Éric Zemmour y la venganza de Vichy

Éric Zemmour y la venganza de Vichy
Chesnot/Getty Images

El periodista, estrella de la televisión y posible candidato presidencial francés Éric Zemmour está teniendo mucho éxito con sus ideas reaccionarias extremas. Algunas de sus propuestas son que los musulmanes deben elegir entre su religión y Francia, que la deportación de inmigrantes musulmanes es viable y que se prohíban los nombres extranjeros. Odia a los «cosmopolitas», y cree que el liberalismo está destruyendo la familia francesa.

Zemmour ya recibió dos condenas por discriminación racial e incitación al odio. Su libro El suicidio francés, publicado en 2014, vendió más de medio millón de copias en Francia. Las encuestas sugieren que en la elección presidencial del año entrante, Zemmour puede conseguir hasta el 16% de los votos.

El pensamiento de Zemmour enraíza en una tradición que se remonta a la Revolución Francesa de 1789. Los conservadores católicos y los intelectuales de derecha, que odiaban a la república secular surgida de la revolución, siempre despotricaron de liberales, cosmopolitas, inmigrantes y otros enemigos de su idea de una sociedad basada en la pureza étnica, la obediencia a la Iglesia y los valores familiares. Y eran casi invariablemente antisemitas. En el famoso escándalo de la década de 1890, cuando se acusó falsamente de traición al capitán del ejército Alfred Dreyfus, que era judío, tomaron partido por los acusadores.

La invasión alemana de Francia en 1940 dio a reaccionarios de esta clase una chance de crear un gobierno títere en Vichy. Zemmour tuvo palabras amables para el régimen de Vichy, y también expresó ciertas dudas respecto de la inocencia de Dreyfus.

Ninguna de estas ideas causaría sorpresa si vinieran de un agitador de ultraderecha como Jean‑Marie Le Pen. Pero Zemmour es hijo de inmigrantes judíos sefardíes venidos de Argelia que vivieron entre bereberes musulmanes. De estos antecedentes no se habla mucho, por la renuencia francesa a establecer distinciones étnicas o religiosas entre ciudadanos. Pero tal vez ayuden a explicar el porqué de sus opiniones extremas.

Por supuesto, la pertenencia al judaísmo no impide a una persona sostener ideas conservadoras. Y muchos judíos aman a sus países con pasión. Pero en la diáspora judía, el nativismo es muy infrecuente, por obvias razones. (El caso de Israel es distinto.) La xenofobia y el énfasis en la pureza nacional nunca han sido favorables a los judíos. Tal vez esta sea la razón principal por la que, por poner un ejemplo, los judíos estadounidenses siguen votando a los demócratas, a diferencia de los miembros prósperos de otras minorías como irlandeses, italianos y, cada vez más, los hispanos.

Por largo tiempo, muchos judíos de la diáspora se esforzaron en asimilarse y volverse indistinguibles de la población mayoritaria. Igual que otras minorías, suele ser una cuestión de clase: la prosperidad relativa relaja los vínculos con las creencias y costumbres tradicionales. Pero hasta los más ardientes patriotas de entre los judíos franceses, británicos o estadounidenses tienden a apoyar sociedades abiertas y oponerse al fanatismo xenófobo.

En Francia, esta clase de patriotas en general tomará partido por los derechos humanos universales y otros valores republicanos franceses. Esto es aplicable, por ejemplo, al conocido filósofo Alain Finkielkraut, hijo de un polaco sobreviviente de Auschwitz. Finkielkraut teme los peligros del islam tanto como Zemmour, pero no es un nativista. En su opinión, la amenaza islamista es contra las ideas liberales, seculares, republicanas que Zemmour deplora.

¿Qué mueve entonces a Zemmour? ¿Cómo puede un judío convertirse en antidreyfusard, por así decirlo? Tal vez el recuerdo del genocidio nazi y de la complicidad del régimen de Vichy se ha ido borrando al punto tal que incluso un intelectual judío puede coquetear con el reaccionarismo nativista sin sentir vergüenza o temor alguno. O tal vez cree que atizar la hostilidad de los franceses hacia los musulmanes desviará posibles agresiones contra los judíos. Muchos judíos franceses, sobre todo los habitantes mayoritariamente sefardíes de vecindarios pobres, viven en auténtico temor al antisemitismo musulmán.

Zemmour es un asimilacionista extremo, que no para de hablar de su ferviente amor por Francia. En eso tampoco hay nada de raro. Pero la historia de su familia entre los bereberes es un factor interviniente. Las actitudes de Zemmour no son exclusivas de Francia o de los judíos sefardíes. En los Países Bajos, por ejemplo, algunos de los más fervientes opositores a la inmigración musulmana comparten el hecho de que sus familias proceden de las antiguas Indias Orientales Neerlandesas en lo que hoy es Indonesia.

Geert Wilders, líder del xenófobo Partido por la Libertad, es en parte eurasiático, lo mismo que algunas otras figuras prominentes de la ultraderecha neerlandesa obsesionadas con el islam. Las jerarquías raciales en las antiguas colonias eran complejas. Los eurasiáticos en Indonesia, en particular quienes contaban con una educación holandesa, no sólo querían que se los viera como europeos, sino que tenían miedo de que se los identificara como asiáticos (y más aún como musulmanes). El mismo interés en identificarse como franceses lo tenían muchos judíos argelinos; y vivir entre musulmanes los exponía fácilmente a padecer hostilidad.

Además del resentimiento antimusulmán en Europa, algunos eurasiáticos neerlandeses y judíos franceses sienten terror de que se los asocie con los musulmanes. El parecido más cercano sería con la actitud que tenían en Occidente antes de la guerra algunos judíos europeos asimilados respecto de los inmigrantes judíos pobres venidos de Europa del Este. Pero en ese caso se trataba más de esnobismo que de odio. Y los correligionarios askenazíes no despertaban temor.

La hostilidad de Zemmour hacia los musulmanes le ganó popularidad entre algunos judíos franceses conmocionados por actos recientes de violencia islamista, incluido el asesinato de un rabino y de tres niños en Toulouse, una anciana judía a la que acuchillaron en París y otros incidentes.

Pero Zemmour también extendió licencia de fanatismo a los gentiles. Le Pen mismo lo expresó sucintamente en una entrevista que dio hace poco a Le Monde. Según dijo, como Zemmour es judío, nadie puede acusarlo de ser nazi, y «eso le da mucha libertad». Por extensión, le da más libertad a gente que piensa como Le Pen.

Ian Buruma is the author of numerous books, including Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh and the Limits of ToleranceYear Zero: A History of 1945A Tokyo Romance: A Memoir, and, most recently, The Churchill Complex: The Curse of Being Special, From Winston and FDR to Trump and Brexit. Traducción: Esteban Flamini.

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