Eppur si mouve

Dicen los escépticos que lo único que ha hecho el Papa Francisco en los meses que lleva en la silla de San Pedro es cambiar la música pero no la letra de esa institución milenaria que es la Iglesia católica. Otros van un paso más allá y apuntan que es un Papa que gusta más a los no creyentes que a los creyentes; un Papa «peronista» demasiado proclive a gestos como renunciar a alojarse en el palacio papal o elegir moverse por Roma en un viejo Ford Focus. Existen, en fin, los cautos que señalan que una religión que cuenta con nada menos que mil doscientos millones de fieles, pero en la que el número de vocaciones mengua año a año y que se ha visto salpicada por diversos escándalos, en realidad no puede permitirse que nadie, ni siquiera su cabeza más visible, sacuda los cimientos de premisas nunca cuestionadas. Sin embargo –parafraseando a aquel pisano temerario que en su día se atrevió, precisamente, a desafiar a las autoridades vaticanas con sus heréticas teorías (y tardó casi cuatro siglos en ser perdonado por ellas)–, eppur si muove, la Iglesia se mueve. Porque ¿quién imaginaba hace menos de un año que oiría de un Sumo Pontífice frases como estas?: «Es necesario ampliar las oportunidades de fortalecer la presencia de las mujeres en la Iglesia. La inteligencia femenina es necesaria a la hora de tomar decisiones». «A los sacerdotes les digo: no basta con sermonear, hay que escuchar; no regañéis, sanad». «Tal vez la Iglesia se ha mostrado débil, demasiado lejana a las necesidades, demasiado fría, demasiado autorreferencial, prisionera de su propio lenguaje rígido. Parecemos un hospital de campaña en medio de una guerra en el que los doctores parecen obsesionados por los niveles de colesterol de sus pacientes. No podemos seguir insistiendo solo sobre asuntos relacionados con los anticonceptivos o el matrimonio gay». «Quizá la Iglesia tenía respuesta para la infancia de la Humanidad, no para su edad adulta». Y, en fin, dos de las frases que más controversia han levantado: «La Iglesia tal vez debería poner menos énfasis en la sexualidad y más en amor», o «si un gay busca a Dios, ¿quién soy yo para juzgarle?».

Eppur si mouveEl 2013 ha sido sin duda el año de Francisco, y no solo porque así lo haya señalado la prestigiosa revista Time. The New York Times y los más influyentes periódicos del mundo le han dedicado sus últimos y por tanto más importantes editoriales a finales de diciembre, mientras que The New Yorker lo retrataba en portada como un ángel que no se sabe bien si está subiendo a los cielos o, tal vez, descendiendo a los infiernos. En efecto, todas las publicaciones, después de hacer alusión a su valentía a la hora de decir que desea una Iglesia en la que lo primero sea el Evangelio y lo segundo la doctrina, se asombraban de que se atreva a pisar terrenos espinosos, por no decir resbalosos. Como cuando, para responder a un famoso comentarista vaticano que tachó de «marxista» cierto pasaje de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, por ejemplo, retrucó con una sonrisa y sin rechazar el epíteto: «El marxismo como ideología es equivocada, pero conozco a marxistas que son personas extraordinarias; no me siento ofendido, por tanto. Además, no hay nada en mi exhortación que no pueda encontrarse en la doctrina social de la Iglesia». Y es que lo más fascinante de la personalidad del nuevo Papa es que, a pesar de que su discurso parece una ruptura radical con el pasado, lo que en realidad está haciendo es volver a la esencia de lo que es o debería ser la Iglesia. La peregrina, la compasiva, la cristiana en el más literal sentido de la palabra. También la revolucionaria. ¿Acaso no afirmó Jesucristo que él no había venido a traer la paz al mundo, sino la espada? La espada que saja y cura, según ha explicado también el Papa, la que sabe que si uno no cambia los tiempos acaban por arrollarlo, aunque sea la institución más vieja y venerable de este mundo.

Va a ser apasionante ver qué sucede de ahora en adelante. Según la revista Time, en los tiempos que corren es casi inverosímil oír decir a un líder algo que pueda chocar a su electorado, a sus seguidores. Además, salirse de la aburridísima pero siempre segura corrección política tiene un alto coste. De momento, el mundo observa entre perplejo, fascinado o escéptico los nuevos aires que soplan en una institución en la que mantener el statuquo ha sido no solo su doctrina, sino también su mejor baza. ¿Se atreverá el Papa Francisco a modificar la actual postura de la Iglesia respecto al acceso a la eucaristía de los divorciados que vuelven a casarse? ¿Y respecto a los gays? ¿Modificará la, para casi todo el mundo incomprensible, posición de aquella sobre el uso de los preservativos en lo que concierne al Tercer Mundo? Según Hans Kung, uno de los más destacados teólogos del Vaticano II y ahora apartado por la Iglesia de su cátedra, no lo tiene nada fácil. Son muchas y poderosas las fuerzas que se oponen a su voluntad de cambio. Mientras tanto, el mundo, y en especial los muchos creyentes que se habían alejado de la Iglesia en los últimos años, aguardan expectantes. Muchos de ellos no habían perdido la fe, pero encontraban difícil desarrollarla en una institución en la que, en palabras del Papa, parecía ser más importante la doctrina que el amor. Este artículo se titula Eppur si muove por razones obvias, pero también podría haberse llamado «Católicos 2.0»: y es que alumbra un tiempo en que esos creyentes a los que hago mención, y entre los que me cuento, por fin podremos decir lo que ha sido durante años un secreto a voces. Que la Iglesia no solo puede, sino que debe reinventarse. Y sin necesidad de perder su esencia. Porque esta no está en lo que el Papa tan gráficamente llama «colesterol», sino en lo que siempre ha sido el mensaje de Cristo, la tolerancia, la compasión. También el perdón.

Carmen Posadas, escritora.

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