Ernest Lluch, recuerdo para el futuro

En los últimos años de mi docencia preguntaba a mis alumnos —¡de 4º de carrera y de Economía de la salud!— si sabían quién había sido Lluch. Ninguno lo conocía. Esto no puede ser y lo tenemos que corregir. Lluch es un héroe de la democracia española y los jóvenes y las generaciones futuras tienen que aprender el significado de su figura y sus virtudes. Las sociedades necesitan personas a las que considerar como referentes políticos, morales y personales que con su ejemplo les guíen. Lluch sin duda reunió cualidades para cumplir esta función histórica.

De las muchas vidas que vivió la principal fue la de político democrático. Trabajó incansable en pro del entendimiento entre los españoles, para eliminar la violencia de la escena política y sustituirla por la discusión y los mecanismos democráticos. Abogó, tenaz e inteligentemente, por soluciones pacíficas e imaginativas de los problemas planteados por la unidad y la diversidad de la nación española y las nacionalidades y regiones que la integran. Se afanó sin tregua por mejorar nuestro Estado del Bienestar contribuyendo decisivamente a la creación de un sistema sanitario público, moderno y ejemplar, incluido el despliegue de la asistencia primaria.

Otra de sus virtudes, a emular hoy y en el futuro, fue su valor ciudadano. Como reformador sanitario afrontó una crisis económica gravísima y la resistencia de organizaciones corporativas y ciertos círculos económicos, anclados en el pasado de la Dictadura, que no se dejaban transformar sin librar batalla. Una realidad dura y compleja que supo gobernar el coraje, la tenacidad, la resistencia y también la mano izquierda del ministro Lluch. Su valor frente a ETA y los violentos en el mitin de 1999 en la Plaza de la Constitución de San Sebastián: (“mientras gritáis no mataréis”) está grabado para la historia.

Para el futuro debe quedar igualmente que, con un trabajo descomunal, perseverancia e imaginación, labró su profesión de científico social que le preparó para comprender, encauzar y proponer respuestas a grandes cuestiones políticas como la organización del Estado o la reforma del sistema sanitario, además de realizar importantes contribuciones a la Historia de las Doctrinas Económicas.

No debemos olvidar su mentalidad y su acción política flexibles, no dogmáticas, pragmáticas, negociadoras, en busca del acuerdo de amplias bases sociales. Era “muy político” en el mejor sentido de la palabra. Como ministro de Sanidad dirigió una reforma sanitaria cuyas diversas visiones y ritmos posibles dieron lugar a importantes fricciones con algunos de sus colaboradores y compañeros de partido. Pero pocos años después volvió a compartir con ellos el caudal de su amistad.

Esta vida política, convendrá también recordar por siempre, que se fundaba en una personalidad de verdadero “uomo universale”, con vastísimos intereses y saberes, desde luego la economía y la historia, pero también la pintura, la música, la literatura, el cine, el fútbol y el atletismo. Todo ello sin vanidad ni alarde, sino siendo sencillo, frugal y solidario.

¿Dejaremos que se pierda esta biografía ejemplar o llevaremos esta vida de héroe a las escuelas, junto a las de otros adalides de nuestra democracia y de nuestra sociedad para implantar sus valores en las almas de nuestros niños y jóvenes? Haríamos muy mal en dejarle caer en el olvido, porque Ernest LLuch puede muy bien vivir esta otra vida aún después de muerto.

Félix Lobo fue director general en el Ministerio de Sanidad, siendo Lluch ministro, y vicerrector de la UIMP, siendo Lluch rector.

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