Encuestas, crónica de un pasteleo

Por Pilar Rahola, periodista (EL PERIODICO, 17/04/03):

Cuando en los sesudos centros de inteligencia de los partidos políticos algunos se hacen las preguntas hamletianas --"hacia dónde vamos, qué nos pasa, con quién pasamos el tiempo libre"--, nunca se oyen sesiones de psicoanálisis. "Más autocrítica y menos plañideras", nos atrevemos a decir los más irreverentes. Pero, a pesar de los pesares, nuestro club político continúa cometiendo los mismos errores de siempre, vendiéndose la credibilidad a kilos de gremialismo, compadreo y mofa parlamentaria. Lo último, la liquidación de la comisión que tenía que investigar el escándalo de las encuestas, llega a la categoría de hito histórico. Hablemos de esa comisión, del pasteleo entre CiU y PSC que ha conseguido hurtar al Parlament su función controladora, del escándalo que la hizo nacer y del que la hecho cerrar en falso. La crónica de los hechos conforma un episodio de seria vergüenza política, sólo amortiguada por el efecto airbag que el oasis catalán practica inexorablemente para desgracia de la transparencia.

EN ESTA Catalunya de las maravillas nada de lo que pasa, aunque sea sonoramente estridente, es relevante, encantados de habernos conocido y formar parte del mismo pan con tomate. El oasis no se ha inmutado ante la tormenta de Javier de la Rosa, ni los truenos y relámpagos de Estivill, ni ante el huracán del dinero público desviado hacia cursos inexistentes. Casinos, confusión entre lo público y lo privado, familias, todo cabe en la Catalunya del señor Esteve, país hecho a la medida de la familia unida jamás vencida.

Que no pase nada, por tanto, con lo último en escándalos duele por dos motivos: porque sangra sobre herida profunda, y porque esta vez se ha llegado a unos niveles de baja categoría en las formas que hasta ha superado la baja categoría de las intenciones.

Los hechos. Existe la sospecha rotunda de estar ante un caso de malversación de dinero público (moralmente, el término es impecable) o, en gramática precisa, ante un uso partidista de ese dinero. Existen unas encuestas montadas para uso del partido que gobierna. ¿Espejito, es Artur Mas el más guapo? Y ante el no del impertinente espejo, existen unas manos amigas que cambian resultados, aplican cosméticas de belleza y nos venden un país virtual a falta de un país amigo. Existe la evidencia de todo ello, las empresas que han hecho las encuestas, los resultados negativos, la trampa, la estafa pública. Existe una prensa que lo denuncia, una oposición que reclama cabezas, un Parlament que monta una comisión, y dos partidos mayoritarios que pactan el más canalla de los pactos: el pacto del silencio. O, dicho en idioma pardo, pactan callar las respectivas miserias. De todo ello sacamos una evidencia: el Parlament continúa siendo esa casita de muñecas que nunca es capaz de investigar un solo escándalo. ¿A qué juegan ustedes, queridos parlamentarios?, cabe preguntarse.

¿Cuál es el problema? El problema es que la miseria de las encuestas mancha a más de una administración, que tendría que pasar por la comisión el más Maragall de la familia, el opaco Ernest, que el Ayuntamiento de Barcelona tiene mucho que callar, que todos usan el dinero público para pagarse estudios de mercado y que el olor a trampa carga el ambiente de la plaza de montaña a mar.

Poco importa la burla al Parlament que significa crear una comisión para cerrarla en falso. Poco, la burla a los ciudadanos que significa hurtar la información, los testigos, los datos. Menos importa el nuevo sopapo a la credibilidad política que se le da desde la misma política. Y, sobre todo, lo que parece no importar es que otro escándalo de este país sin escándalos sea enterrado vivo, por obra y gracia del pasteleo político.

¿LA DIMISIÓN de David Madí? Una, en su ingenuidad, había creído que esa dimisión sería la culminación de la investigación y no el tapón para evitarla, pero hay dimisiones que nacieron para que la política pueda dimitir de la moral. De todas formas, que no doblen las campanas por Madí, que, como los gatos, caerá de pie. Lo que ha dimitido no es un cargo prepotente que creyó que podía hacer cualquier cosa desde el poder. Lo que ha dimitido es el Parlament, decorado triste de una clase política que practica el suicidio con alegría irresponsable. Malos tiempos para la lírica.