Energía primero y fiscalidad después

Dos pilares que aseguran la estabilidad social y económica de las sociedades democráticas europeas. En términos de futuro energético, es decir, en términos del futuro de Europa, estos últimos días hemos recibido una noticia estimulante, la decisión del presidente Sánchez y del canciller alemán de no hacer casus belli con Francia a causa del Midcat, mostrándose dispuestos a la compatibilidad y oportunidad de esta obra respecto a los planes de energía atómica que propone Macron y la disposición inmediata a examinar esa posibilidad, porque lo piden "dos amigos" en palabras del ministro galo de Economía, Bruno Le Maire. Una forma de entender las relaciones europeas bien alejadas de la acritud de la vicepresidenta Ribera en su entrevista con Lucía Méndez en EL MUNDO: "No sé dónde está el sentido europeísta de Francia si se niega a ayudar a Alemania". Europa no se construye con descalificaciones gratuitas.

Es referencia obligada en el debate energético el hecho de que la Comisión Europea tomó la arriesgada decisión de proponer el 2 de febrero (¡20 días antes de la invasión de Ucrania!) la inclusión del gas y la energía nuclear en la taxonomía verde europea como energías sostenibles de transición, por tanto de manera transitoria y bajo muy estrictas condiciones. Sin embargo, muchos medios gubernamentales desprestigiaron la medida. España se opuso, una posición sorprendente, como si hiciéramos una oposición dura a nuestros vecinos más cercanos y a las conclusiones de los sindicatos europeos, partidarios de incorporar la energía nuclear como energía sostenible.

Afortunadamente, con las intenciones de Putin bien conocidas, el 6 de julio el Parlamento Europeo comprendió las razones profundas del cambio aprobándolo, si bien con un estrecho margen de 328 a 278 con 33 abstenciones. Sin esta decisión, que racionaliza la prevención antinuclear, hoy no habría sido posible para Europa afrontar con realismo sus déficits energéticos y poder hablar, por fin, de una intervención de emergencia con una reforma estructural del mercado eléctrico.

Ello supone poner en primer plano la seguridad de suministro a precios tolerables, frente al fanatismo de mercado, contradictorio en una situación crítica como la que vive la UE. Entre las medidas y opciones que se barajan figura desligar el precio de la electricidad del que se paga por el gas, a pesar del fuerte peso de las energías renovables, más baratas en su producción.

España tiene una dependencia energética de casi tres cuartas partes de la energía general que consumimos, lo que refleja las escasas posibilidades que tenemos a medio plazo de ser autosuficientes, incluso incluyendo nuestra capacidad de generación de renovables necesita tiempo, mientras que la hidroeléctrica, como consecuencia de la sequía, que parece persistente en el tiempo, corre el albur de reducirse. Esta situación trae como consecuencia inmediata la necesidad de que ahorremos, racionalizando nuestro consumo y aumentando nuestra eficiencia energética, objetivos que pueden avanzar con los fondos Next Generation, si las trabas burocráticas se reducen y la coordinación entre nuestras administraciones aumenta. Mientras esto sucede, la seguridad de suministro, a precios tolerables, es un tema primordial, también para el empleo, la digitalización y la esperanza del hidrógeno verde.

Es posible que estemos sobrevalorando la oportunidad que puede ofrecer nuestra infraestructura marítima de gasificadoras, para aliviar, con otras fuentes de suministro como EEUU, y la posibilidad de recuperar el gas procedente de Argelia, dos razones que conjuntamente podrían dar sentido al interminable Midcat. En este punto, desde el respeto a todas las posiciones, hay que preservar unos mínimos de coherencia en el debate de política energética que nos preserve del uso selectivo, de aquella frase de Deng Xiaoping, hace 30 años: "No importa el color del gato, lo importante es que cace ratones".

Es pertinente recordar, por lo tanto, que la gran potencia exportadora de gas licuado de EEUU proviene de la expansión de una técnica agresiva como es el fracking. Si hay una visión pragmática a la hora de importar, sin ningún tipo de remilgos respecto a su origen, gas o petróleo de Estados teocráticos, con graves restricciones de los derechos humanos, no acertamos a entender la oposición a la energía nuclear, con aseveraciones como que esta energía la defienden lobbies (legales en la UE) con falsos debates, o que, si por los propietarios fuera, ya habrían cerrado las centrales nucleares, todo en palabras de nuestra vicepresidenta tercera. En un gobierno democrático, la pedagogía debe ser un factor fundamental para afirmar una posición, o incluso más cuando es la pedagogía del no. Sobre los actos de fe y los sobreentendidos arrogantes, que hurtan el debate público, medran las ideas simplistas y peligrosas de la extrema derecha.

Los abajo firmantes no son lobistas, salvo que se incluya en este término la situación de jubilado; ni son accionistas; ni tienen interés en saber qué es lo que harían los propietarios de las centrales nucleares con estas; y por supuesto no somos forofos nucleares, porque somos conscientes de sus riesgos, residuos y costos económicos. Lo que nos preocupa es el futuro a medio plazo en España de muchos empleos, en relación con uno de los grandes pilares de estabilidad democrática, la energía. Lo cierto es que durante 50 años y dentro de la garantía de suministro de electricidad a las familias y empresas españolas, la aportación de la energía nuclear ha sido, y sigue siendo, de entre un 20% y un 25% a la cobertura de la demanda eléctrica española, y en la situación actual no parece realista pensar que para 2035 podamos sustituir en nuestro mix la aportación nuclear.

En España, el presidente del Gobierno comparecerá este martes en el Senado para informar del plan de ahorro energético, abriéndose la oportunidad de contrastar las ideas, proyectos y modelos con el líder del PP. La energía nuclear debería ser un nudo importante y es por lo que conviene reducir en el debate la carga político-partidaria y ahondar, a través de su aportación a la garantía de suministro, en su efecto sobre el empleo y su función como herramienta para la descarbonización, aunque sin olvidar sus contraindicaciones. Sería muy importante que Pedro Sánchez en este debate no zanjara el tema nuclear calificándolo de "trampantojo" y que Feijóo se considere obligado a razonar su propuesta de "utilizar toda la energía disponible y el blindaje a las centrales térmicas y nucleares".

Además, el horizonte ya muy cercano del uso de los reactores nucleares modulares incorpora una dimensión nueva a la producción nuclear. En Francia, cuando la taxonomía ya estaba propuesta y Ucrania todavía no invadida y buscando esa nueva dimensión más segura para la energía nuclear, el 10 de febrero de 2022, en Belfort, Macron anunció la construcción de seis nuevos reactores EPR2 (versión optimizada del EPR) y el lanzamiento de un estudio para la construcción de ocho EPR2 adicionales para 2050, en paralelo a la extensión de la vida útil. Centrales eléctricas más allá de los 50 años. Todo ello ocurría mientras Alemania creía contemplar un futuro verde y feliz, con el cierre de las últimas centrales nucleares y la puesta en marcha del North Stream 2. Estas eran las ilusiones de los alemanes.

Esta reflexión respetuosa pretende llevar al ánimo de que estos debates tienen que plantearse sin apriorismos y desde un Gobierno con la voluntad de llegar a acuerdos con la oposición, principalmente con el PP, partido que está llamado a gobernar España cuando así lo decidan las urnas. Cuando no es posible todavía hablar de fiscalidad europea, al menos luces largas y voluntad de acuerdo sobre nuestra seguridad energética.

Gregorio Martín Quetglas es catedrático de Ciencias de la Computación de la Universidad de Valencia y Cándido Méndez Rodríguez ha sido secretario general de la UGT de España y presidente de la Confederación Europea de Sindicatos-ETUC.

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