En pleno marasmo

A veces tengo la impresión de que la causa de que sigamos con un gobierno provisional tras dos elecciones infructuosas es que hablamos distintos idiomas. No me refiero al catalán, vasco y gallego, también oficiales en sus respectivas comunidades, sino al común, al español, que hablamos todos, pero está visto que no entendemos. O no queremos entender. Basta oír a Urkullu, a Junqueras, a Colau, a Puigdemont, a Iglesias, a Santamaría, a Sánchez, a Rivera, a cualquiera de los líderes que han surgido de las Mareas, de las Convergencias, de las infinitas ramas del nacionalismo y de la izquierda, para darse cuenta de que, aunque todos usan las mismas palabras –ciudadanía, derechos, modernización, participación, regeneración, ética, plurinacionalidad y, sobre todo, la más excelsa de todas, democracia–, están hablando de cosas muy distintas que llevan a las metas más dispares. España es hoy una Torre de Babel con el mismo idioma, con los periodistas aumentando la confusión, al dar por buenas las manipulaciones conceptuales de los políticos.

En pleno marasmoVoy a darles el mejor ejemplo: es casi obligado empezar cualquier análisis de la situación diciendo enfáticamente que «en las dos últimas elecciones, el deseo del pueblo español es que los distintos partidos se pongan de acuerdo para formar gobierno». Falso. Los españoles, excepto aquellos que votaron en blanco, minoría exigua que muestra un total desacuerdo con todos los contendientes, lo que quieren es la victoria del partido al que han votado, rechazando, por tanto, al resto. En lo que menos piensan al depositar su voto es en la victoria de otros, y sólo a posteriori, si ven que sus deseos no se cumplen, se plantean el dilema de cuál sería la opción menos mala. Que también podría ser la de ir a otras elecciones, por si en ellas hay más suerte. O sea, que menos engañar y engañarse con los «obligados pactos», que, cuando son contra natura, suelen producir más daños que beneficios, al retrasar la solución de los problemas.

¿A qué llamo «pactos contra natura»? A los que se hacen entre formaciones con una visión ideológica, económica, social y exterior opuesta. Es verdad que la política hace extraños compañeros de cama. Pero no menos es cierto que suelen acabar mal. Por ejemplo: un pacto del PP con Podemos está condenado al fracaso, al tener ideas contrarias en todos los citados terrenos. El PP podría coincidir en el terreno económico y social con algunos partidos nacionalistas, pero la deriva de estos hacia el secesionismo en los últimos tiempos hace imposible tal alianza. Quiere ello decir que el único pacto con perspectivas de cuajar que puede hacer el PP –descartado el PSOE por el triple «no» de Sánchez– es con Ciudadanos, con el que comparte ideas parecidas en tales cuestiones. Y aun así, el éxito no está asegurado porque Ciudadanos debe tener cuidado con no ser absorbido por su «hermano mayor», lo que le obliga a poner condiciones tan altas para el pacto que las hacen inviables para el PP y para España, como serían gastos que el país, hoy por hoy, no puede permitirse.

El PSOE nos presenta un problema mucho más difícil, al hallarse en estos momentos en plena crisis de identidad. Sánchez, su equipo y los jóvenes seguidores sienten la pulsión hacia la izquierda pura y dura, es decir, hacia Podemos. Los más veteranos –la «vieja guardia» les llaman algunos– se dan cuenta del riesgo que corren. Primero, porque Podemos no intenta pactar con ellos, sino deglutirlos, como han hecho siempre los comunistas con los socialistas allí donde han unido fuerzas. Los últimos ejemplos los tenemos en Italia y Grecia. El más remoto, el ocurrido durante la Guerra Civil española. Pero, por otra parte, advierten que permitir por activa o pasiva que Rajoy continúe en el Gobierno iba a dejar a Podemos el monopolio de la oposición, convirtiéndoles a ellos en residuales. O sea, que están entre la sartén y el fuego. Puede ayudarles que Podemos no está en su mejor momento. El primer tropezón fue que su alianza con Izquierda Unida no trajo el esperado sorpasso del PSOE. Luego, empezaron a notarse grietas que, de ampliarse, podrían llevarlo a una lucha interna entre «puros» y «pragmáticos» –representados por Iglesias y Errejón– que ha llevado a la irrelevancia a bastantes partidos comunistas europeos y puede ser su destino, al ser más pasado que futuro. El pulso, sin embargo, está dentro del PSOE, con un Sánchez que se resiste con sus pretorianos a ceder el mando y unos críticos que no se atreven a disputárselo, ante el miedo de ser acusados de traidores por la militancia. Que el propio Felipe González vacile, pidiendo unas veces que se permita continuar a Rajoy y otras que se retire, muestra lo equilibradas que están allí las fuerzas. Un descalabro en las elecciones vascas y gallegas podría acabar con Sánchez, mientras que salir mejor de lo esperado significaría su supervivencia. Pero es tal la confusión que reina dentro de un partido al que faltan no sólo cuadros, sino también ideas y soluciones para la presente crisis, que lo más probable es que su letargo se prolongue hasta que la situación se despeje por sí sola.

Ciudadanos es el que lo tiene más fácil y más difícil. Más fácil, porque ha demostrado flexibilidad suficiente para pactar con el PP y con el PSOE. Más difícil, porque no tiene votos suficientes para inclinar la balanza a un lado u otro. Se necesitaría un socio más, que sólo pueden ser Podemos o los nacionalistas, con los que, por principio, Rivera se ha comprometido a no pactar. Se cierra así un bucle que recuerda el del proverbio chino del cuchillo, el papel y la piedra: el cuchillo corta el papel, pero se mella contra la piedra; la piedra mella el cuchillo, pero es envuelta por el papel; y el papel envuelve la piedra, pero es cortado por el cuchillo.

Un dilema que, políticamente, podría resolverse votando tantas veces como fueran necesarias hasta que, ya por cansancio del electorado, ya por desgaste de los partidos, saliese un vencedor por mayoría suficiente para gobernar por sí solo. Algo poco recomendable por los daños que traería prolongar indefinidamente un gobierno en funciones. Claro que siempre es mejor un gobierno en funciones que un mal gobierno, como podría surgir del pacto contra natura del que hablábamos.

Una salida de emergencia podría ser la segunda vuelta de las elecciones, en la que compitieran únicamente los dos en cabeza de la primera. Imagino que muchos lo tacharían de antidemocrático, al ignorarse a los partidos pequeños, aunque ya sabemos que la democracia es «la menos mala de las formas políticas». ¿Es que aquí sólo puede gobernarse con mayorías absolutas? Sería tremendo porque la mayoría absoluta es la versión democrática de la dictadura. Ante lo que le entran a uno ganas de ir más lejos que Felipe González y pedir que se vayan todos, pero todos sin quedar uno. Hasta que nos damos cuenta de que todos somos nosotros.

José María Carrascal, periodista.

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