En serio, por una educación de calidad

No hay duda: hace falta una reforma educativa y es necesario un gran acuerdo que la sustente. No hay duda porque la tasa del fracaso escolar en España se sitúa entre las más altas de Europa. Se trata de un problema lacerante que lleva tiempo preocupando a la sociedad española, como pude comprobar durante mi gestión como Ministra de Educación. Un problema hoy además agravado por la crisis económica, y porque el largo tiempo transcurrido sin soluciones ha incrementado el número de personas en situación de indigencia educativa.

Por eso, he asistido con enorme interés al debate que tan acertadamente está acogiendo este diario, con participación de personas que han tenido o tienen importantes responsabilidades en la educación o fuera de ella. Ahora, cuando los motores arrancan el curso académico, he aquí algunas reflexiones propiciadas al hilo de este debate.

Empezaré con un rápido apunte. Se habla de que nos encontramos ante una historia pendular, causada porque las reformas educativas se realizan de acuerdo con el partido que llega al poder, como si el problema fuera que España ha conocido tantos modelos educativos como cambios de gobierno. Un movimiento pendular que se evitaría, se dice, si los partidos fueran lo suficientemente generosos como para dejar fuera de la confrontación ideológico/política la propuesta de solución a tan grave problema. Considero necesario precisar que en España ha habido sólo un sistema educativo desde la Ley de Educación de 1970, y es el que establece la LOGSE en 1990. La Ley de Calidad de la Educación de 2002 (doce años más tarde) nunca se hizo realidad porque el Partido Socialista suspendió su aplicación al llegar al gobierno.

En segundo lugar, en el debate aparecen con frecuencia los términos calidad y esfuerzo. Nada me alegraría más que la calidad y el esfuerzo marcaran realmente el norte de la reforma del actual sistema educativo. Pero creo honrado por mi parte manifestar que considero que estos dos términos difícilmente se compadecen con el modelo de educación que ha existido en España desde 1990.

Nacido en el mundo anglosajón en los años sesenta del pasado siglo, y como consecuencia del establecimiento de la universalidad de la educación en unas circunstancias precarias (cerca estaba la posguerra mundial), el denominado «modelo comprensivo» convirtió la educación en terreno abonado de una obra de ingeniería social igualitaria, traduciendo el «todos iguales ante la ley» en un «todos iguales en el aprendizaje». Así, la concepción «comprensiva» de la educación desdibuja las diferencias entre el saber y el no saber (de ahí la supresión del reconocimiento del mérito); diluye el papel del esfuerzo (pues cualquier esfuerzo recibe el mismo reconocimiento, y aquí las calificaciones imprecisas o la posibilidad de pasar de curso sin tener adquiridos los conocimientos necesarios); diluye la importancia del carácter objetivo y acumulativo de los conocimientos; y no distingue al docente del discente (y por ello, las tan graves consecuencias para la autoridad del profesor y la disciplina de los centros).

Es el modelo de la LOGSE que nuestro sistema educativo acaba de recuperar en la LOE (aprobada en el año 2006 por el gobierno socialista), por mucho que no sólo el Reino Unido, país que lo promovió, sino también otros muchos se estén empeñando muy seriamente en salir de él. Pero además, y he aquí la gran paradoja, este concepto de la educación no consigue la igualdad que pregona, precisamente porque no logra la calidad. Y es que considera que hay una contradicción entre ésta y la igualdad de oportunidades, cuando sólo una educación de calidad garantiza oportunidades para todos. Si no es así, los más perjudicados son los más desfavorecidos, al verse privados de acceder al único recurso con el que mejorar la situación de la que parten. Calidad e igualdad de oportunidades son dos caras del mismo futuro personal, no son dos objetivos alternativos.

Por todo lo anterior, considero que una actuación seria en educación pasa no sólo por evitar los sesgos partidistas, sino también por adoptar una actitud sincera y honrada en la observación de lo hasta ahora realizado; y también para aclarar qué es exactamente el esfuerzo y la calidad. Nos jugamos mucho en la capacidad que todos demostremos de empeñarnos, en serio, en una educación de calidad. Las futuras generaciones no podrán perdonar que no actuemos en serio y de manera urgente para poner remedio a los problemas del actual sistema educativo. Porque a cada estudiante de hoy y de mañana les va en ello su futuro y, por tanto, el futuro de la sociedad española. Sin ánimo de ser exhaustiva, mencionaré los que considero que son objetivos de primera importancia para la educación de nuestro país.

Primero, recuperar el valor del esfuerzo, de la responsabilidad y del estudio como principal obligación de los alumnos, y condición imprescindible del éxito escolar. Segundo, y como aconsejan los organismos internacionales, orientar la educación hacia los resultados así como potenciar la evaluación y la transparencia con las que todos (estudiantes, padres y profesores) conozcan con precisión el estado del aprendizaje de los escolares y de los centros educativos. A los resultados hay que referir el incremento de medios y recursos financieros, tal y como se hace en los sistemas educativos europeos más eficientes. Tercero, vincular los objetivos de igualdad de oportunidades y de calidad de la educación. Cuarto, garantizar la libertad de los padres para elegir el centro educativo al que quieren enviar a sus hijo, lo que, entre otras cosas, estimulará la buena gestión de los centros si va acompañada de una razonable autonomía. Quinto, con la autonomía se logrará una mayor implicación y responsabilidad de los centros en la mejora de los resultados. Sexto, reconocer y estimular al profesorado, tanto mediante una adecuada carrera docente y una formación permanente, como garantizando las competencias e instrumentos necesarios para desarrollar el clima de disciplina imprescindible en el aula. Séptimo y por último, sugiero crear un fondo estatal gestionado por el Ministerio de Educación para promover programas que impulsen la calidad de la educación. No se trata de modificar la distribución de competencias, pero es que hoy, a diferencia de otros países descentralizados, el Estado carece de todo instrumento financiero (salvo las becas) para impulsar la calidad de la educación.

El Ministro de Educación ha expresado su deseo de impulsar un pacto educativo. Es en efecto necesario un acuerdo de Estado al que nadie con sentido común y de la responsabilidad se podría negar, ni antes ni ahora. La única condición obligada, ahora como antes, es que el empeño sea real y que el objetivo de una reforma sea ciertamente desarrollar una educación de calidad troquelada sobre el valor del esfuerzo. Una reforma que realmente reduzca el fracaso escolar, que ofrezca oportunidades verdaderas y no engañosas, que favorezca el acceso al empleo y la competitividad de la economía. Por mi parte, y por la de todos aquellos que política y personalmente hemos denodadamente perseguido ese objetivo, no habrá más que facilidades para un empeño que sea verdaderamente serio.

Pilar del Castillo, ex ministra de Educación.