En recuerdo de Alberto y Ascensión

Imposible olvidar que otro 30 de enero, pero de 1998, la banda terrorista ETA asesinó a dos inocentes más de la extensa lista de personas que cayeron muertas por la asquerosa voluntad de quienes planificaron y realizaron su «ejecución». Se llamaban Alberto Jiménez- Becerril y Ascensión García Ortiz. Tenían tres hijos de entre cuatro y nueve años, llevaban casados pocos tiempo y como miles de ciudadanos de España, Alberto se había comprometido para gestionar con diligencia y buen sentido los intereses de los sevillanos desde el Ayuntamiento de Sevilla, que entonces tenía de alcaldesa a Soledad Becerril, una de las muchas mujeres surgidas del deseo de que la democracia fuera ya para siempre el sistema de convivencia entre los españoles.

Pero en algún recóndito lugar del sur de Francia o del propio País Vasco unas mentes enfermas de odio habían decidido extender el dolor por todo el territorio español, quizás porque creyeran que ya habían regado de suficiente sangre la tierra vasca, las calles de Madrid, Barcelona, Vich, o Zaragoza. La mente asesina planificó matar a este inocente concejal del ayuntamiento de Sevilla cuando regresaba a su casa con su mujer, paseando por el idílico marco del barrio de Santa Cruz, oliendo el frescor de la calle mojada, el de los pequeños naranjos que jalonan sus calles y sintiendo la imponente cercanía y la sombra de la excepcional catedral de Sevilla. Venían de tomar unas copas con sus amigos y justo enfrente del hotel Doña María, uno de los hoteles más encantadores de los muchos que existen en esta Sevilla mágica, fueron asaltados y tiroteados con saña, por la espalda por dos tipos que vaciaron el cargador de su arma en la nuca de los dos inocentes, cuyos cuerpos quedaron inertes en la esquina de las calles de Don Remondo y Cardenal Sáenz y Flores, a escasos metros de la Giralda y de su propio domicilio.

ETA acababa de convertir a Alberto y Ascensión, veteranos militantes del Partido Popular en dos nuevas víctimas de su ofensiva, iniciada ya en los años de la Transición y continuada con la indigna muerte del concejal del ayuntamiento de San Sebastián, el heroico Gregorio Ordoñez en 1995 y cuya muerte ha sido evocada con dignidad estos días pasados por el alcalde de Madrid y la presidenta de la Comunidad de Madrid en un acto celebrado en los jardines que llevan su nombre en la calle Príncipe de Vergara de Madrid. La evocación no debería quedar solo en esta ofrenda sino en una firmeza cotidiana en el ejercicio de sus políticas y en la defensa en los foros institucionales de quienes dieron su vida por la libertad.

Su asesinato causó gran consternación en la ciudad y los funerales fueron presididos por la infanta Elena. Alberto y Ascensión están enterrados en el Cementerio de San Fernando de Sevilla y para que no se les olvide nunca, el ayuntamiento de Sevilla promovió la creación de la Fundación contra el Terrorismo y la Violencia Alberto Jiménez-Becerril, que quedó constituida en diciembre de 1999.

Asco da evocar muchas de las cosas que han sucedido en España desde ese terrible día de 1998 y aún más asco confirmar que la sangre derramada por ellos y las otras ochocientas víctimas esté sirviendo para que gobernantes de este país hayan y continúen colaborando en crear un marco social e histórico para que este crimen y los otros sean olvidados y borrados de nuestra historia, mientras la voz de su hermana Teresa Jiménez Becerril, –otra valiente y ejemplar ser humano– es considerada la de quien es incapaz del perdón, del olvido, y de imitar a quien nos gobierna dando el pésame público desde el atril del Senado en un acto indigno en el año 2020 que fue así valorado en El Confidencial por el periodista José Antonio Zarzalejos, exdirector de ABC: «La condolencia de Sánchez en el Senado por la muerte de un terrorista de ETA, sin calificarlo así, fue un peaje quizás exigido por EH Bildu, que desde este lunes es ya socio estratégico para los PGE». Asco.

Carlos Abella es escritor.

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