En qué acierta la derecha populista europea

El 20 de marzo, el Partido Popular Europeo (bloque conservador en el Parlamento Europeo) decidirá si expulsa o no al partido gobernante en Hungría, Fidesz. El PPE fue lento para censurar a Fidesz y al autocrático primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, por sus ataques a la democracia y al Estado de Derecho. Pero los críticos occidentales de Orbán han sido igualmente lentos para comprender las políticas sociales y económicas que sostienen su popularidad.

Piénsese en el audaz conjunto de políticas familiares que Orbán anunció el 10 de febrero. Hasta ahora, el veredicto occidental en relación con estas medidas (que buscan resolver la baja tasa de fertilidad del país y reducir todavía más la inmigración) ha sido rotundamente negativo y prácticamente ciego al modo en que contribuyen a afianzar el apoyo a Orbán entre los votantes húngaros.

Los analistas occidentales no se dan cuenta de que nacionalistas autoritarios como Orbán obtienen apoyo no solamente atacando a los inmigrantes, sino también implementando políticas económicas que benefician al común de la gente. Los partidos políticos tradicionales en Occidente tienen que aprender pronto esta lección económica, o no serán capaces de competir contra sus propios retadores populistas.

Orbán está muy atento a conectar su mensaje nacionalista con políticas sociales generosas y populares y al mismo tiempo alentar a las mujeres y familias húngaras a que tengan más hijos. La tasa actual de fertilidad en Hungría es 1,45 hijos por mujer, inferior a la tasa de reemplazo. Y desde 1989 su población está en disminución, igual que en otros países excomunistas que antes daban amplio apoyo social a las familias.

El núcleo del plan es una exención vitalicia del impuesto a la renta para mujeres que tengan y críen cuatro o más hijos (Orbán y su esposa tienen cinco). Esta y otras políticas del nuevo paquete tendrán efectos reales en todas las familias en Hungría. Las mujeres de menos de 40 años que se casen por primera vez y hayan trabajado al menos tres años podrán optar a un préstamo (por valor equivalente a unos 36 000 dólares) a tasa reducida, con condonación parcial o total a medida que tengan hijos. Las familias numerosas podrán pedir un subsidio estatal (de unos 9000 dólares) para la compra de un auto de siete asientos. Los abuelos que cuiden a los nietos podrán pedir licencia en el trabajo y otros beneficios. Y el gobierno creará 21 000 nuevas guarderías subsidiadas.

Los principales medios, analistas y políticos occidentales se han mostrado casi unánimemente en contra del plan, con lo que cayeron directo en la trampa de Orbán. Como era previsible, The Economist, defensor tradicional de las políticas económicas de libre mercado que empobrecieron a muchos en Europa del Este mientras producían enormes riquezas para unos pocos y mejoras del nivel de vida para una minoría de clase media, acusó al plan de Orbán de ser demasiado costoso. Las nuevas medidas “difícilmente darán nacimiento a un baby boom” y pueden “inflar una economía que está cerca del sobrecalentamiento y provocar un encarecimiento de la vivienda”.

El periodista Adam Taylor expresó ideas similares en el Washington Post; sostuvo que las políticas de Orbán “apenas influirán en la tasa de natalidad y pueden ser una inversión poco rentable”. Hace décadas que oímos en Occidente las mismas críticas: que ayudar a la gente es demasiado caro y no funciona, que subsidiar la vivienda sólo logra encarecerla, y que es mejor confiar en los mercados que en las políticas públicas.

Pero los críticos de Orbán pasan por alto los ejemplos de Polonia y Rusia, que estos últimos años también implementaron políticas natalistas. La tasa de fertilidad en Rusia subió a 1,75 hijos por mujer, desde apenas 1,17 en 1999, en parte gracias a un programa de subsidios para padres primerizos. Polonia también consiguió aumentar las tasas de natalidad después de 2015, tras introducir la iniciativa a gran escala Rodzina [Familia] 500+, un programa que entrega a las parejas con hijos subsidios para pagar insumos escolares, vestimenta y vacaciones. De ambos esquemas se dijo que eran demasiado caros, pero el déficit público de Polonia no aumentó, sino que se redujo. Estas políticas estimularon el crecimiento económico, redujeron drásticamente la pobreza infantil e incrementaron la tasa de escolarización.

Aunque la oposición libremercadista a estos audaces nuevos programas sociales era previsible, algunas de las críticas más duras de las políticas de Orbán vinieron de la izquierda. Los progresistas ven con muy malos ojos el hecho de que muchas de las propuestas de Orbán se dirigen a las mujeres en formas que parecen promover una agenda conservadora y profamilia.

Por ejemplo, para Afua Hirsch (de The Guardian), “la idea de que la ayuda a los que están en la pobreza esté supeditada a una obediente reproducción roza lo distópico”. Kim Lane Scheppele (profesora de la Universidad de Princeton), en una entrevista que concedió a Public Radio International, advirtió: “El peso de las fallidas políticas económicas de Orbán caerá sobre las mujeres”. Y la ministra sueca de asuntos sociales, Annika Strandhäll, declaró: “Políticas como estas son contrarias a la autonomía por la que las mujeres lucharon durante décadas”.

Los críticos no se equivocan al decir que las políticas de Orbán están pensadas para alentar a las mujeres a casarse, comprar casas, tener más hijos y quedarse en Hungría, pero pasan por alto muchos aspectos importantes. En general, las propuestas no son coercitivas. Tampoco es su objetivo mantener a las mujeres esclavizadas en el hogar. Más bien, el plan de Orbán está pensado para ayudarlas a encontrar un mejor equilibrio trabajo‑vida. Y en ese sentido habría que aplaudir estas propuestas en vez de vapulearlas.

Tómese por ejemplo la exención vitalicia del impuesto a la renta para mujeres que tengan cuatro o más hijos. Sus principales beneficiarias serán mujeres que trabajen (a las que no tengan ingresos propios, la medida no las afecta). De modo que en familias biparentales con un potencial de ingresos igual o similar para ambos miembros de la pareja, podría ocurrir que la mujer vaya a trabajar, sin pagar impuestos, o que maneje una empresa familiar, mientras el hombre se queda en casa con los hijos.

En tanto, los beneficios para los abuelos que cuiden a los nietos facilitan el ingreso de mujeres a la fuerza laboral; lo mismo ocurre con las guarderías subsidiadas. Y aunque es verdad que los nuevos programas de préstamos alientan a las mujeres a tener hijos, también pueden ayudarlas a comprar una casa. En síntesis, estas políticas son un apoyo estatal que alivia el trabajo no remunerado de las mujeres.

Nos guste o no, algunas de las nuevas iniciativas de política social más audaces de Europa vienen de algunos de sus gobiernos más iliberales. Las reacciones negativas de los líderes de opinión tradicionales en Occidente muestran lo poco preparados que están para competir con Orbán y otros por el favor de los votantes. La derecha populista está forzando la retórica y las políticas de la socialdemocracia al servicio del nacionalismo autoritario. A menos que Occidente consiga ver y comprender el atractivo de esta estrategia, no podrá contrarrestarla.

Mitchell A. Orenstein is Professor of Russian and East European Studies and Political Science at the University of Pennsylvania and Senior Fellow of the Foreign Policy Research Institute. Traducción: Esteban Flamini.

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