Entendamos a Simone Biles: la búsqueda de la perfección es agotadora

Pocos pronósticos más claros había en estos Juegos de Tokio que el concurso de gimnasia artística. Una historia imaginada que anticipábamos antes de comenzar. Como si los deportistas que marcan una época lo hicieran de forma natural, sin dedicación monacal, sin estrés permanente.

No obstante, lo natural es que la perfección se alcance de forma fugaz, pasajera. Que se aleje una vez que se roce. Por eso somos humanos.

Encadenados a las limitaciones constantes de nuestra naturaleza como especie, la simplificación en los juicios sobre la salud mental de los deportistas es una frivolidad. El sometimiento del cuerpo humano a esfuerzos extenuantes puede dañarlo y agotarlo, sin excepción, ya sean las extremidades o el cerebro.

De esta forma, el estrés de la constante autoevaluación continua puede destrozar la mente de una persona al igual que, por ejemplo, las alteraciones emocionales y conductuales durante la pandemia, ya determinadas por la ciencia.

Una matrícula de honor es una faena. A partir de ese momento, cualquier otra calificación puede resultar insuficiente, un desengaño propio, una desilusión para los que te rodean.

Cuando el desencanto es el de un pueblo, de una ciudad o de un país, la mente del deportista quizás genere una tormenta de pensamientos flagelantes. Cuando el ojo es del planeta entero, tu mente te puede reclamar la huida. Como a Simone Biles: "Tengo demonios en la cabeza".

Sin importar la actividad profesional a la que nos dediquemos, la presión de las expectativas propias y ajenas modifica la percepción que tenemos de nosotros mismos. Hasta podemos considerarnos personas fracasadas, aunque hayamos puesto en movimiento todas nuestras aptitudes. Con la mochila bien cargada de piedras en nuestro cerebro, la motivación decaerá sin remisión y la autoconfianza se esfumará.

Y si nuestro entorno y nuestra educación no protegen nuestro hemisferio izquierdo (el narrador constante de nuestra vida), este no cesará de presentarnos como un fracasado.

El dinero y la fama no funcionarán entonces como antídotos. Al contrario. Cuanto mayores son las expectativas, más caerá sobre la cabeza del deportista el martillo de la responsabilidad.

A pesar de los avances continuos de las ciencias del cerebro y de la mente, nuestro desconocimiento acerca del órgano que nos convierte en homo sapiens es abismal. Cada día es más palpable la vulnerabilidad de los deportistas ante los grandes retos y frente a la petición propia y extraña de llegar más lejos, de superar la inmensidad del logro previo.

La implacable maquinaria del deporte exige sin cesar. Pero, como contrapeso, la valentía de los afectados comienza a resonar de manera inapelable. Desde Ronaldo Nazario hasta Simone Biles, pasando por Naomi Osaka, Michael Phelps y una lista enorme de deportistas que sintieron la tenaza opresora de su mente. No sólo admiremos su grandeza. Escuchémoslos.

José Luis Llorente es profesor de Derecho, expresidente del sindicato de jugadores ABP y exjugador del Real Madrid de baloncesto.


PD: Mi agradecimiento a la neurocientífica Raquel Marín y al psicólogo deportivo José Manuel Beirán.

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