Enseñar a leer para crear lectores

Por Montserrat Fons, profesora de Didáctica de la Lengua de la Universitat de Barcelona (EL PERIÓDICO, 14/09/06):

Con el inicio del curso, el ministro francés de Educación, Gilles de Robin, ha ordenado por decreto "el aprendizaje de la lectura según el método silábico". El típico "la m con la a, ma; la s con la a, sa..." es el que será obligatorio a partir de ahora. Esta decisión, preludiada el pasado curso con reiteradas declaraciones públicas, ha sido replicada por autoridades cientí- ficas y movimientos pedagógicos, lo que ha originado un debate del que la prensa francesa se ha hecho eco.
A nuestro entender, la decisión del ministro francés es trasnochada y perversa por, al menos, tres razones: porque simplifica el problema, porque muestra desconfianza en el saber hacer de los maestros y porque desvía el problema de fondo del fracaso del sistema educativo.
Hoy no podemos reducir el debate sobre cómo enseñar a leer a una discusión entre dos grandes métodos: los que parten de unidades mínimas, sean letras (método alfabé- tico), sonidos (método fónico) o sílabas (método silábico), y los que parten de unidades mayores, ya sean palabras o frases (método global y método natural), porque durante el último tercio del siglo XX la didáctica de la lengua ha hecho grandes avances. A partir del análisis de las prácticas en el aula, del conocimiento del proceso lector y escritor, y de la descripción del desarrollo evolutivo sabemos que enseñar a leer y escribir es un proceso largo y complejo. Incluye la enseñanza de las letras y los sonidos, pero, si bien este conocimiento es del todo necesario, es también insuficiente.
Los estudios sobre la comprensión de la lectura de Isabel Solé y sobre el proceso de escritura de Anna Camps coinciden en destacar que leer y escribir solo se desarrollan plenamente si parten de una situación de comunicación en la que el lector y el escritor se sienten implicados. El conocimiento de estos procesos hace del todo inviable reducir esta enseñanza al conocimiento de las letras, al silabeo, los dictados, las caligrafías y las copias, y hace del todo necesario plantear trabajos de comunicación en los que leer y escribir se plantee de forma completa, significativa y llena de sentido, rehuyendo trabajos parcializados y aislados. Implicados en experiencias de uso real de la lectura y la escritura, los aprendices plantean situaciones (¿aquí qué dice?, ¿cómo podemos saber cómo se escribe?, ¿qué letra es?, ¿son iguales estas dos palabras?) que con la adecuada intervención del maestro permiten adquirir, progresivamente y con sentido, todos los conocimientos necesarios sobre el texto y sobre el código para leer y escribir.

POR OTRA parte, la descripción de las etapas de escritura, de Ferreiro y Teberosky, por las que pasa el niño entre los 4 y 7 años, de los primeros garabatos y letras mezcladas hasta el principio alfabético, permite comprender las producciones de los niños y ayudarles a avanzar a partir de lo que van construyendo.
Creemos que decidir por decreto la forma de enseñar a leer es una falta de confianza del ministro hacia sus maestros. Seguro que ningún ministro de Sanidad se atrevería a decir a sus médicos si una operación debe hacerse con anestesia total o local. Lo que ocurre es que en educación se superponen criterios técnicos y criterios educativos. Políticos, maestros y ciudadanos, todos queremos saber qué es lo mejor para enseñar a leer y escribir, y estudios no faltan, pero la pregunta no va nunca sola, porque no es neutra, siempre va acompañada: mejor ¿para qué y para quién? No es lo mismo enseñar a leer para ser autónomo en una sociedad cada vez más mecanizada (por ejemplo, para pagar el tiquet del párking), que enseñar a leer para potenciar el conocimiento, o para hacer volar la imaginación y disfrutar de la estética de las palabras. No es lo mismo enseñar a leer para lograr una lectura rápida en voz alta, que enseñar a leer en silencio de un modo reflexivo. No es lo mismo enseñar a leer para memorizar los textos que enseñar a leer para comprenderlos. No es lo mismo enseñar a leer para ser críticos con las fuentes de información que enseñar a leer para tragarse todo lo que se publica. En definitiva, no es lo mismo enseñar a leer que hacer lectores críticos.

FINALMENTE, también vemos cómo esta simplificación (noten, además, que el decreto solo habla de lectura, y no de lectura y escritura) intenta desviar los problemas de fondo de la escuela. Mientras se intenta arreglar el fracaso en lectura detectado por el informe PISA, imponiendo el método silábico, queda en segundo término la discusión sobre los problemas de tipo social y de estructura que sufre el sistema educativo. Imponer un método y prohibir otro es una cuestión que puede desencadenar más o menos discusiones, pero no necesita ningún presupuesto detrás, ni tan solo de materiales, porque sirve el manual Bos- cher de 1906. En cambio, ya sería hora de planificar los recursos adecuados a cada contexto para desarrollar programas completos en los que el objetivo de enseñar a leer y a escribir fuera hacer lectores y escritores, ciudadanos críticos y responsables del siglo XXI.