Enredados en Kosovo

En la actualidad tan sólo 54 países reconocen la independencia de Kosovo, territorio que se halla sumido en un terrible marasmo económico, social e institucional. En España, el presidente Zapatero ha mostrado siempre una fuerte e indiscriminada hostilidad ante cualquier planteamiento separatista dentro y fuera de España. En cierta ocasión no tuvo el más mínimo pudor en comparar al Frente Polisario con ETA, obviando las abismales diferencias entre unos y otros. A este respecto, la conducta de Zapatero es inversa a la de ciertos nacionalistas que se ponen a tirar cohetes ante cualquier independencia o proyecto de independencia, sean cuales sean la catadura de los separatistas, su nivel de apoyo popular u otras circunstancias comparadas con las nuestras.

Sacar nuestras tropas de un territorio cuya autoproclamada independencia no reconocemos es una decisión bastante lógica, pero la manera de llevarla a cabo ha sido chapucera, propia de novatos o aficionados. Al retirar a nuestras fuerzas, el Gobierno ha ejercido un derecho legítimo pero también ha desorganizado los asuntos de las otras 33 naciones que mantienen tropas allí, incluidas 24 de la UE. Ha pasado más de un año desde la proclamación de la independencia kosovar. ¿Por qué tanta prisa tan de repente? ¿Qué sucede ahora que no sucediese hace un año?

La respuesta a esta pregunta es bastante obvia: la crisis económica, que el Gobierno se empeñó en negar durante meses. Hay que ahorrar como sea y, como decía Sun Tzú, «cada vez que el ejército avanza en el territorio extranjero, se agotará el tesoro en el territorio nacional». Sin embargo, el dinero no es el único factor. Más allá del ámbito de la UE, se percibe un cierto elemento de provincianismo en toda la acción de Zapatero. Sólo así se explica que mantenga en su puesto a una persona como Moratinos. Kosovo no es un caso aislado, pues España ha comenzado a recortar sistemáticamente sus compromisos en el exterior. Recordemos que ya en septiembre de 2008 la ministra de Defensa anunció que sacaríamos nuestras tropas de Bosnia. Sin embargo, este anuncio no provocó efectos adversos porque era un proyecto a largo plazo y el tema había sido mucho más debatido y consensuado con los aliados antes del anuncio público.

Habría sido muy fácil hacer lo mismo de nuevo en Kosovo. De esta manera, reemplazar a los 630 efectivos del contingente español -sobre un total de 16.000- no habría supuesto problema alguno. En vez de ello nuestros aliados han sido puestos ante una política de hechos consumados, avisándoles de una retirada inmediata tan sólo 24 horas antes del anuncio público. No es de extrañar que las reacciones hayan sido hostiles y que el Gobierno se haya visto obligado a rectificar, anunciando sin concretar detalles que en realidad no va a retirar las tropas de inmediato. Pero el daño ya está hecho. Zapatero ha demostrado de nuevo su excesiva afición a tirarse a la piscina sin mirar si hay agua. Es necesario recordar que el pasado 16 de agosto era el PP el que defendía en el Congreso que sacásemos nuestras fuerzas de Kosovo y las llevásemos a Afganistán. Era una propuesta muy razonable y habría sido muy fácil para el presidente hacer política de Estado y coordinar el tema con Rajoy. No lo ha hecho, y ahora ha de soportar unos duros ataques que le habría sido muy fácil evitar.

Pese al fundado disgusto de nuestros aliados, a nosotros no nos va a pasar nada. Los que sufren problemas de verdad son los kosovares. Una vez más se ha demostrado que la independencia no es el bálsamo milagroso que muchos pretenden vendernos porque prefieren ser cabezas de ratón en vez de cola de león. Sin embargo, la independencia de Kosovo era totalmente inevitable. Aquéllos que señalan su escaso fundamento jurídico y sus posibles perniciosas consecuencias tienen probablemente mucha razón, pero me temo que da igual. A lo largo de la Historia, la mayoría de las independencias han sido conseguidas por la fuerza, rompiendo en pedazos el marco jurídico preexistente. Así ha sucedido con Eslovenia, Croacia o Bosnia. Cuando Milosevic revocó por decreto la autonomía de Kosovo, desencadenó un proceso inexorable que va más allá de cualquier voluntad humana. Las diferencias étnicas entre serbios y kosovares habrían sido irrelevantes si Milosevic no se hubiera empeñado en tratar a los segundos como si fueran felpudos para adular los más bajos instintos de los primeros, y conseguir así que respaldasen su ascenso al poder absoluto.

La crisis de Kosovo podría compararse a un divorcio traumático en una sociedad tradicional de ésas que pretenden que los matrimonios sean indisolubles -y si la esposa recibe 'leña', que se aguante, que algo habrá hecho-. Pero un día la esposa maltratada agarra la maleta y se larga. Es un escándalo y un engorro para todos los implicados, pero no se puede evitar. ¿Se le puede pedir en serio a la esposa vapuleada que regrese al domicilio del maltratador? ¿Podemos obligar a Kosovo a reintegrarse en Serbia? En una palabra: no. Entonces... ¿Si nos negamos a reconocer su independencia, qué otro futuro podemos ofrecerles a los kosovares? ¿La autonomía? Ya la tuvieron y pasó lo que pasó. ¿Y los serbios del norte de Kosovo, que quieren secesionarse también para reintegrarse a Serbia? Pues que lo hagan ¿Por qué no? ¿Qué nos importa a nosotros?

Lo que a nosotros nos importa es el País Vasco y Cataluña. En ambos casos nos da igual lo que suceda en Kosovo mientras el separatismo vasco y catalán siga siendo tan minoritario como lo ha sido de forma creciente durante las últimas décadas.

Juanjo Sánchez Arreseigor, historiador.