Entrevista a Jürgen Habermas

Entrevista a Jürgen Habermas, filósofo y sociólogo (EL PAIS, 31/01/04).

El espectro del antisemitismo recorre de nuevo Europa impreso en el recuerdo de una tragedia. El filósofo alemán Jürgen Habermas reflexiona sobre la xenofobia y el racismo de nuestros días, y en Berlín se debate el problema. La Unión Europea carece de poderes suficientes para combatir este fenómeno creciente.

El filósofo y sociólogo Jürgen Habermas, que el próximo 18 de junio cumplirá 75 años, se ha convertido en una instancia moral desde su retiro junto a un lago de Baviera que se implica, desde hace casi medio siglo, en todos los debates intelectuales de su tiempo, desde su enfrentamiento con el fallecido líder del movimiento estudiantil alemán del 68 Rudi Dutschke, cuando Habermas criticó algunas de sus posiciones como "fascismo de izquierdas", a su oposición a la guerra de EE UU en Irak y su reciente polémica por haber recomendado la publicación del libro Tras el terror, de Ted Honderich, retirado de las librerías por la editorial Suhrkamp ante las acusaciones de antisemitismo. Quizá para evitar malas interpretaciones de sus palabras, Habermas puso como condición para esta entrevista que sus respuestas se fijasen en un cuestionario. Habermas es el filósofo por antonomasia en la Alemania que se prepara a celebrar el bicentenario del nacimiento de Kant. El semanario Die Zeit lo definió como el Hegel contemporáneo, y el diario berlinés Tagesspiegel escribió que es tan grande que "la mayoría de los que quieren darle una palmada en los hombros no le llegan a la suela de los zapatos".

Pregunta. Sondeos recientes apuntan a un incremento del antisemitismo en la Europa central y occidental, y el Gobierno israelí acusa a la UE de antisemitismo.

Respuesta. Algunas observaciones que hago en mi entorno o las que leo en el periódico concuerdan con ese diagnóstico. Por otra parte, hace décadas que, en casi toda Europa, constatamos un potencial constante de prejuicios y actitudes que afectan a cerca de un 15% de la población. Es difícil decir si, en las circunstancias actuales, ese potencial sólo se manifiesta de una manera más llamativa, si sale a la luz en mayor medida, o si ha aumentado. No conozco ninguna investigación fiable.

P. ¿Contribuye la política de Israel en Palestina al auge del antisemitismo?

R. Sin duda, en la medida en que la crítica de inspiración progresista de la política autodestructiva y sin perspectiva del Gobierno de Sharon crea otro clima de opinión. Ahí pueden propagarse subrepticiamente los resentimientos alimentados por tradiciones muy distintas. Una consecuencia más desagradable de todo ello ha sido en Alemania la polarización de opiniones ante la guerra de Irak. Desde el fin de la II Guerra, muchas familias judías se hicieron cada vez más a la idea de permanecer en la RFA sólo porque, en última instancia, confiaban en la protección de EE UU. Por eso, la política contraria al Derecho Internacional del Gobierno de Bush ha abierto, también entre los progresistas, una brecha dolorosa entre ciudadanos judíos y no judíos que antes no existía. Así se ha perdido un importante capital de confianza. Tanto mayores deben ser nuestros esfuerzos para que la opinión tenga una conciencia del peligro, la conciencia de que el antisemitismo en Alemania es más peligroso que el antisemitismo, incluso a veces más pronunciado, de otros países.

P. ¿Ve conexión entre antiamericanismo y antisemitismo?

R. Sí, y es característica de ese nacionalismo radical que también contribuyó a la caída de Weimar. El antiamericanismo en Alemania siempre ha ido unido a los movimientos más reaccionarios, y aún hoy sirve a los incorregibles como tapadera del antisemitismo. El miedo a este complejo histórico nubla el debate y explica por qué la protesta fundada contra la guerra de Irak y una crítica justificada al Gobierno de Sharon despiertan a menudo falsas sospechas.

P. ¿Cómo diferencia antisemitismo y antisionismo?

R. En el plano analítico cabe hacer distinciones conceptuales que, en el uso político, hace tiempo que se han desdibujado. El antisionismo no tiene que tener connotaciones antisemitas cuando, y sólo cuando, en él se expresan reservas contra consecuencias normativas indeseables de todo nacionalismo. Hay muchos y notables intelectuales judíos que no son sionistas. Pero el antisionismo está desacreditado. Tras el Holocausto, ¿qué europeo podría negar a Israel el derecho a existir, o desentenderse de esta cuestión político-existencial?

P. ¿Puede hablarse de un antisemitismo de izquierdas y, si es así, qué rasgos lo diferencian del tradicional?

R. Históricamente, hubo antisemitismo de izquierdas en forma de una mezcla turbia de motivos anticapitalistas y antisionistas. Las reservas de la izquierda contra las raíces nacionalistas del sionismo se nutrieron de tradiciones cosmopolitas ilustradas, que más bien han contribuido a la tolerancia que al rechazo de los extranjeros. Pero hay mezclas ideológicas contradictorias, cuyo aglutinante es el miedo a la pérdida de estatus y al desarraigo. El antisemitismo de izquierdas y el de derechas confluyen en el bagaje sentimental etnocéntrico y xenófobo de las capas de población que se sienten amenazadas por los procesos de modernización.

P. El caso del diputado de la CDU Martin Hohmann

[expulsado del grupo parlamentario por recientes manifestaciones antisemitas] podría ser un ejemplo de antisemitismo intelectual. ¿Puede decirse que en Europa estén en peligro los judíos?

R. Respecto a Hohmann, cabe hablar de una forma intelectualizada de antisemitismo: Anna Freud concebía la intelectualización como una estrategia defensiva, la traducción de motivos inconscientes en una argumentación desprovista de emociones. El caso Hohmann debe entenderse en el contexto alemán de la "revisión" del pasado nacionalsocialista. Tras una fase de represión y de "incapacidad de duelo" [como dijo el psicoanalista Alexander Mitscherlich] que duró hasta los cincuenta, vivimos movimientos pendulares: intentos de confrontación sincera con la época nacionalsocialista y llamamientos a la restauración de la "normalidad", que se suceden entre sí.

La intensidad de la controversia no ha disminuido, al menos en los medios de comunicación o en el debate público. Lo que ha cambiado es otra cosa. Sólo por medio de una barrera informal, pero efectiva, entre el discurso público oficialmente permitido y los prejuicios manifestados en privado, se ha liberalizado de hecho a lo largo de décadas la forma de pensar de la población. En el caso de Hohmann, el mecanismo ha funcionado de nuevo. Pero, tres generaciones después de Auschwitz, la proscripción de mentalidades políticamente nefastas tiene que imponerse también sin una brecha en cierto modo artificial, y mantenida con fines pedagógicos entre la opinión pública y la informal.

P. En España está muy extendida la xenofobia contra los moros; en Alemania, contra los turcos, y en Francia, también contra los árabes. Todas estas manifestaciones podrían definirse como islamofobia. ¿No supone esto un peligro mayor que el antisemitismo?

R. Usted mismo distingue entre naciones, y en Inglaterra el problema se manifiesta de una forma distinta. El desafío del mundo islámico a Occidente se presenta en cada país ante un trasfondo de experiencia nacional diferente. En Alemania, ahora como antes, el antisemitismo es el barómetro y la señal de alarma para el estado de la cultura política. En este síndrome se concentran los motivos más oscuros y abismales, anclados también en nuestras tradiciones, y que, ya mucho antes de la época nazi, adquirieron la fuerza de forjar mentalidades. Por otra parte, la xenofobia contra los componentes de nuestra mayor minoría y -por islámica- también más visible están arraigados en idénticos miedos y proyecciones que el antisemitismo. Incluso están más extendidos y encuentran en la opinión pública una comprensión también mayor. Los partidos conservadores que se revuelven contra el antisemitismo no tienen reparos en llevar el agua de la islamofobia a su molino. Como ocurre hoy con el ingreso de Turquía en la UE.

P. ¿Cree que Turquía debería ingresar en la UE?

R. Europa debería aprovechar la oportunidad que ofrece una unión política estrecha con la Turquía laica que fue creada por Ataturk, precisamente hoy, ante la lucha de las culturas avivada por el terrorismo internacional. Turquía ha resuelto el problema de la separación de Estado y mezquita, y parece experimentar una modernización de la conciencia religiosa en amplias capas de la población. Potenciar un euroislam ilustrado redunda en el interés de nuestros países, que sólo ahora, casi siempre con dolor, están aprendiendo a tomarse en serio el pluralismo religioso, de antiguo consagrado en sus constituciones. Los musulmanes no son ciudadanos de segunda clase.

P. ¿Qué opina de la prohibición del velo y otros símbolos religiosos en la escuela francesa?

R. Con mi respeto por la gran tradición laica del republicanismo francés, creo que la deseada integración de los árabes más bien se dificulta con esta medida. Ante la voluntad de autorrepresentación cultural y el deseo de reconocimiento político de una minoría religiosa, convendría una mayor serenidad. El maestro está ante la clase, pero, ¿por qué las alumnas no habrían de poder llevar un velo en la cabeza o una cruz al cuello?