'Eppur si muove'

Por José Manuel Fajardo, escritor (EL PERIÓDICO, 29/04/06):

Al día siguiente de la larga noche electoral en Italia, llegué a Perugia invitado por una asociación cultural de izquierdas que lleva el elocuente y humorístico nombre de Banana Republic. Cabía esperar encontrarlos en plena fiesta por la victoria de la izquierda y, sin embargo, reinaba una sensación de insatisfacción y el temor a que el Gobierno de Berlusconi aprobara normas que anularan votos y se atribuyera la victoria. Que tales pensamientos se den con apesadumbrada naturalidad en un país de la Unión Europea es chocante y preocupante a la vez. Pero el hasta ahora presidente Berlusconi ya había legislado otras veces en función de sus intereses, de modo que los recelos estaban más que justificados. ¿Lo estaba también el pesimismo reinante entre las bases de la izquierda italiana?
Se dice que la grandeza de la democracia es que, por ajustada que ésta sea, gobierna la mayoría. Pero en la práctica la clase política parece sentir una aversión insoportable hacia los resultados ajustados. Todo el mundo quiere ganar por KO. La razón invocada para ello, aparte de la satisfacción psicológica de ver desplomarse al rival con la ceja sangrando y la mirada perdida, es que un país en el que no hay una mayoría absoluta clara resulta ingobernable. Un argumento que tiene mucho de autoritario, pues desdeña el consenso y el diálogo por el deseo de imposición, de reducción de la disidencia a su mínima expresión.

EN ESPAÑA tenemos ya una amplia y nefasta experiencia de mayorías absolutas que, contra lo que suelen argumentar sus defensores, no han sido los motores de las grandes cambios del país. Los gobiernos con mayoría absoluta de González y de Aznar cosecharon las mayores movilizaciones de descontento popular de nuestra historia reciente: la huelga general del 14-D y las movilizaciones contra la guerra de Irak. La extrema concentración de poder convenció a los gobernantes de que su voluntad debía imponerse a la opinión de sus conciudadanos, por el bien de éstos, naturalmente. Por el contrario, han sido gobiernos inclinados al pacto y al diálogo (el de Suárez, en la transición, más por vocación que por aritmética electoral; el de Zapatero, por lo ajustado de su victoria pero también por vocación) los que han acometido las verdaderas transformaciones de la sociedad.
El caso italiano tiene algunas diferencias. La experiencia de mayoría absoluta de Berlusconi, que le ha permitido ser el primer presidente italiano que consigue terminar su mandato sin convocar elecciones anticipadas, ha puesto fin al sueño de que las mayorías absolutas podrían corregir automáticamente los defectos propios de la tradicional atomización del voto en Italia: la inestabilidad y la sustitución de las políticas estratégicas por continuas componendas a corto plazo.
Las mayorías absolutas en Italia no se construyen sobre un solo partido, como en España, sino sobre alianzas de partidos que llevan en su respectivo seno la dinámica de la atomización. Pero la reciente experiencia ha dejado claro que la concentración de poder político, mediático y económico en la persona-empresa de Berlusconi genera una peligrosa voluntad autoritaria. Que dicha voluntad disponga de ese monopolio de poder (mayoría absoluta parlamentaria, control de todas las grandes televisiones públicas y privadas y ser primera fortuna nacional) sitúa la vida democrática italiana al borde de la muerte. Afortunadamente, el carácter fragmentario de la mayoría absoluta parlamentaria ha servido para poner coto a la voluntad omnipotente de Berlusconi, rindiendo así la atomización un inesperado servicio al país.
Tras conocerse el resultado de estas reñidas elecciones, Berlusconi ha utilizado todo ese poder no sólo para aguar la fiesta de sus adversarios, sino para extender la sospecha de que las elecciones han sido amañadas. Que un Gobierno, responsable del proceso electoral, pretenda que la oposición amaña las elecciones sería para morirse de risa, si no fuera un peligroso empeño en negar la realidad.
"Eppur si muove", masculló Galileo frente a quienes negaban el movimiento de la Tierra. Lo mismo puede decirse de la realidad política italiana. Porque el centroizquierda ha ganado las elecciones.

POR UN puñado de votos, cierto, pero en eso consiste precisamente la democracia. El problema empieza justo después, en el momento de elegir entre el diálogo y la imposición, sin olvidar que quien no puede en absoluto imponer nada es la oposición, porque es ella quien ha perdido el poder. La oposición debe exigir el respeto a la minoría, que es parte esencial de la democracia, pero no es quien gobierna. Ésta es una buena ocasión para que la izquierda italiana ejerza su capacidad de diálogo, en primer lugar entre ella misma. Y este caso, lo ajustado de la victoria puede convertirse paradójicamente en el factor de unión que tantas veces le ha faltado. Porque ahora le toca gobernar a ella.