Observo una tendencia que no me gusta. Y es la equiparación creciente de la enseñanza pública con ideologías de izquierda, y de la enseñanza privada con partidos de derechas. Una tendencia por la que, quien se lo pueda permitir, estudia en centros privados, quedando las escuelas o universidades públicas para los que no se lo pueden permitir. Una tendencia por la que en las universidades públicas se imponen maneras y credos necesariamente de izquierdas.
Una tendencia por la que uno (creyente en lo público) observa que ciertos valores se encarnan mejor -o solo ya- en los centros privados.
Si preguntáramos a los alumnos que acuden a la universidad pública si preferirían acudir a la universidad privada, posiblemente la mayoría dirían que, por poder, preferirían acudir a centros privados. Esto no es bueno. Las universidades públicas siempre fueron los referentes de lo mejor. En la enseñanza pública vienen estando los catedráticos más emblemáticos (más o menos, aún es así), independientemente de su ideología y de todas estas nuevas modas de la ideologización (de los tribunales también, por cierto, etcétera.). Todo, al parecer, ha de ser de derechas, o de izquierdas. El modelo francés clásico de enseñanza (que fue siempre nuestro modelo tradicional), así como en el modelo alemán, han de seguir siendo los referentes para nosotros, no el modelo anglosajón, donde sacar un título universitario es un tema de dinero, igual que en el Reino Unido, donde las universidades se están convirtiendo en un puro negocio de atracción de recursos a base del encanto que suscitan a nivel internacional en adinerados indios, chinos, árabes, etcétera.
La enseñanza pública ha de lograr situarse por encima de este influjo social negativo. El centralismo liberal, que ha primado por fortuna en nuestra historia, lo tuvo claro. Sin embargo, la universidad pública empieza a ser un reflejo de los modos y maneras de la izquierda: igual que estos partidos pactan con los nacionalistas, en las universidades públicas empieza a notarse el influjo igualmente de lo autonómico, su lengua, su ideología... Una persona que crea en la nación, pero que crea también en el modelo tradicional público, empieza a no tenerlo fácil. Por ejemplo, en Hispanoamérica uno observa que las Universidades de la iglesia son las que representan mejor los siempre deseables valores tradicionales. ¿Por qué no también las públicas?
En conclusión, y a mi juicio, ni las izquierdas se han de adueñar de lo público, ni las derechas deben mostrar una preferencia o mayor simpatía por lo privado.
Me gusta lo público pero, por favor, no terminemos odiándolo.
Santiago González-Varas es catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad de Alicante.