Es hora de invertir en la gente

Es hora de aceptarlo: hay una revolución tecnológica ocurriendo a nuestro alrededor que está cambiando radicalmente nuestro mundo. Es evidente en casi todos los ámbitos de nuestras vidas. Los móviles inteligentes ya modificaron nuestra manera de hacer política; la economía digital, la forma en la que hacemos las compras; la inteligencia artificial, el modo de entender nuestros gustos y encontrar, sin buscarla, nuestra próxima canción favorita. Pero de todas las revoluciones del siglo XXI la más importante apenas empieza: es la que afecta a algo tan esencial como nuestro trabajo. Ya tenemos coches que se conducen solos, tiendas sin dependientes y restaurantes donde cocinan robots (sí, en Tokio). Sabemos que millones de empleos que hoy existen desaparecerán en el futuro cercano.

Consciente de esta realidad, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) creó la Comisión Mundial para el Futuro del Trabajo. He tenido el privilegio de integrar este grupo de expertos internacionales que ha buscado entender los riesgos y las oportunidades que estos cambios representan. En un informe publicado el 22 de enero entregamos nuestras conclusiones.

Prepararnos para el futuro del trabajo no es tratar de frenar una revolución tecnológica inexorable, sino más bien aprovecharlo para crear nuevos empleos y hacer más dignos y productivos a los existentes. Siempre digo que las nuevas tecnologías empoderan a quienes tienen acceso a ellas. Por eso debemos universalizar su acceso y las capacidades para su uso. Si lo hacemos bien, podemos mejorar la situación de millones de personas en todo el mundo. Por ejemplo, si las ponemos en manos de las mujeres, que son el mayor mercado emergente más grande del planeta. O en las de los jóvenes, que globalmente representan un tercio de los desempleados. O en las de los 2.000 millones de trabajadores informales que, con tecnologías como la banca móvil, podrían tener acceso al crédito.

Nuestro reporte es cauto, pero no pesimista. Sabemos que la innovación puede acelerar nuestro desarrollo, salvarnos ante el cambio climático, revitalizar la economía verde, el campo, los trabajos con irremplazable “toque humano” como los cuidados o las industrias creativas. Nuestro principal temor no es un futuro de desempleo masivo, sino que en la inacción seamos incapaces de crear trabajos decentes y reducir nuestra desigualdad, la cual seguiría aumentando y llegaría a niveles incompatibles con sociedades cohesionadas y democráticas.

En el reporte de la OIT ofrecemos una serie de recomendaciones cuya esencia puede resumirse en la siguiente frase: debemos invertir en las personas, en nuevas ideas y en nuevos mercados.

En primer lugar, debemos ser conscientes de que los empleados del futuro vivirán en un proceso de continua reinvención laboral. No hay más que ver a nuestros millennials, que ya no saben qué es un “trabajo de por vida”. Tampoco existirán las “profesiones de por vida”. Por eso, aconsejamos establecer un derecho universal a la formación continua que nos permita reeducarnos y adaptarnos a mercados cambiantes.

En segundo lugar, creemos que hay que fortalecer los derechos al salario decente, a una pensión digna, a la protección por desempleo y a la conciliación trabajo-familia, que en un contexto de cambio constante deben ser independientes del tipo de trabajo que realicemos.

Necesitamos repensar las instituciones del mercado laboral, dotarlas de la flexibilidad para que puedan adaptarse a las nuevas realidades del mercado, pero a la vez deben ser más representativas. Deben ser capaces de incorporar a trabajadores autónomos e informales, y a los llamados nómadas digitales. Solo así podremos contrarrestar las asimetrías de poder que puedan generar las nuevas tecnologías, poniendo en jaque nuestros contratos sociales.

En tercer lugar, debemos tener en claro que la prioridad del futuro del trabajo no es proteger determinados empleos, sino al trabajador mismo. Para ello tenemos que invertir en la gente, como centro de un ecosistema empresarial y educativo que tenga una cultura de innovación y una visión de largo plazo.

Si no creemos en el potencial de nuestros trabajadores y no alineamos nuestros valores con las nuevas generaciones, estaremos condenados a un futuro de crecimiento económico mediocre.

Construir el futuro del trabajo es una tarea colectiva. Los trabajadores deben abrazar las nuevas tecnologías y el aprendizaje constante; los empresarios, invertir en mercados del futuro, no del pasado; los gobiernos, elaborar estrategias nacionales centradas en los Objetivos de Desarrollo Sostenible que protejan los derechos de sus ciudadanos. Y, finalmente, los organismos internacionales deben acompañar estos esfuerzos a escala global y regional.

Hay que afrontar este nuevo debate con responsabilidad y entereza. La urgencia de prepararnos es de todos y es ahora. El futuro no depende de la tecnología. Depende de nosotros.

Rebeca Grynspan es secretaria general de la SEGIB (Secretaría General Iberoamericana).

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