Estos días tan intensos nos han afectado personalmente a todos de maneras muy diferentes. Han revelado la extraordinaria bondad que existe en la humanidad, al tiempo que han puesto de relieve los peligrosos defectos inherentes a nuestro Gobierno y a nuestra sociedad. Las lecciones que hemos aprendido de nuestros errores durante esta crisis deben inspirar las medidas que tenemos que tomar ahora, decisiones que forjarán el futuro de nuestro mundo a medida que avancemos. Esperemos que las valiosas vidas que hemos perdido y los éxitos empresariales fruto del esfuerzo que han quedado destruidos no hayan sido totalmente en vano.
Los ciudadanos de todo el mundo critican la respuesta de sus Gobiernos a la amenaza de la covid-19, y, aunque algunos reproches carecen de fundamento, gran parte de ellos están justificados. Como estadounidense, puedo decir con gran pesar que mi país le ha fallado al mundo en este empeño por no estar adecuadamente preparado para la pandemia y por negarse imprudentemente a asumir el mando en una respuesta mundial coordinada.
“Estados Unidos lidera”, afirmó una vez en una entrevista el expresidente Barack Obama. “Somos el país indispensable. Y cuando surgen problemas en cualquier lugar del mundo, no llaman a Pekín. No llaman a Moscú. Nos llaman a nosotros”.
Los presidentes estadounidenses, independientemente de cuál fuera su partido, siempre han capitaneado la respuesta mundial a las crisis internacionales. Estados Unidos dispone de una capacidad y de unos recursos sin parangón y, por encima de las divisiones partidistas y en colaboración con otros líderes mundiales, siempre hemos coordinado históricamente los esfuerzos internacionales para responder a las crisis. El ébola, el sida/VIH, el H1N1, la coalición para derrotar al Estado Islámico y el Acuerdo sobre el Clima de París son solo algunos ejemplos.
Sin embargo, ahora que nuestro Gobierno está timoneado por un hombre que declara que “Estados Unidos primero”, muchos estadounidenses, por lo visto, han renunciado al extraordinario espíritu humanitario de nuestro país e ignoran abiertamente nuestro legado de buena voluntad y liderazgo mundial. Machacados por meses de declaraciones falsas y engañosas por parte del presidente y de dirigentes del Gobierno en Washington DC, que empeoraron la falta de preparación y la tardía e incompetente respuesta médica, estamos efectivamente a la deriva en una crisis, y pidiendo suministros médicos y ayuda a otros países. En el pasado éramos nosotros los que prestábamos ayuda.
No obstante, aunque no exista un programa eficaz y coordinado a nivel federal por el actual presidente estadounidense, varios alcaldes y gobernadores valientes en todo Estados Unidos han tomado el mando en las iniciativas de ayuda locales con un éxito considerable. Además, una serie de instituciones privadas, empresas y ciudadanos contribuyen desinteresadamente de una manera inspiradora. Este es el espíritu estadounidense de unidad. Esto es lo que siempre ha hecho grande a Estados Unidos.
En España, como en la mayoría de los países del mundo, hemos visto acciones heroicas parecidas. Las instituciones científicas y médicas trabajan en el plano internacional para asesorar a su Gobierno en sus respuestas nacionales, y los ciudadanos cumplen unas normativas extremadamente exigentes y toman medidas para protegerse a sí mismos y a sus vecinos. Hasta los españoles han sufrido las nefastas consecuencias de las irresponsables políticas del presidente estadounidense. A los productores de aceite de oliva, queso y vino españoles se les han impuesto severos aranceles decididos por nuestro presidente para infligir un daño económico extremo como represalia por unas supuestas irregularidades en el sector aeroespacial, un tema sin ninguna relación con estas exportaciones de bienes de consumo esenciales.
Mientras lamentamos nuestras pérdidas y rezamos por los millones de personas de todo el mundo que sufren terribles problemas de salud y las desastrosas consecuencias económicas de este espantoso virus —muchas de las cuales eran evitables— debemos esforzarnos por establecer un nuevo orden mundial que sirva y proteja mejor a nuestro planeta. Si queremos curar a nuestra sociedad, debemos extraer ponderadamente lecciones positivas de esta trágica situación. Por ejemplo, empezamos a ver algo de luz al final del túnel. No hace mucho celebramos el Día de la Tierra y fuimos testigos de una bendición inesperada como resultado de la pandemia: el medio ambiente ha empezado a curarse.
Basta con mirar por la ventana para comprobar que no ha hecho falta una resolución de Naciones Unidas para reducir significativamente las emisiones a la atmósfera. Nuestro aire limpio se debe al estricto distanciamiento social recomendado por los científicos y los expertos médicos para protegernos de la covid-19. Y la madre naturaleza ha respondido brillantemente.
Como contrapunto a los que niegan tajantemente la crisis climática, esta es la confirmación inmediata de que las medidas esbozadas en el Acuerdo sobre el Clima de París para reducir las emisiones ayudarían rápidamente a paliar los daños causados a nuestro medio ambiente.
Sin embargo, necesitamos un liderazgo competente y una confianza firme en la ciencia para adoptar las medidas necesarias a fin de salvar nuestro planeta para las generaciones futuras. La ciencia y la investigación no son bulos.
Además, como ahora se ha demostrado que el trabajo a distancia o teletrabajo es viable y eficaz, tal vez se podría modificar el Acuerdo sobre el Clima de París para que incluya la medida atrevida, incluso radical, de solicitar a los Estados miembros que acuerden poner fin a los viajes no esenciales de una manera intermitente y apoyen la idea del trabajo desde casa siguiendo un programa sincronizado global, por ejemplo, una semana por trimestre. Si seguimos proporcionando a nuestro planeta un necesario descanso, no solo no se perderán los recientes avances medioambientales, sino que se podrán sostener y multiplicar.
Debemos trabajar para recuperar la confianza en nuestros líderes y unirnos para resolver los problemas de nuestro mundo. El primer paso fundamental que deben dar los estadounidenses para restablecer el alma y el espíritu de nuestro país, con el objetivo simultáneo de modificar inmediatamente nuestra agenda mundial, es elegir al exvicepresidente Joe Biden en noviembre para ocupar la Casa Blanca.
Ahora es el momento de que el mundo pase a la acción. Nunca ha sido más evidente que la cooperación y la buena voluntad mundial son esenciales para que nuestro mundo sobreviva.
James Costos fue embajador de Estados Unidos en España y Andorra desde 2013 hasta 2017. Traducción de News Clips.