Entre misiles y represalias

Después de siete años de atasco, el Gobierno de Israel y la Autoridad Nacional Palestina acaban de reanudar las difíciles y complejas negociaciones que deberían conducir al acuerdo de paz que las conferencias de Annapolis y de París auguraron. Pero la ominosa espiral de violencia de los últimos días en Gaza proyecta su sombra sobre las negociaciones y si no es detenida a tiempo, sus consecuencias serán mucho más dolorosas para israelíes y palestinos que las intifadas de fines de los ochenta y de principios de esta década. Israel y Hamas están gradualmente perdiendo el control de la situación, avanzando paso a paso hacia un inevitable choque. Nadie quiere una escalada de violencia, pero parecería que todos hacen lo posible para que esto ocurra.

La retirada unilateral israelí de la franja de Gaza, a la que siguió en poco tiempo la violenta toma del poder de Hamas, no solamente ha modificado profundamente el panorama político palestino (de hecho, existen hoy dos entes nacionales, Hamastán en Gaza y Fatahland en Cisjordania), sino también las relaciones palestino-israelíes. Nadie debe equivocarse: para el movimiento fundamentalista radical Hamas se trata solamente del primer paso en el establecimiento de una entidad islamista, un triunfo del islam, más que palestino. Gaza es hoy un territorio al borde de la ruina. Sus instituciones gubernamentales se han colapsado. El Gobierno israelí acaba de cerrar herméticamente sus fronteras.

El resultado no es otro que una vida aún más miserable para los casi dos millones de habitantes de este territorio palestino, aislados hoy por Israel, que se niega a cualquier clase de diálogo con una organización que aboga por su destrucción, y también por la comunidad internacional, que no reconoce su gobierno de facto. Hamas, que celebró recientemente el vigésimo aniversario de su fundación con una masiva demostración de fuerza, en la que participaron centenares de miles de simpatizantes, continúa firme en su negativa a reconocer a la "entidad sionista" (la palabra Israel no figura en su léxico) y en su rechazo a cualquier negociación y a los acuerdos firmados en el pasado con Israel.

El gobierno de Hamas juega peligrosamente con fuego, a la manera de los pirómanos.

Y el Gobierno israelí, cada vez más presionado por la población fronteriza (casi un cuarto de millón de habitantes) al alcance de los cohetes y misiles lanzados desde Gaza, le hace el juego. Gradualmente, Israel está siendo arrastrado hacia la franja de Gaza. La lluvia de cohetes y misiles que se precipita a diario desde este territorio y las acciones de represalia de Israel, cada vez a mayor profundidad, y que incluyen nuevamente las eliminaciones selectivas, han creado una desastrosa e insostenible situación. Nadie encuentra la fórmula que evite una situación como la que vive Gaza, hoy al borde de una grave crisis civil, mientras que en el lado israelí, por dar un ejemplo, la situación en la ciudad de Sderot es tan traumática que dos tercios de su inerme población están dispuestos a abandonarla. En el último año, la dejaron cerca de tres mil personas.

El Gobierno israelí pretende, infructuosamente hasta el momento, obligar a Hamas a desistir del uso del terrorismo con nuevas y más duras represalias y sanciones económicas. Esta semana acaba de imponer a Gaza un castigo colectivo en el supuesto de que obligaría así a sus habitantes a rebelarse contra Hamas. El presidente palestino, Mahmud Abas, declara que Hamas ha dado marcha atrás al sueño palestino de establecer un Estado independiente y que los ataques sabotean los esfuerzos de palestinos e israelíes. Pero todo lo que puede hacer es amenazar con su renuncia "si Israel no cesa los ataques", olvidando señalar que la violencia del régimen hamastano es dirigida también contra los propios palestinos opositores a su gobierno.

En Israel tiene lugar un intenso - e inédito- debate público: ¿debe su ejército lanzar una operación terrestre de gran alcance en Gaza o no debe hacerlo? Para unos, es intolerable que desde hace siete años, ininterrumpidamente, sus poblaciones fronterizas sean atacadas desde Gaza. Sobre todo, después de que las fuerzas israelíes evacuaran este territorio palestino. Quienes se oponen, lo hacen en la consideración de que nadie sabe a ciencia cierta qué pasará el día después. Nadie, a excepción de los ultranacionalistas, quiere mandar nuevamente sobre una población hostil de casi dos millones de almas. Hasta ahora la opción militar ha fallado y lo más probable es que después de otra retirada se vuelva al punto de partida. El dilema es resuelto con otra vuelta de tuerca militar. El dilema sí, la situación, no.

Se ha creado un nuevo triángulo de las Bermudas en Oriente Medio, en cuya vorágine, si nadie lo remedia, naufragarán las esperanzas de paz que aún quedan entre palestinos e israelíes.

Samuel Hadas, analista diplomático. Primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede.