Un Obama visiblemente frustrado se pronunció la semana pasada sobre el tiroteo que dejó a nueve personas muertas en un campus universitario de Oregón: “De alguna manera esto se ha convertido en rutina. Informarlo es rutinario. Mi respuesta aquí en este podio, y la conversación después de ocurrido el hecho, acaba por ser rutinaria. Nos hemos insensibilizado ante esto”.
Obama continuó: “También es rutinario que alguien, en algún lado, diga, ‘Obama politizó este tema’. Y bien, éste es un asunto que deberíamos politizar. Es relevante para nuestra vida en común, para los políticos”. Y como si les hubieran hecho una señal, los candidatos republicanos punteros se manifestaron en contra de más restricciones a las armas de fuego.
Jeb Bush se opuso al llamado para mayores restricciones a las armas de fuego, diciendo: “Estamos en un momento difícil en nuestro país y no creo que más acciones gubernamentales sean necesariamente la repuesta a esto. Creo que necesitamos reconectar con nosotros mismos y con todos los demás. Es muy triste ver esto”.
Bush prosiguió: “Pero me resisto a la idea — y enfrenté este reto como gobernador — porque, miren, pasan cosas, siempre hay una crisis. Y el impulso siempre es hacer algo y no necesariamente es lo correcto”.
¿Pasan cosas? ¿En serio? Eso que pasa es que los estadounidenses siguen siendo masacrados por otros estadounidenses con armas de fuego. Esa “cosa” es un flagelo.
Pero Obama tiene razón: Nos hemos insensibilizado ante este flagelo, e incluso cuando los políticos politizan la violencia, Washington no parece tener la voluntad política para hacer incluso los cambios más modestos a nuestras leyes federales sobre el acceso a las armas.
Esto tiene que cambiar. Tenemos que dar inicio a un proceso de reducción de nuestra cultura de las armas de fuego, y no lo digo como absolutista en contra de ellas, sino como una persona que creció entre armas de fuego, y que incluso tuvo una.
Donde crecí en el sur, los chicos tenían escopetas. No había nada extraño en ello. Cada chico en el taller de madera hacía una base para su escopeta.
Una escopeta no era un arma sino una herramienta. La gente cazaba. Criaba y mataba animales para alimentarse. Las escopetas se usaban para mantener a las serpientes fuera del césped y a las alimañas fuera del jardín (aunque seguramente había formas mucho más humanitarias de hacer lo mismo). Las escopetas eran los fuegos artificiales de los pobres en ocasiones especiales, como el Año Nuevo.
Y se usaban como protección contra los intrusos — aunque esos intrusos eran más una idea que una realidad en aquellas partes — que podrían poner en peligro la vida o la propiedad. La policía era escasa, y no existía el 911.
Ahora me parece que hablo de otro tiempo y lugar. No existía el miedo ni la paranoia que se apodera de tantos ahora cuando se trata de la posesión de armas de fuego. Y no había ningún fetiche por las armas de fuego de estilo militar ni las balas que atraviesan vehículos blindados.
Mi hermano mayor colecciona armas. Es asiduo asistente a las exposiciones de armas de fuego, como comprador y vendedor, pero hasta él menciona un sentimiento de intranquilidad sobre esas exhibiciones, ya que la gente se dedica a lo que sólo puede describirse como compras de pánico y almacenamiento compulsivo de municiones.
Estas personas tienen miedo. Tienen miedo de que esté por llegar una época en la que la venta de armas, en particular cierto tipo de armas, se restringirá o prohibirá, porque de eso los han convencido los medios conservadores y la industria de las armas. Tienen miedo del aumento de los números de razas y nacionalidades en las que no confían. Algunos incluso tienen miedo de que llegue un momento en el que tendrán que defenderse contra el propio gobierno.
Por desgracia este miedo está ganando, ya que muchos estadounidenses piensan que la delincuencia está en aumento, aun cuando está disminuyendo. Este miedo está ganando mientras las masacres, y los debates sobre violencia con armas de fuego que suscitan, no conduzcan a la reducción de la venta de armas de fuego, sino a su aumento. Este miedo está ganando, seguido de más violencia por milicias antigubernamentales y grupos de odio.
El miedo está ganando porque ahora hay casi el mismo número de armas que de gente, y la industria de armas de fuego produce más millones cada año.
Hemos llegado a nuestro punto de sobresaturación como cultura. Y con tantas armas de fuego en circulación, es inevitable que muchas lleguen a manos de personas con malas intenciones.
¿Cuánto tiempo más estamos dispuestos a dejar que el miedo esté por encima de la razón? Tenemos que decidir si el lado positivo de tener una cultura de las armas de fuego es más fuerte que el negativo.
¿Queremos una sociedad en la que cerca de 33.000 personas en Estados Unidos pierden la vida cada año a causa de la violencia con armas de fuego y más del doble resultan lesionadas por armas de fuego? ¿Queremos una sociedad en la que los tiroteos en masa sean rutinarios?
Si eso queremos, bueno, pues ya lo tenemos. Pero si no es así, y yo creo que la mayoría de nosotros no lo queremos, entonces vamos a comenzar a pensar en maneras no sólo de mantener las armas de fuego lejos de las manos equivocadas, sino además en formas de disminuir o revertir su proliferación.
Si algo me ha enseñado la colección de mi hermano es que las armas de fuego viven más que sus dueños. Probablemente, estos cientos de millones de armas serán parte de nuestra sociedad durante décadas, y algunas incluso durante siglos, sin importar qué leyes se promulguen ahora. Esto es algo a lo que sí deberíamos temer.
Charles M. Blow, an American liberal journalist, commentator, and current visual op-ed columnist for The New York Times.