¿En qué nos equivocamos?

¿Y si resultara que todos los problemas que estamos teniendo fueran producto de un desfase, de un desajuste? ¿Que, como aquel monje que se quedó dormido oyendo el trinar de un pájaro para despertar en otra época, no reconociésemos nada alrededor y nos equivoquemos continuamente? ¿O, como tantas novelas y películas de ciencia ficción, nos hubiéramos metido en un agujero negro y aparecido en un planeta semejante al nuestro de otra galaxia, donde todo funciona al revés que en la Tierra? Pues, si se fijan, están ocurriendo cosas raras, estrambóticas incluso, que rompen todas las normas que habían regido nuestras costumbres. Les señalo unas cuantas.

Lo de «si el poder desgasta, la oposición desgasta mucho más», que pusieron en boga, ¡cómo no!, los italianos, más listos que nadie en política, se ha convertido en que gobernar desgasta más que nada, y ahí tienen a todos los gobiernos, no importa su signo, con enormes problemas para gobernar. Puede deberse a que los problemas se han complicado hasta el punto de hacerse irresolubles, pero que, no ya las democracias más asentadas, sino las más férreas dictaduras tienen hoy dificultades está a la vista.

¿En qué nos equivocamos?«El bipartidismo ha muerto, ¡viva el multipartidismo!», fue el grito con que se saludó la aparición de nuevas formaciones políticas, con líderes más jóvenes y programas rompedores. Pero está resultando que tales partidos son copias blancas o rojas de los dos tradicionales, con parecidos defectos e idénticos resultados, es decir, escasos. Incluso han hecho más difícil la gobernabilidad de las naciones, al crear confusión y embarrar el escenario.

«Izquierda y derecha son conceptos obsoletos. Lo que hoy se lleva son partidos transversales, que pueden actuar en un campo ideológico» u otro, se puso también de moda. Pero la realidad es que, tal vez por pertenecer al ADN de la especie humana, sigue habiendo personas de izquierdas y de derechas, según den prioridad a la igualdad o a la libertad, con una estrecha franja en medio capaz de abarcar ambas, aunque a la postre tienen algún gen más de una tendencia u otra. El resultado es un escenario político cada vez más poblado y caótico, con partidos camaleónicos y líderes travestís, que sólo confunden al ciudadano normal y originan grandes corrimientos de votantes de una elección a la siguiente.

«La clase media está desapareciendo, con el peligro de que, a la postre, queden sólo pobres y ricos. Lo que es peligrosísimo, pues la clase media es el cemento de la democracia», se lee y escucha también. Otra falsedad derivada de nuestra visión occidental. La clase media puede estar disminuyendo en Europa y Estados Unidos. Pero está creciendo vertiginosamente en el resto del mundo, Asia en especial, donde vive la mayor parte de la población mundial. Basta recordar las imágenes de las ciudades chinas de hace sólo quince años atiborradas de personas a pie o en bicicletas, vestidos todos igual, con las de hoy, un auténtico caos circulatorio, o a los turistas que llegan de aquellos países provistos de los últimos artilugios electrónicos para darse cuenta de que, a nivel global, la clase media ha dado un estirón espectacular. Que no sea la nuestra es ya otro asunto.

«Las dos superpotencias que se repartían el mundo, la Unión Soviética y los Estados Unidos, ya no lo controlan, lo que significa muchos más conflictos en todas las esquinas del globo. El equilibrio del terror era también una paz atómica, con todas las ventajas de una falta de guerra», es otro de los lamentos que se oyen. Se olvida que esa paz significaba para muchos países, sobre todo en el bloque soviético, aunque también occidental, estar sometido a una férrea dictadura y falta de libertades. Que algunos de ellos no hayan sido capaces de manejar la libertad que obtuvieron o que hayan surgido conflictos entre las nuevas naciones es otro asunto. Pero, como dice el refrán norteamericano, there is no free lunch, no hay almuerzo gratis. Y libertad sin responsabilidad, menos. Aparte de que tanto Washington como Moscú conservan todavía músculo suficiente para mantener su hegemonía en sus esferas de influencia.

Y paro de contar, pues de seguir enumerando novedades me quedaría sin espacio para analizarlas y ver de lidiarlas, que, a fin de cuentas, es la labor del periodista. Que estamos en una etapa de cambio resulta innegable. De cambios, además, profundos en todos los sectores de la vida privada y comunal como ocurrió en otros periodos de la historia dividida, precisamente por eso, en edades. Y, como en todos ellos, reina la confusión al no ocurrir en todas partes al mismo tiempo, sin haberse acabado todavía las viejas normas ni haberse impuesto aún las nuevas, lo que aumenta la confusión. Con una importante diferencia respecto a periodos anteriores de este tipo: está ocurriendo mucho más rápido debido a la aceleración de las comunicaciones. Mientras en el pasado los acontecimientos tardaban en conocerse, expandirse, producir impacto y crear las naturales reacciones adversas años o siglos, hoy todo empieza a ocurrir al mismo tiempo. Un atentado terrorista, como el de las Torres Gemelas en Nueva York, fue presenciado en directo en prácticamente todo el mundo, lo que multiplicó su impacto tanto o más que la Revolución Francesa, como hemos visto a continuación. Algo parecido puede decirse del deshielo polar y de la oleada de refugiados hacia lo que suele llamarse Primer Mundo, dispuestos a llegar como sea a cualquier precio. Los gobiernos no tienen tiempo de reaccionar ni los Estados de prepararse. Las Cumbres, que solían ser foros de debate y búsqueda de soluciones, se han convertido en tribunas de exigencia a los demás para solucionar problemas que son comunes. La ONU, la Comunidad Europea y demás foros internacionales se ven desbordados por demandas de todo tipo, al tiempo que crece el nacionalismo ante el temor en pueblos y naciones de perder la identidad. Imagino que el paso de la Edad Antigua a la Media, con el desplome del Imperio Romano y las invasiones bárbaras, debió de ser algo parecido. O el Renacimiento, con las consiguientes Guerras de Religión, pórtico de la Edad Moderna. Pero al menos hoy tenemos la ventaja de la experiencia de la Historia, esa «maestra de la vida», como la llamó Cicerón, aunque a él de poco le sirvió. La tentación en estos periodos es la de buscar la salvación individual.

Pero no hay salvación individual en tiempos de crisis globales que, como tsunamis, lo barren todo. De ahí la gran falacia nacionalista y el gran peligro de la lucha de clases, de religiones, de culturas, de sexos o de cualquier otro rasgo diferencial. En momentos como estos, nos salvamos todos o nos hundimos todos, hay que buscar lo que nos une, que es bastante más de lo que nos separa. Y tal vez releer dos libros producto de épocas semejantes en el pasado, La consolación de la filosofía, de Boecio y El elogio de la locura, de Erasmo, sátira del desvarío al que la razón simplificada puede llevarnos. Con que los jóvenes becarios europeos bajo su advocación aprendieran que Europa es más que cada una de sus partes me contentaría.

José María Carrascal, periodista.

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