Epidemia TikTok

“Advertencia. Esta aplicación puede ser altamente adictiva”. Esta es la frase con la que TikTok invita en Twitter a descargar su aplicación. Su objetivo es claro: tener al mayor número posible de personas enganchadas. ¿Para qué? Lo de siempre, vender cosas y ganar dinero. Y lo están consiguiendo a una velocidad sin precedentes: ha tardado mucho menos que Facebook o Instagram en conquistar los mil millones de usuarios en el mundo, más de cuatro de ellos en España, de los cuales el 70% es menor de 24 años. Para entendernos: TikTok parece ser a las redes sociales lo que el coronavirus a la gripe. Y lo de que es adictiva no es broma. Al revés, hay un montón de gente enganchada, la mayoría niños. Es cosa sabida en los colegios: “Si no estás en TikTok, no eres nadie”.

Bien, los dueños de este juguetito han accedido a pagar una multa de 5,7 millones de dólares por captar ilegalmente datos de menores. Desde entonces, sus bases legales obligan a tener 13 años para descargar la aplicación, porque esa es la edad requerida en EE UU. Poco importa que en España ningún menor tenga derechos legales sobre las imágenes que comparte hasta los 14 años. Nadie ha pedido a TikTok que adapte sus bases legales a nuestra legislación. Total para qué, si cualquier niño de nueve se la baja mintiendo al móvil de sus padres. Eso cuando el niño no tiene su propio smartphone.

De modo que los pequeños falsean su edad para aceptar unas bases legales que los dejan desprotegidos. A partir de ahí, la aplicación recoge su información sin consentimiento parental: vídeos, correo electrónico, número de teléfono, ubicación… En Estados Unidos consideran esta manera de exponer la intimidad de los menores lo peor de lo peor. Entre otras cosas, porque allí todo el mundo cree que su vecino es pederasta y que está en TikTok siguiendo el rastro de sus retoños. Por suerte, nosotros no somos así. Nosotros somos europeos, españoles bien informados para ser exactos. Así que nos hemos tomado la molestia de restringir la cuenta de nuestros vástagos. “Mi hijo tiene TikTok, sí, pero solo juega y comparte vídeos con sus amigos del cole que son de su edad y a los que conozco personalmente”, decimos. ¿Hay algún problema?

Yo creo que sí. Y grave. Porque TikTok es una herramienta cuyo objetivo es generar tiempo de permanencia frente a una pantalla conectada con la propia imagen. Así que funciona como un sofisticado espejo mágico. Por eso los niños dicen “si no estás en TikTok no eres nadie”. Porque de hecho, sin TikTok no pueden “verse”.

Hay que reconocer que el problema del espejito viene de antiguo. Ya en la mitología griega Némesis castigó a Narciso a que se enamorara de su propia imagen. Y él, embobado, acabó arrojándose a las aguas de la fuente donde se reflejaba. Claro que Narciso era vanidoso de nacimiento —su carácter marcó su destino— mientras que nuestros niños son generosos y adorables. El problema es que gracias a TikTok todos los niños serán narcisos. Porque el algoritmo de esta red envía sus vídeos a millones de personas para que los admiren —promueve la vanidad con tecnología militar— y les invita a imitar lo que otros hacen para compararse con ellos e intentar superarlos de manera compulsiva.

Para colmo de males, los niños no hacen lo que quieren cuando están en TikTok sino lo que la plataforma determina. Porque a diferencia de otras redes, esta decide las tendencias y comunica a los tiktokers los hashtags sobre los que deben trabajar. Así TikTok sabe qué challenge van a hacer los niños antes de que ellos lo conozcan siquiera. ¿Se imaginan cuanto pagaría una marca por un poder así? Los dueños de TikTok ya lo están facturando. Por eso es tan importante que el algoritmo tenga más poder que el usuario, porque eso hace que la plataforma sea más rentable. Y así caemos una vez más en la paradoja de siempre: cuanto más inteligente es una tecnología, mayor volumen de usuarios “tontos” necesita para recaudar. Los niños no son tontos, pero están poco instruidos. Blanco perfecto.

Dicho esto, a mí TikTok me mola, no se crean. Es un universo fascinante lleno de contenidos que alberga mucha creatividad y buen rollo. El asunto es que yo no tengo nueve años, ni 14. Y además, he hecho algo que todo el mundo debería hacer antes de pisar cualquier red social: he construido mi identidad leyendo libros. ¿Se acuerdan? Esos complejos dispositivos paginados que construyen ciudadanos en vez de consumidores.

Desgraciadamente, los nativos digitales no están teniendo la suerte de construir su identidad como ciudadanos, ese lujo de los viejos. De manera que la epidemia china avanza y contagia a nuestros niños mientras nosotros discutimos sobre el veto parental, la chorrada medieval que Vox ha puesto de moda mientras se abría una cuenta en TikTok. Porque Santi está dentro, faltaría más. Allí donde hay ciudadanos poco instruidos, tienen los verdes su mejor caladero.

Mientras, los padres nos preguntamos por la edad a la que nuestros hijos deberían tener su primer móvil. Y digo yo ¿qué nos está pasando? Digamos de una vez las cosas claras. ¿Cuántos libros deberían leer antes de tener su primer móvil? Ahí está el único pin del que vale la pena discutir. Y la epidemia de la que urge salvaguardarse.

Nuria Labari es periodista y autora de La mejor madre del mundo (Literatura Random House).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *