Epicentro del reencuentro

El seísmo que ha sacudido México es una nueva ocasión para que España visibilice su compromiso con esta nación hermana y dar un nuevo impulso a la especial relación entre ambos países. La coyuntura es propicia: Madrid es la ciudad invitada a la Feria Internacional del Libro que se celebrará en Guadalajara en noviembre –la más importante del mundo en español– y, justo antes del verano, el Ayuntamiento de Madrid cedió un espacio privilegiado donde se ubicará la Casa de México, dando viabilidad a un acuerdo suscrito hace ya más de 25 años para abrir espacios culturales en ambas capitales –el Centro Cultural de España se abrió en Ciudad de México en 2002–.

México y España atraviesan momentos muy complejos. Mientras la primera, en pleno periodo electoral, libra su particular batalla contra el narcotráfico y la corrupción, la segunda tiene ante sí el desafío del procés. En lo exterior a nadie escapa que, con ocasión de la nueva Administración en la Casa Blanca, México se ha visto sometido a una fuerte presión que ha puesto en riesgo su estabilidad política, institucional, social y económica. España, al tiempo que afronta el drama del tráfico ilegal con seres humanos en la costa del Mediterráneo, trata de aunar fuerzas con sus principales aliados europeos para que el impacto y proceso que lleva a la salida del Reino Unido de la Unión, no solo sea lo menos perjudicial posible, sino que se convierta en una oportunidad para superar la crisis que atraviesa el proyecto común europeo.

Es por eso que se presenta ante nuestros países una ocasión única para relanzar una herramienta que durante varias décadas funcionó como un agente internacional de primer orden y que hoy vive horas bajas: las Cumbres Iberoamericanas. Fue precisamente en México donde se celebró la primera en 1991. Si la anfitriona buscaba fortalecer este espacio común para compensar sus acuerdos con Estados Unidos y Canadá –también hoy en entredicho–, para el conjunto de América Latina representaba una oportunidad única para superar la que se conoció como “década perdida”. A España y Portugal les brindaba una ocasión histórica para reencontrarse con América en un momento en que nuestro país se preparaba para vivir los fastos de 1992, culmen de nuestro proceso modernizador. En los siguientes años, salvo causa de fuerza mayor, ningún líder se perdía estos encuentros en los que se acordó cooperar en cuestiones decisivas en educación, democracia, globalización, justicia y equidad, migraciones, juventud, modernización de la Administración, innovación o cohesión social, entre otros.

México debe liderar esta nueva etapa. Desde luego porque, ante la tragedia que acaba de acontecer y la presión a la que se está viendo sometida por su vecino del norte, suscita la simpatía y afecto de la inmensa mayoría de los ciudadanos que habitamos el área hispana y lusoparlantes. Pero, sobre todo, por otros motivos objetivos. Primero, por la importancia de su peso económico y demográfico, no sólo entre las naciones de habla hispana, sino también como minoría esencial en el juego político de los Estados Unidos, algo que puede y debe hacer valer en sus relaciones con el país vecino y en la relación de Iberoamérica con este. Segundo, porque ocupa un espacio privilegiado desde un punto de vista geoestratégico. Si hoy las relaciones internacionales se han desplazado hacia el Pacífico, México, que forma parte de la Alianza del Pacífico junto a Chile, Perú y Colombia, puede y debe ser la bisagra con el Atlántico. Tercero, porque es la capital cultural del mundo en español con intelectuales como Octavio Paz o Enrique Krauze, entre los grandes del último medio siglo, empresas como el Fondo de Cultura Económica o la FIL de Guadalajara –líderes en el sector–, u otras manifestaciones en el cine, música, gastronomía o folclore, que exporta al mundo con notable éxito. Y, cuarto, México cuenta con un Servicio Exterior de referencia, caracterizado por la fortaleza en sus convicciones como mostró su invariable condena al franquismo o su protagonismo en la pacificación de Centroamérica a través del impulso del Grupo Contadora en 1983.

Esta hora crítica para México lo es, en realidad, para todo Iberoamérica. México puede convertirse en epicentro de esa unidad que brindará nuevas oportunidades a todos sus miembros y fortalecerá la posición geoestratégica de todas nuestras naciones en el escenario global. Es hora de alianzas y principios sólidos. Cuando está a punto de cumplirse un nuevo aniversario del Grito de Dolores –inicio del proceso de emancipación mexicana la noche del 15 de septiembre de 1810– México no solo tiene un gran desafío, tiene ante sí la responsabilidad del liderazgo. España debe ser su socio y aliado preferente.

Antonio López Vega es director del Instituto de Humanidades y Ciencias de la Salud Gregorio Marañón y profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid.

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