Entre la liberación y el conservadurismo

Por Juan José Tamayo, director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor de Fundamentalismos y diálogo entre religiones (EL PAÍS, 08/11/05):

Las Cumbres y los Foros Iberoamericanos apenas se ocupan del factor religioso, que juega un papel muy importante en la realidad política, sociocultural y económica de América Latina, y que viene sufriendo cambios profundos durante las últimas décadas. He podido comprobarlo sobre el terreno en mis frecuentes viajes por varios países de América Latina y el Caribe. El momento estelar del cambio tuvo lugar con el nacimiento de un nuevo paradigma: el cristianismo de liberación comprometido con la causa de las mayorías populares oprimidas, que cerraba definitivamente la larga etapa de la Iglesia colonial, aliada con los poderes fácticos y fiel remedo del cristianismo hispano-romano. Eso sucedía en todo el continente gracias a una serie de condiciones tanto internas como externas al cristianismo. Entre las externas cabe citar: el despertar del Tercer Mundo como sujeto de su propia historia, sin interferencias de los poderes imperiales; la teoría de la dependencia, que consideraba el subdesarrollo latinoamericano como consecuencia del desarrollo del Primer Mundo y no como una etapa en el camino hacia el desarrollo; la aparición de movimientos de liberación en la mayoría de los países del continente comprometidos en la lucha por la transformación de las estructuras socioeconómicas y políticas; la revolución cubana, y la pedagogía del oprimido de Freire.

Entre las causas internas se encuentran: la reforma de la Iglesia católica en el concilio Vaticano II (1962-1965); el compromiso de los cristianos y cristianas en los movimientos de liberación; las comunidades eclesiales de base como nuevo modelo de Iglesia; la opción por los pobres asumida por el Episcopado Católico Latinoamericano en la Conferencia de Medellín (Colombia) en 1968, y por el Consejo Latinoamericano de Iglesias, rompiendo así con el cristianismo colonial y desarrollista mayoritario en América Latina hasta entonces; la teología de la liberación, primera gran corriente teológica del Tercer Mundo con identidad propia y carácter ecuménico, cuyo acto primero es la praxis y la experiencia religiosa, y cuyo acto segundo es la reflexión a partir del compromiso con los oprimidos. El nuevo cristianismo liberador jugó un papel decisivo en la defensa de los derechos humanos durante y contra las dictaduras y los regímenes de la Seguridad Nacional que se instalaron en muchos países del continente.

No tardó, empero, en producirse un cambio en el panorama religioso, al menos en la Iglesia católica, que está pasando por una ya larga etapa de involución, iniciada tras el acceso de Juan Pablo II al pontificado. La Conferencia de Puebla de los Ángeles, México (1979), inaugurada por el Papa polaco unos meses después de su elección, fue, en cierta medida, un paso atrás en relación con la de Medellín. Condenó la Iglesia Popular, suavizó la opción por los pobres y no citó ni una sola vez a la teología de la liberación. Ésta empezó a ser acosada, y, a partir de entonces, sus principales cultivadores fueron amonestados, procesados, retirados de sus cátedras e incluso condenados, como Leonardo Boff.

Durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX se produjeron cambios importantes en el episcopado católico. Los obispos de Medellín fueron sustituidos por obispos en sintonía con el programa restaurador de Juan Pablo II, muy críticos con el cristianismo liberador. Dos ejemplos: monseñor Cipriani, miembro del Opus Dei, fue nombrado arzobispo de Lima (Perú), y el cardenal Fernando Sáenz Lacalle, sacerdote español también de la Obra, fue elegido para sustituir a Rivera y Damas al frente de la emblemática diócesis de San Salvador (El Salvador), que ocupara de 1977 a 1980 el arzobispo profeta y mártir Óscar Romero.

Hoy el panorama es plural. Hay un espectacular despertar de las religiones indígenas y afrolatinoamericanas y de sus respectivas teologías, sobre todo desde 1992, en que dichas comunidades, marginadas por razones étnicas, tomaron conciencia de su identidad cultural y religiosa. Pero se aprecia, al mismo tiempo, el avance del catolicismo neoconservador en casi todos los campos.

En el mundo protestante hay un avance significativo del pentecostalismo, movimiento religioso y políticamente plural, si bien con predominio de tendencias fundamentalistas, cuyos rasgos más relevantes son: lectura literal de la Biblia sin recurrir a la mediación hermenéutica, aislamiento de otras tendencias religiosas, rechazo del ecumenismo, rigorismo moral, posiciones políticas ultraconservadoras, y manifestaciones espectaculares y taumatúrgicas en su vivencia religiosa. Muchos recordarán cómo en el Mundial de 2002, celebrado en Corea y Japón, la selección brasileña de fútbol, tras su victoria, se puso de rodillas para invocar a Dios y darle gracias por el triunfo.

Avanza también el fundamentalismo católico, que se desarrolla en varias direcciones, según los países. En Brasil, por ejemplo, predomina el movimiento carismático, de tendencia pentecostal, que intenta llenar el vacío espiritual de la sociedad a través de experiencias religiosas espectaculares. En los países de habla hispana, el fundamentalismo se vehicula a través de los movimientos conservadores -algunos con tintes integristas- como Opus Dei, Legionarios de Cristo, Sodalitium, Heraldos del Evangelio y Camino Neocatecumenal, que defienden la ortodoxia tridentina, abogan por la presencia de la religión católica en la vida política y cultural a través de mediaciones confesionales, legitiman el modelo económico neoliberal en el continente y niegan estatuto teológico a la teología de la liberación, a la que acusan de marxista y defensora de la violencia revolucionaria. Estos movimientos cuentan con el apoyo del Papa, cuyo programa restauracionista llevan a cabo de manera muy eficaz en la Iglesia y sociedad latinoamericanas.

Pero hay también una esperanzadora recomposición del cristianismo liberador. A pesar de los intentos de hacer fracasar la teología de la liberación por parte de los poderes políticos, religiosos y económicos, ésta sigue viva y se reformula a través de los nuevos procesos históricos en una pluralidad de tendencias con especial sensibilidad hacia situaciones y fenómenos que en la teología de la liberación de las décadas anteriores apenas eran tenidos en cuenta, como las experiencias de marginación y de exclusión por razones de etnia, raza, género, tradición cultural, etcétera. Fruto de esta reformulación en los nuevos contextos culturales se desarrollan nuevas líneas de reflexión que intentan compaginar el dinamismo profético, el rigor metodológico y el carácter sistemático. Entre estas teologías cabe citar las siguientes: campesina, afroamericana, indígena, ecológica, pentecostal, la teología de género, la teología económica de la liberación y la crítica de la religión económica del mercado. Son todas ellas "teologías fundamentales" que intentan dar razón de la fe cristiana en el nuevo contexto.

Un último desafío al que intenta responder hoy el cristianismo latinoamericano es el del pluralismo religioso y cultural. Y lo está haciendo a mi juicio por el buen camino: el diálogo interreligioso y la interculturalidad, en un momento en que renacen las religiones indígenas y negras, y avanzan algunas de las grandes religiones como el islam y el budismo.