¿Erdogan el diplomático?

Un barco cargado de grano zarpó recientemente de un puerto ucraniano. El envío del cargamento (primero que sale del país en meses) ha sido posible gracias al acuerdo entre Rusia y Ucrania, alcanzado con intermediación de Turquía y Naciones Unidas. Para África y Medio Oriente, el acuerdo ofrece un atisbo de esperanza de alivio frente a la grave escasez de alimentos. Para el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, es una victoria diplomática (y no es la primera).

Enfrentado a grandes desafíos internos (entre ellos la creciente oposición política, enormes contingentes de refugiados, una moneda que se derrumba y una economía en descomposición) Erdoğan parece haberse fijado como objetivo acumular logros en política exterior antes de la elección del año entrante; con, por el momento, éxito considerable.

Tras una década de relaciones tensas con las monarquías del Golfo, Erdoğan viene tomando iniciativas para reparar el vínculo. Y aunque la supervivencia del acuerdo sobre la salida de cerreales por el Mar Negro no está garantizada (un día después de su firma en Estambul, Rusia atacó con misiles la ciudad portuaria de Odesa), el líder turco ya ha consolidado la posición de su país como mediador regional.

Cierto es, la influencia política de Erdoğan tiene límites. Por ejemplo, en la reciente reunión trilateral con el presidente ruso Vladimir Putin y con el presidente iraní Ebrahim Raisi, no pudo conseguir apoyo para nuevas incursiones turcas en el noroeste de Siria. Pero el mero hecho de que se reúna con Putin en un momento de máxima tensión entre la OTAN y Rusia resalta el carácter único de su posición internacional respecto de asuntos candentes de primer orden.

El éxito diplomático de Erdoğan es reflejo de su capacidad de encontrar un espacio para la colaboración en el contexto de relaciones aparentemente conflictivas. Es notable el hecho de que Rusia y Turquía (dos países con profundos lazos económicos e industriales) hayan mantenido un diálogo razonablemente efectivo incluso mientras apoyaban a contendientes opuestos en los conflictos en Siria, Libia y, en forma indirecta, Nagorno Karabaj. Mientras Ucrania y Rusia negociaban su acuerdo de cereales, las fuerzas ucranianas estaban respondiendo a los ataques rusos con drones turcos.

Por supuesto, que los rusos hayan ido a negociar a Estambul no es mérito exclusivo de Erdoğan: un motivo importante del Kremlin fue el interés en mantener el apoyo del Sur Global (mensaje remachado durante la reciente visita del ministro ruso de asuntos exteriores Sergei Lavrov a África). Sin embargo, la mediación turca fue esencial para facilitar el acuerdo.

La afición de Erdoğan al equilibrismo geoestratégico no siempre ha caído bien entre los aliados, socios y vecinos de Turquía. Occidente lo acusa de ser un déspota (muy a la manera de Putin y del presidente chino Xi Jinping) y se irrita por la ambigüedad estratégica de Turquía hacia sus socios en la OTAN (que muchos consideran mala fe).

En 2020, la compra turca del sistema de defensa aérea ruso S‑400 estuvo a punto de descarrilar la relación con Estados Unidos, y las tensiones en el Mediterráneo oriental han sido causa de perturbación en la Unión Europea. El alto representante de la UE para la política común exterior y de seguridad Josep Borrell ha dicho que esas tensiones (y la relación con Turquía en general) son uno de los mayores desafíos que enfrenta Europa.

Más recientemente, aunque calificó de «inaceptable» la invasión rusa de Ucrania, Erdoğan se negó a suscribir las sanciones occidentales, lo que alentó a un gran número de oligarcas rusos a buscar refugio en las costas del Bósforo y atizó el temor a que Turquía ayude a eludir las sanciones. Además, tenemos el postureo de Erdoğan amenazando con bloquear el ingreso de Finlandia y Suecia a la OTAN, y algunos en Occidente se preguntan si a Turquía realmente le corresponde un lugar en la Alianza.

Las opciones de Occidente para fortalecer la relación con Turquía son limitadas. La solicitud turca de ingresar a la UE hoy no parece viable, pero no existe un marco alternativo para la relación que pueda sustituir el proceso de membresía.

Occidente persevera en la apuesta por Turquía. El presidente de los Estados Unidos Joe Biden ha prometido venderle aviones de combate F‑16, y la Comisión Europea reconoce que Turquía tiene un papel crucial para el mantenimiento de la seguridad en su vecindario; en particular, mediante una colaboración no exenta de dificultades en la gestión de refugiados. Tal vez eso explique por qué Erdoğan no ha tenido que pagar un alto precio por los desaires a sus socios occidentales.

Puede que Erdoğan no tiene las mejores cartas, pero las juega con destreza. De hecho, pocos líderes han logrado usar en provecho propio las tensiones geopolíticas tan bien como él. En particular, la cooperación selectiva con Putin ha generado importantes beneficios para el líder turco, que no oculta su ambición por reescribir las reglas de juego a su favor.

Pero la destreza de Erdoğan es sólo una parte de la historia. La novedosa relevancia estratégica de Turquía también es indicativa de las tendencias geopolíticas actuales y de las nuevas estrategias diplomáticas que aquéllas exigen. Aunque el juego pragmático de Erdoğan saque de quicio a los aliados de Turquía, el pragmatismo y el pensamiento creativo serán esenciales para lograr un grado sustancial de cooperación en el entorno internacional actual.

Mientras Occidente intenta detener la erosión del orden basado en reglas, puede aprender mucho de Erdoğan. Si además aprovecha lo aprendido para revitalizar la relación con Turquía misma, puede encontrar en Erdoğan un recurso útil de cara alas emergencias que se dibujan en el horizonte.

Ana Palacio, a former minister of foreign affairs of Spain and former senior vice president and general counsel of the World Bank Group, is a visiting lecturer at Georgetown University.

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