En Londres, con Botticelli

Desde el sábado 5 de marzo y hasta el 3 de julio de este año puede verse en el Museo Victoria & Albert de Londres una espléndida muestra sobre el pintor Sandro Botticelli, producida en colaboración con la Gemäldegalerie-Staatliche Museen de Berlín, donde se estrenó. En esta ciudad la visitaron 250.000 personas, tras una masiva campaña mediática para acercar al público a los museos, ofreciéndole entretenimiento asegurado. Algo que la muestra cumple con creces, al plantear que ciertos temas de Botticelli, y de manera especial sus Venus, han llegado a ser iconos de la cultura de masas.

Una inmensa concha a la entrada del edificio sirve de reclamo para las infinitas selfies que los visitantes vierten en las redes sociales. Una hábil pieza propagandística, esa concha de Venus, emblemática, para una exposición que pretende explorar la impronta del pintor florentino y su repercusión en el arte, tomado en un sentido muy amplio.

Por arte entendemos hoy no sólo lo que la tradición ha considerado como bellas artes, también, por descontado, el cine, la fotografía o el diseño e incluso desde el estampado de telas hasta algunos objetos destinados a lo que se ha venido en llamar merchandising. Así la obra de Botticelli presente en Berlín y ahora en Londres, cincuenta piezas, aunque no las más importantes, excluidas de la posibilidad de viajar por los posibles daños que pudieran producirse, dialoga y se codea con algunos de los más prestigiosos pintores que encontraron en los lienzos botticellianos motivo de réplica. Con el Edgar Degas de Venus, el René Magritte de Le bouquet tout fait o con el Andy Warhol de La Venus Rosa, entre otros, pero también con el Renacimiento de Venus del fotógrafo David La Chapelle o con el vestido de Dolce &Gabbana que lució Lady Gaga en una gira.

Botticelli reimagined, tal es el título de la exposición, trata, en primer lugar, de llamar la atención sobre el pintor de Florencia Sandro Botticelli (1445-1510), que estuvo al servicio de los Medici y para decorar la Villa di Castello, situada en el campo de la Toscana, ideó los dos grandes cuadros que habrían de hacerle más famoso: Alegoría de la primavera y El nacimiento de Venus. Ambos fueron trabajos de encargo, que se complementan. Quizá Botticelli se inspiró para el primero en unos poemas de Poliziano, la Giostra y el Rusticus en el que describe el reino de Venus y enumera todos los elementos presentes después en el cuadro: Venus, Cupido, Primavera, Flora y Cloris, Céfiro, las gracias danzantes y Mercurio. Probablemente Poliziano toma de los Fastos de Ovidio su interpretación de la actitud de Cloris: Céfiro al poseerla le concede el don de convertir en flores todo lo que toca. El amor es una fuerza comparable a otras fuerzas de la naturaleza, aseguraba a su vez el filósofo Ficino, que tanta influencia ejerció en Florencia por aquella época. Alegoría de la primavera puede entenderse también como una metamorfosis primaveral y a la vez amorosa, exaltación del amor humano. En el segundo cuadro contemplamos a Venus recién emergida de la espuma, nacida no de mujer sino sólo de varón pues la mitología cuenta que esa Venus celeste, superior a la humana o pandémica, se forma al caer los genitales del dios Uranos al mar. La prerrogativa de su nacimiento sin madre la lleva a rechazar la materia –no en vano madre y materia tienen la misma raíz– y por eso nos ofrece su desnudo triunfal, divino y púdico, frente a la Venus humana que preside Alegoría de la primavera, vestida, porque necesita tapar su cuerpo impuro. Nada de eso se ha tenido en cuenta a juzgar por las interpretaciones cargadas de erotismo con que la figura desnuda ha sido contemplada desde finales del siglo XX. Baste recordar el homenaje cinematográfico en Agente 007 contra el Doctor No con Ursula Andress saliendo del agua o las interpretaciones muralísticas de Rip Cronk o las fotográficas del ya citado LaChapelle.

Debemos a los prerrafaelitas la reinvindicación de Botticelli que tuvo lugar a partir del siglo XIX, ya que durante largo tiempo permaneció, si no olvidado, por lo menos relegado. La exposición muestra obras de algunos de los más destacados miembros de la hermandad prerrafaelita, como Dante Gabriel Rossetti, pintor y poeta, botticelliano convicto, a quien sus amigos pintores envidiaban porque era el único que poesía un cuadro de su adorado maestro, comprado además por veinte libras en una subasta. Algo que, por otro lado, no tenía demasiados visos de ser cierto. Por eso algunos comenzaron a divulgar que la pintura era del propio Rossetti. Hoy sabemos, gracias a los expertos del Albert Museum, que el cuadro pertenece a Botticelli. Se trata del Retrato de Esmeralda Bandinelli.

A mi juicio, es Dante Gabriel Rossetti, que con tanta devoción estudió la pintura de Sandro Botticelli y se preguntó en un bello poema sobre el misterio de homenaje o esperanza que encierra la Alegoría de la primavera, quien mejor capta el enigma de Botticelli, esotérico, gran maestre de la Cofradía de Sión, extraño y genial.

Carme Riera, escritora.

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