Ermua, diez años

La semana más trascendental de la reciente historia de España tuvo lugar hace diez años. La semana del dolor y de la muerte y a la vez de la libertad y de la dignidad transcurrió por las calles de Ermua y del País Vasco, y del conjunto de España, con una fuerza y un significado con el que ninguna otra semana transcurrirá.

El mes de julio de 1997 despertaba con la deseada noticia de la liberación del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. Por la Guardia Civil, además, lo que hacía aún más heroico el final de una tragedia que había llevado a la calle día sí y día también durante más de un año a millones de españoles que no se cansaban de exigir a ETA su libertad. Fue una de las primeras señales que advertían la fortaleza del Estado de Derecho y la creencia de que la derrota de ETA era posible gracias a la aplicación de sus instrumentos más esenciales que deben ser la ley, la justicia y la unidad de los demócratas.

Y en eso estábamos cuando ETA no pudo soportar tan gran revés y decidió entonces vengarse en la persona de un joven concejal del Ayuntamiento de Ermua: Miguel Ángel Blanco. Fue un brutal y sádico mazazo para toda persona de bien. ETA retrataba con tamaña crueldad su propia debilidad, su miseria moral y su arrinconamiento social. ETA, en su obsesión criminal, no titubeó a la hora de ejecutar su amenaza. Y la sociedad española en su conjunto -con la vasca a la cabeza- no dudó en volver a echarse a la calle y hacer de la movilización social una de las maneras más eficaces de luchar contra ETA y ganarla.

No se cedió al chantaje y el conjunto de los españoles convirtió el clamor contra ETA y el dolor por el asesinato del concejal popular en el llamado 'espíritu de Ermua'. A partir de esas semanas de julio todos tomamos conciencia de la enorme fuerza de una sociedad como la española cuando camina en la misma dirección con valentía y decisión. ETA estaba acorralada, quedaba poco para derrotarla. Habíamos ganado a ETA al liberar a Ortega Lara y vuelto a vencer con la fortaleza moral de quien no cede a las pretensiones de una banda terrorista pese a haber asesinado a Miguel Ángel Blanco. La calle era toda una voz. Y los políticos tenían la obligación de canalizar esa fuerza ciudadana, ese espíritu de Ermua, esas millones y millones de voces que no se quedaron roncas de tanto gritar 'Libertad. ETA No.'

El Gobierno presidido por José María Aznar entendió el mensaje y se dedicó a actuar con firmeza. Supo aplicar la Ley para combatir el terrorismo. Desenmascaró a ETA al instar a la Justicia al cierre de 'Egin' o 'Egunkaria'; acabó con la burla de Batasuna a la democracia con la aprobación de la Ley de Partidos, que supuso la ilegalización de los amigos de los terroristas; y propició la unidad de los demócratas frente a los terroristas con la firma del Pacto por las Libertades.

ETA estaba acosada, aislada, estaba hundida en su propia hiel. Decidió entonces arrimarse al nacionalismo, que le había abierto los brazos al ver en su derrota la pérdida de peso de una ideología trasnochada y al asumir, en un acto más grave y anterior a la negociación con la banda, que el fin de ETA era un retroceso para las pretensiones abertzales en su conjunto. El Pacto de Estella borró la línea que separaba a los demócratas, fueran o no nacionalistas, de los terroristas, y se sutituyó por una ya vieja que distinguía a los nacionalistas, fueran o no terroristas, de los demócratas. ETA y el PNV tasaron el precio político a pagar porque la banda terrorista dejara de matar. Pero, como siempre, ETA puso fin a su tregua-trampa, volvió a matar, y todos los demócratas, los nacionalistas quizá de forma más tibia, aunque en una huida hacia adelante, otra vez contra ella.

Así fue hasta que en 2004 Zapatero asumió la presidencia del Gobierno, estableció como prioridad buscar el fin de ETA mediante la negociación y creyó que lo mejor para que la negociación con ETA tuviera un final feliz era arruinar el espíritu de Ermua. Zapatero no ha parado de negociar con ETA, de reconocer a los terroristas que tienen parte de razón. Y esa ha sido la actitud que ha promovido la desactivación de la movilización ciudadana contra ETA. Acabar con ETA, dice ahora el Gobierno, es cuestión de Zapatero, no de la sociedad.

Y sintiéndose 'ungido' comienza a hacer concesiones a ETA. Les deja presentarse a las elecciones municipales del pasado 27 de mayo. Duda de las cartas de extorsión a los empresarios, les disculpa el terrorismo callejero o de los 'accidentes' como el de la T-4. Incluso llama hombre de paz a Otegi o se rinde ante el 'sainete hipocalórico' de De Juana, y pone a trabajar al fiscal Conde a favor de la negociación. Es decir, se hace amigo de los que jamás condenaron el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco.

Ha sido el propio presidente del Gobierno quien ha soplado la penúltima vela que mantenía vivo el espíritu de Ermua. Un espíritu que debemos recuperar si queremos ver hecho realidad el aislamiento social de los terroristas, el respaldo del conjunto de la sociedad a la acción de la Justicia contra ETA, la derrota policial de la banda y la unidad de acción de los demócratas para despojar de cualquier reducto de poder a quien sigue, por acción u omisión, apoyando el terrorismo.

El espíritu de Ermua supuso el mayor respaldo social y consenso político que un gobierno democrático haya tenido jamás para combatir a ETA, el mayor activo, que Zapatero no ha dudado en despreciar, pero que tendrá que retomar si busca, de verdad, la derrota de ETA.

Carmelo Barrio Baroja