Enfriar el planeta haciéndolo más reflectivo

La última vez que la atmósfera contuvo tanto dióxido de carbono como hoy fue hace unos tres millones de años. En esa época, el nivel del mar era entre diez y treinta metros superior al actual. Los científicos llevan mucho tiempo tratando de reproducir esas grandes fluctuaciones del nivel marino mediante modelos climáticos, sin lograrlo. Pero ahora por primera vez, un modelo de gran calidad de la relación entre el clima y el hielo de la Antártida pudo simular esas oscilaciones. Es ciencia de la mejor, pero trae noticias devastadoras.

El nuevo modelo muestra que solo el derretimiento del hielo antártico puede provocar a fines de este siglo hasta un metro de aumento del nivel global del mar, mucho más que estimaciones previas. Para peor, sugiere que incluso una reducción extraordinaria de las emisiones no bastará para salvar la placa de hielo de la Antártida occidental, lo que a la larga garantiza un aumento del nivel marino de más de cinco metros. Ya un metro de subida basta para poner en riesgo ciudades enteras, de Miami a Mumbai, y causar enormes desbarajustes económicos.

Tenemos que bajar la temperatura, y pronto. A tal fin, hay una idea muy promisoria: la modificación del albedo, un tipo de geoingeniería que busca enfriar el planeta aumentando la reflectividad de la atmósfera terrestre.

Por ejemplo, inyectar en la estratósfera aerosoles sintéticos reflejantes puede ayudar a contrarrestar el calentamiento causado por los gases de efecto invernadero. El mecanismo es similar a usar ropa blanca en verano: el blanco refleja la luz del sol y refrigera lo que haya debajo, mientras que los colores oscuros absorben luz solar y calor.

Pero incluso en el mejor de los supuestos, la geoingeniería solar no bastará por sí sola para estabilizar el clima mundial. Para eso, hay que dejar de emitir carbono a la atmósfera y encontrar el modo de quitar el que ya hay. Por eso la reducción de emisiones debe ser prioritaria en la asignación de recursos para la lucha contra el cambio climático.

A pesar de lo dicho, el reciente estudio demuestra que reducir las emisiones no bastará para salvar la placa de hielo de la Antártida occidental e impedir un aumento drástico del nivel del mar. Pero si a la reducción se le suma una ligera modificación del albedo, hay una chance de detener el calentamiento y ayudar a mantener la temperatura mundial a no más de 1,5 °C sobre los niveles preindustriales, una meta más ambiciosa acordada en diciembre durante las negociaciones sobre el clima en París (cabe señalar que hay mecanismos de retroalimentación del ciclo de carbono, como el deshielo del permafrost, que implican la posibilidad de que la temperatura aumente 1,5 °C incluso si hoy se eliminaran las emisiones).

La modificación del albedo se estudió con la mayoría de los modelos climáticos avanzados, y se halló en todos los casos que la técnica podría mitigar el cambio climático. Además de limitar el calentamiento total, la modificación del albedo puede ayudar a controlar el aumento de los picos de temperatura y reducir el riesgo de olas de calor destructivas. Y parece particularmente eficaz para reducir las lluvias extremas, lo que minimizaría en gran medida los daños por inundaciones.

Pero no deja de ser una técnica incierta y arriesgada, lo que se debe en parte a la escasez de investigación organizada en la materia; y es casi seguro que provocará algunos efectos no deseados. Sin embargo, en ninguna de las simulaciones climáticas, suponiendo una intervención moderada, hubo un empeoramiento de la situación general de ninguna región. Además, el enorme beneficio potencial, del orden de billones de dólares, contrasta con el escaso costo directo (menos de diez mil millones de dólares suponiendo un despliegue de la técnica a gran escala). En realidad, la modificación del albedo es tan barata que el criterio de decisión no pasa por los costos directos, sino por comparar los riesgos con y sin ella, algo que demanda más investigaciones.

Dada la falta de conocimiento, nadie en su sano juicio insistiría en implementar a gran escala la modificación de albedo ya mismo. Pero sería absurdo ignorar su potencial. A nadie se le ocurriría que dejemos de investigar un remedio prometedor contra el cáncer sólo porque no está probado.

La Academia Nacional de las Ciencias de los Estados Unidos mencionó por primera vez la “modificación del clima” en un informe de 1983. Luego volvió a recomendar una investigación cuidadosa del tema en 1992 y en 2015. Importantes grupos ambientalistas como el Fondo de Defensa del Medio Ambiente y el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales apoyan una investigación cuidadosa en pequeña escala, pero todavía no hay programas en marcha.

Uno de los motivos es el temor a desviar recursos de otras estrategias de solución; y por supuesto, hay dilemas implícitos. Pero Estados Unidos (por ejemplo) tiene un presupuesto anual para climatología de unos tres mil millones de dólares. Un programa de geoingeniería solar experimental costaría menos de cien millones de dólares al año y sería totalmente factible.

Un obstáculo más grande es el temor a que una mayor atención a las soluciones de geoingeniería desincentive la reducción de emisiones. Puede ser, pero sería tan absurdo como empezar a fumar porque alguien descubrió un remedio experimental contra el cáncer que dio buenos resultados en ratas de laboratorio. Y en realidad, podría ocurrir que un esfuerzo concertado para fomentar la investigación de la modificación del albedo estimule medidas para reducir las emisiones, así como una visión gráfica de los efectos colaterales de la quimioterapia puede incitar a dejar de fumar.

Sea como sea, el imperativo moral de explorar una tecnología capaz de proteger a los más pobres y vulnerables durante este siglo parece más importante que un temor vago a desincentivar la búsqueda de soluciones que beneficiarán sobre todo a las generaciones futuras.

China ya inició un programa limitado de investigación sobre modificación del albedo; Estados Unidos todavía no. Es un problema serio, por ser una clase de tecnología que demanda un esfuerzo de investigación abierto, transparente e internacional (precisamente aquello por lo que se destaca Estados Unidos).

El gobierno estadounidense debe ponerse ya a la vanguardia de las investigaciones en modificación del albedo. Incluso si el resultado fuera negativo, la investigación sería sumamente provechosa, ya que aumentaría el imperativo de reducir las emisiones. Y si resultara exitoso, los beneficios sociales, ambientales y económicos serían inmensos.

David Keith is a climate scientist and professor of applied physics in Harvard’s School of Engineering and Applied Sciences, and professor of public policy at the Harvard Kennedy School.
Gernot Wagner is an economist and research associate at Harvard’s School of Engineering and Applied Sciences, and co-author of the book Climate Shock.
Traducción: Esteban Flamini.

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