El 29 de junio en la madrugada hablé con Anyelo Troya por última vez. “Qué tal, hermano? Esto acá está en llama”, me dijo por WhatsApp. “Dime, bro”, respondí. “Nada. Para saludar, bro”. “Sí, hermanito, claro, se te quiere”. Fue eso, que parece nada y era tanto. Ninguna explicación extra, ningún rosario de desgracias, ninguna queja.
Me recordó una vez en Cárdenas, mi municipio, cuando un abuelo fue en la noche al parque del pueblo a conectarse en la wifi local para comunicarse con sus nietos de Miami y se le olvidó cargar con la linterna para alumbrarse. Pasado un tiempo, tú no quieres ver al que se fue. Tú quieres, con todas tus fuerzas, que el que se fue te vea. Alumbrarte con una linterna y que alguien, después de todo, te pueda decir si sigues teniendo un rostro o no.
Anyelo —25 años— es fotógrafo. El 11 de julio salió a documentar las protestas contra el Gobierno cubano en su barrio de La Habana Vieja y se lo llevaron preso. Bajo la acusación de “desorden público”, acaban de condenarlo en juicio sumario a un año de cárcel. Sus familiares y abogados se enteraron de la sentencia cuando ya Anyelo había sido juzgado.
En realidad, el castigo viene porque Anyelo es el realizador que grabó los planos de los raperos Maykel Osorbo, el Funky y del artista Luis Manuel Otero en el videoclip de la canción Patria y Vida, himno y lema alrededor del cual se han agrupado los cubanos que exigen un cambio político en el país, o que sencillamente no aguantan más. Esa parte del clip fue filmada de noche, de manera clandestina, en un edificio de La Habana a medio construir.
Además, Anyelo ha fotografiado en los últimos tiempos a los integrantes más prominentes del Movimiento San Isidro y de la disidencia cultural en la isla. La fuerza expresiva, la furia contenida en blanco y negro y, al mismo tiempo, las marcas de la experiencia severa y la estética íntima de la resistencia en sus retratos lo vuelven un artista, entre lo documental y lo vagamente ensayístico, que accede a la agitación de la contienda pública con una serenidad grácil y una elegancia plebeya.
Antes que Anyelo, Maykel Osorbo y Luis Manuel Otero también fueron detenidos por los cargos de “atentado, resistencia y desacato” y ambos esperan juicio en prisiones fuera de La Habana. La policía política está encerrando a todos los que ayudaron a construir un paquete de símbolos renovados, ideas resignificadas e íconos intervenidos que le permitiera a la gente practicar el ritual de la protesta.
El artista plástico Hamlet Lavastida permanece en la cárcel de Villa Marista tras su regreso a Cuba desde Alemania, por haber recibido supuestas instrucciones de la inteligencia polaca, o algo así, para desestabilizar el orden político y gubernamental. A Tania Bruguera la interrogan durante once horas por seguir órdenes de Lavastida.
El delirio que construye el delito también construye, contrario a su voluntad, la virtud. La sospecha alerta, de la misma manera, al individuo vigilado, que se pone a buscar las claves ocultas de una conspiración inexistente y, como no las encuentra, porque no las hay, entonces las inventa y convierte la neurosis de la subversión en una posibilidad racional. Una vez el totalitarismo ha alcanzado la plenitud, comienza inevitablemente a generar su propio sabotaje, pues subsiste gracias a la suposición de una amenaza inminente. Sin interés para los gringos, para los rusos, ni para nadie, el poder tuvo que fingir que Cuba le importaba todavía a alguien, y no teniendo nada mejor a mano, fingió que le importaba a los cubanos, los únicos que estábamos mínimamente dispuestos a creérnoslo.
El cáncer se come a sí mismo, la cura viene del exceso de enfermedad. Nadie piensa que hay una posibilidad de cambio hasta que el poder no filtra indirectamente el mensaje codificado del desmantelamiento, de ahí que el escepticismo de medio país y tres cuartos de exilio haya tenido que volver sobre sus pasos casi de la noche a la mañana, e imaginar que aún hay todo donde, francamente, no queda nada. Esto le sucede a la institución dominante a pesar de sí misma, y esa es la razón por la que las medidas económicas o administrativas que la cúpula tardía del castrismo ha tomado en los últimos años nos parecen destinadas secretamente al fin último de su devastación.
El escarmiento que persigue la condena de Anyelo Troya nos da la medida de su importancia. La justicia elemental, algo que pocas veces sucede, es entonces resultado del cálculo político más refinado. Las detenciones, golpizas, delaciones, condenas arbitrarias, descalificaciones morales y la falta de información sobre familiares presos son así, en conjunto, una fábrica de disidentes. Nuevos rostros para el lente van a salir de esta noche de represión.
Conocí a Anyelo en diciembre de 2020, el día que nos permitieron a algunos de los acuartelados de San Isidro volver a entrar a la sede del Movimiento, en Damas 955, luego de que la policía política allanara el lugar, nos sacara a todos a la fuerza y diluyera la huelga de hambre que una parte del grupo mantenía en solidaridad con los ochos meses de prisión impuestos por desacato al rapero Denis Solís. Anyelo le tomaba fotos, discreto, al instante de la violencia sucedida, algo que, por experimentarlo, ninguno habíamos podido ver. Documentaba aquel azoro congelado, una quietud descompuesta. Aún no he tenido noticia de esas imágenes, no creo que las haya publicado todavía en ningún sitio, pero lo que él captó se ha diseminado, y no habría podido diseminarse si no hubiera habido nadie dispuesto a captarlo.
Días después comimos pizza en La Habana Vieja. Anyelo me acompañó a cambiar unos dólares y me contó, con un entusiasmo extraño, cómo había podido comprarse su primera cámara. Autodidacta, su arte es también la travesía para llegar ahí. En la noche, como si yo no lo recordara, me envió el primer mensaje, al que le seguían sus fotos: “Buenas noches, hermano. Soy Anyelo Troya, el fotógrafo amigo de Luis y Maykel”. Tan amigo es, y tan lejos los ha acompañado, que ahora también comparte prisión.
Carlos Manuel Álvarez es un escritor y periodista cubano.