de Scott Fitzgerald a Hemingway sobre si los ricos eran como nosotros tenía una respuesta muy diferente a la que le dio el arrogante cazador. Son diferentes, en casi todo. Me gustaría desarrollarlo en el caso de Toni López, pero no viene al caso. Pero sí apuntar algo importante: igual que los perezosos mentales señalan las ventajas del rico frente a la moral - ya Bertolt Brecht escribió de eso y muy bien-hemos de admitir los riesgos sociales del rico frente a la irresponsabilidad asumida del pobre de solemnidad.

Había algo en Toni López que me gustaba especialmente, su valor. Una valentía, sin arrogancia y sobre todo sin exhibición. Fue efímero militante del PCEPSUC en aquella época en la que ser comunista en España era un orgullo y un riesgo sólo asumible por muy pocos. Su casa sirvió como primera residencia de Santiago Carrillo cuando pasó la frontera clandestinamente en 1976. Siempre pensé lo que hubiera sido el titular del momento: Detenido Carrillo en la casa de un descendiente del marqués de Comillas.No se habría conocido escándalo mayor desde que la policía detuvo como militante comunista a Daniel Lacalle, hijo del ministro franquista del Ejército del Aire, Lacalle Larraga. Toni me contó que se había encontrado hacía poco con Carrillo y que Santiago se dirigió a él en su mejor estilo: "Tu cara me resulta conocida".

Se convirtió en mi editor un martes 7 de abril de 1992, por sugerencia de Jorge Semprún, y asumió publicar un libro por el que nadie estaba interesado, Ortega y Gasset y la cultura del franquismo.Tardé muchos años en terminarlo y cuando salió tuvo tantos problemas que yo siempre pensé que se había arrepentido de editarlo. Hace unas semanas me lo negó, y vivamente. Yo lo hubiera entendido. Primero fue la jugada de Luis María Anson, siempre tan solícito, que había pedido la exclusiva de presentar un adelanto del libro en el suplemento cultural de Abc.La semana que debía hacerlo renunció alegando que se abría una feria de arte y carecían de espacio. Así impidió que cualquier otro pudiera hacerlo en su lugar; exceso de celo, porque nadie estaba dispuesto. El País decidió que dada la implicación de los Ortega con el diario, el libro no existiría.

En España, no digamos ya en Catalunya, aún se puede hacer eso de que un libro o un autor dejen de existir, aunque el libro acabe de editarse y el autor esté vivo. Y así hubiera ocurrido de no ser porque a Beatriz de Moura y a él se les ocurrió enviarle un ejemplar a Vargas Llosa, que entonces residía en Berlín, y que no estaba al tanto de esas cominerías. Tiene gracia la cosa, porque a Vargas Llosa le debo que el libro existiera un poco, aunque fuera para decir las mayores perrerías. ¿Y qué añadir de los amigos, suyos y míos? De lo que dijeron y no hicieron, los Javier Pradera, Carlos Castilla del Pino, y otros que no merecen ni la cita.

Los disgustos no compensaban las ventas, pero lo llevó con dignidad, siguiendo esa tónica de ser espléndido y benevolente con los amigos, y desdeñoso de los conflictos y las agarradas, hasta el punto de que uno tenía la impresión de que para Toni López los enemigos no existían, los había borrado de su horizonte. Quizá por eso tuvo el difícil talento de conseguir las dos cosas más preciadas y excelsas que puede lograr un ser humano: saber vivir, que es la forma suprema de la felicidad, y saber morir, que es la máxima prueba de la sabiduría.

Gregorio Morán