ERC y el pujolismo de izquierdas

El pleno parlamentario dedicado al desarrollo del Estatut ha sido una oportunidad perdida para recuperar la unidad de acción que hizo posible su solemne aprobación del 30 de septiembre del 2005. Es una nueva muestra del desconcierto que vive el catalanismo político. Probablemente se trata de la desorientación que conlleva todo cambio de ciclo político. De hecho, podemos encontrar algunos paralelismos con los primeros años de la presidencia de Jordi Pujol.

Hagamos memoria. El Estatut de Sau ya fue aprobado bajo la amenaza involucionista de la transición. El resultado del proceso negociador, como la misma transición, fue un empate. La posterior formación de un Govern de centroderecha liderado por Pujol chocó con la hegemonía social e intelectual de izquierdas que había impulsado el antifranquismo. Madrid iniciaba su particular carrera de autoestima con la movida, y el golpe del 23 de febrero de 1981 dictó sentencia a favor del descafeinado generalizado. Inmediatamente después irrumpieron la LOAPA y el asunto de Banca Catalana... A partir de aquel momento, la consolidación del autogobierno de Catalunya ha estado condicionada al papel que el catalanismo político ha jugado en Madrid, aprovechando las dificultades de articular mayorías absolutas en las Cortes.

La habilidad indiscutible de Pujol consistió en aprovechar todos los márgenes posibles de esta situación. La historia podrá decir que el pujolismo ha sido un movimiento político de una notable singularidad en el contexto europeo, con alguna similitud con la cultura política creada en torno a la figura del general De Gaulle, pero inevitablemente marcado por las limitaciones del marco político español después del tejerazo. Soberanismo socialdemócrata moderado reconducido a autonomismo, el pujolismo tuvo como norma no escrita eludir toda corresponsabilidad en el Gobierno de España en tanto no se hubiesen definido con las suficientes garantías las bases del autogobierno catalán. Es decir, en tanto no se pudiera cerrar de forma razonable una primera fase del ciclo reivindicativo catalán. Esta fue la explicación del peix al cove: la necesidad hecha virtud.

El aznarismo puso al descubierto con toda crudeza la caducidad del modelo. En Catalunya, se había acabado un ciclo y el nuevo Estatut quería ser el instrumento para abrir otro. Coincidiendo con nuevos retos y nuevas oportunidades: desde la nueva inmigración hasta la modernización de la educación y del sistema productivo, pasando por la internacionalización de la cultura catalana. La fórmula consistía en definir una relación nítidamente bilateral entre Catalunya y Espanya fundamentada sobre tres pilares: reconocimiento nacional, actualización de las competencias y cosoberanía fiscal para hacer posible la continuidad renovada de la construcción nacional de Catalunya en las nuevas condiciones sin depender de las coyunturas del sistema parlamentario español. La negociación unilateral entre el catalanismo conservador y el PSOE acabó de romper aquella perspectiva y nos instaló en el empate. Como hace un cuarto de siglo.

¿Tiene razón de ser el soberanismo en esta nueva situación? En su último libro, Duran Lleida parece inclinarse por una respuesta negativa. Mi opinión es bien contraria. Sin perspectiva soberanista no hay proyecto de construcción nacional en Catalunya. Aunque solo sea porque no podemos perder de vista el Estatut aprobado por el Parlament. Pero, ¿qué es hoy el soberanismo? En el punto álgido de dominio de los estados nacionales, la única forma de representarse la independencia era la separación. El Estado nacional era imposición de homogeneidad cerrada de las leyes, del mercado, de la cultura y del imaginario político. Por ello, las formulaciones originales del independentismo eran inevitablemente separatistas. Evidentemente, los estados nacionales no están amenazados de desaparición. Pero es un hecho sabido que, en el contexto de la globalización, ni la economía ni la política ni la cultura pueden vivir dentro de un coto impuesto por los estados. Lo que se está produciendo es la aparición de nuevos escenarios y de nuevas formas de distribución del poder. En esta nueva situación, la lógica de la independencia nacional ya no es la de la separación, es la de la agregación desde el ejercicio de la propia soberanía. Desde el derecho a decidir. Dicho de otro modo: independencia es poder decidir qué espacios de tu soberanía quieres compartir.

¿Qué soberanismo es posible hoy en Catalunya? Un soberanismo gradualista que actúe desde la centralidad política. La centralidad que representa la bolsa electoral más importante del país: más de un millón y cuarto de ciudadanos en edad de votar que se definen de izquierda o centroizquierda y solo catalanes o más catalanes que españoles. Un soberanismo gradualista con vocación mayoritaria, que podemos entender como una especie de pujolismo de izquierdas. Pero un pujolismo decidido a romper el tabú de la no implicación en la gobernación de España. Y hoy el campo de la política en España está abruptamente separado. El catalanismo político puede discutir el tipo de implicación, pero no la alternativa: o articular un bloque democrático desde la diversidad plurinacional o abrir la puerta del poder a la FAES y el PP.

Enric Marín, periodista.