En una época de naufragio

Es un tópico decir que España padece una triple crisis: la crisis económico-financiera, la crisis social consecuencia de la anterior, y la crisis del modelo territorial, del modelo de Estado. Esta triple crisis responde exactamente a la doble victoria que se celebraba no hace tanto tiempo: España era una historia de éxito por su desarrollo económico, y en paralelo, y como condición mutuamente, por el desarrollo autonómico. La hemeroteca está llena de testimonios de ello.

Falta citar, sin embargo la crisis más importante, la crisis mental, espiritual y cultural profunda ya presente en el momento en que se celebraba el doble éxito. Esta crisis mental, espiritual y cultural puede definirse recurriendo a la manoseada referencia de Baumann a la liquidez de la cultura posmoderna: todo se ha licuado, o todo se ha convertido en gaseoso, las ideas, los valores, las referencias, las creencias, las ideologías. La desorientación es reina y señora del mundo de la opinión pública, es la única guía de lo único tangible que existe en la cultura actual, el espectáculo, lleno de héroes y heroínas que no duran ni un día, de noticias que se pisan y no se mantienen ni el tiempo que se requiere en redactar un tuit, escándalos romos por su repetición ad nauseam, convertidos además en la mejor publicidad de los medios. Todo se diluye, todo se evapora en el hervor continuo que es el espectáculo público, se han borrado todas las fronteras entre lo privado y lo público, entre lo interior y lo exterior.

En una época de naufragioDe aquí la necesidad de contar con convicciones seguras e indudables: la condena de la corrupción, primer artículo del credo actual; la defensa cerrada y sin límites de la libertad de expresión, segundo artículo del credo; la idea de que sin violencia cualquier idea es perfecta y legítimamente defendible, tercer artículo del mismo credo. En estos artículos dogmáticos del nuevo credo toda corrupción debe ser condenada, aunque haya matices: la de unos es más corrupción que la de otros, la corrupción es sólo de los políticos, la corrupción si cuenta con los elementos que más fácilmente puede mover al escándalo popular.

Algo parecido sucede con la libertad de expresión. Aunque se sabe y se conoce por sentencias que no es una libertad absoluta -ninguna lo es en un régimen constitucional- y que puede tener como límite el derecho al honor de personas afectadas, cuando se trata de banderas o de ideas políticas, sobre todo nacionalistas en ambos casos, entonces la libertad de expresión debe ser absoluta. La ikurriña no ha tenido, por lo visto, nunca nada que ver con su utilización para legitimar los crímenes de ETA, la estelada debe poder ondear siempre y en cualquier lugar, aunque exprese la exclusión de cualquier otra bandera junto a ella, y de los representados por ella. Cierto que si se preguntara, muchos de los que defienden esta libertad absoluta de expresión negarían con razón lo propio en el caso de una bandera franquista, negarían esa libertad en el caso de cualquier propaganda de tipo nazi, negarían la libertad de expresión para reclamar la introducción de la pena de muerte en nuestra constitución, negarían, con razón, la libertad de expresión para cualquier idea que valorara a grupos humanos -sociales, étnicos, raciales, religiosos- por encima de otros...

Las esteladas pueden ser llevadas a un campo que acoge la final de la Copa del Rey; la independencia puede ser defendida, por supuesto, si se hace pacíficamente; el exterrorista Otegi, líder de un partido incapaz de condenar la historia de terror de ETA puede ser candidato a lehendakari; el mismo Otegi puede ser recibido por la presidenta del Parlamento catalán; el «jaque mate» exigido para la Guardia Civil sólo significa que se ha ganado la partida de ajedrez, y no que la victoria al ajedrez se simboliza en la muerte del rey, del enemigo que se ha quedado sin defensa, sin tropas. Algunos expresos de ETA de la vía Nanclares pueden seguir afirmando que persiguen los mismos fines políticos de cuando asesinaban, sólo que condenando la violencia, aunque sepan -o quizá se les ha olvidado- que asesinar era parte del proyecto político, matar como compendio de la exclusión de buena parte de la población vasca del futuro político que promovían vía asesinato.

Arnaldo Otegi ha afirmado que el Estado tiene miedo de él y del partido que lidera. Claro: porque buscan la destrucción del Estado de derecho que es España, aunque sea de forma crecientemente asimétrica: el presidente catalán puede apelar a la libertad de expresión y tildar de democráticamente absurda la decisión de prohibir introducir esteladas en la final de la Copa. Pero se cree en el derecho de negar la libertad de expresión básica negando la presencia del castellano como lengua vehicular de enseñanza en Cataluña; y se cree en el derecho a incumplir leyes y sentencias de los tribunales de justicia. Otegi puede intentar ser lehendakari, porque una sentencia judicial ha legalizado el partido que lidera. Pero se presenta para liquidar el Estado de derecho que le concede a él el derecho a ser candidato.

Y es muy probable, al menos no me atrevería a negarlo, que la grandeza de la democracia y del Estado de derecho radique precisamente en esa asimetría: conceder el derecho de ciudadanía incluso a aquéllos que pretenden cargarse, literalmente liquidar porque lo han demostrado con el terror, la garantía del ejercicio de esos derechos de ciudadanía.

En una conversación reciente me vinieron a la mente imágenes y palabras importantes. En los oficios fúnebres de Hans Martin Schleyer, presidente de la patronal alemana, secuestrado y vilmente ejecutado por las RAF alemanas, el presidente de la República Federal de Alemania Walter Scheel, puesto en pie, pidió solemnemente perdón a la viuda y a los hijos de la víctima asesinada de las RAF porque el Estado no había defendido su vida, ¡no había cumplido su obligación primordial!

Mientras no cambien las leyes y la Constitución, el Parlamento de Cataluña es institución de Estado, parte clave de su entramado institucional. Pero no levanta la voz para pedir perdón a las víctimas y familiares de los asesinados por ETA porque el Estado no ha cumplido debidamente su función básica de defender la vida de los asesinados. En lugar de ello, recibe con amplio despliegue de medios -¡ay los medios!- a Arnaldo Otegi, ex terrorista condenado y líder de un partido que no ha condenado la historia de ETA. Más asimetría. Y el PSC en la equidistancia, como si la propuesta de reforma federal de la Constitución fuera capaz de cumplir retroactivamente la función de defender la vida de los asesinados por ETA. Pero las víctimas molestan, ensucian. Será por lo que dijo el presidente catalán: porque el PP se ha apropiado indebidamente de ellas, lo que puede ser cierto, como también es cierto que los demás partidos las han abandonado, obviado, callado, criticado y escondido tan o más indebidamente.

A quien esto suscribe le llama la atención la asimetría en la capacidad de dejarse escandalizar por algunas cosas más que por otras. Llama la atención lo escandalizados que estamos por la decisión de la delegada del Gobierno en Madrid de intentar prohibir las esteladas en la final de Copa, y la facilidad de introducir en la normalidad legal y democrática la candidatura de Otegi a presidir el Gobierno vasco y poder llegar a ser el representante ordinario del Estado en la Comunidad Autónoma vasca para seguir con el mismo proyecto político que persiguió ETA matando.

Cierto es que a todos los cerdos les llega su San Martín, dicho sea con ironía, sarcasmo y libertad de expresión aunque no pueda pretender la libertad artística de titiritero, y a Sortu le empiezan a crecer los enanos, en forma de los antisistema de Podemos que recogen muchos elementos que hasta ahora llenaban sus filas, y en forma de una disidencia o escisión interna. Y en la forma más banal, que es la de un Otegi afirmando en Cataluña que ha ido a aprender de los catalanes, ¡el representante de los que se han considerado acto fundacional de la historia y del pueblo vascos! Licuefacción radical, la mayor disolución del estado sólido que haya existido en la historia vasca. Y en las encuestas el nacionalismo sigue bajando, y la opinión mayoritaria acerca del Gobierno vasco no es ni la de bien ni la de mal, sino la de que no importa, no sabe ni contesta.

Pero cuando todo se disuelve nunca ganan los demócratas. La democracia puede sobrellevar muchas asimetrías. Pero al igual que algunos partidos políticos mueren de éxito, al igual que se puede perder la guerra ganando todas las batallas, la democracia puede que no lo aguante todo, sobre todo la disolución de los principios en los que se sustenta. Cuando la libertad de expresión, y las asimetrías que la acompañan y el desprecio por las leyes y el derecho se hayan cargado el Estado, desde dentro, en el ejercicio del poder de ese mismo estado, ya no habrá democracia que defender.

Joseba Arregi, ex consejero del Gobierno vasco, es ensayista.

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