¿En qué lugar de Europa es más factible ver la bandera de la Unión Europea flameando con orgullo en casas y edificios privados? La respuesta es obvia, aunque extraña: en el Reino Unido, y lo hacen ciudadanos amedrentados por la idea del Brexit. ¿Es realmente necesario perder algo que amamos –y necesitamos- antes de realmente empezar a valorarlo?
Creemos que, como una señal de nuestra identidad europea común, los ciudadanos de la UE, desde el 21 de marzo, deberíamos desplegar el estandarte de la Unión. Frente al desafío planteado por nacionalistas y populistas de cara a las elecciones del Parlamento Europeo en mayo, defender los valores fundamentales de Europa nunca ha sido más importante. Hacer flamear la bandera de la UE en nuestros hogares y oficinas puede enviar una señal innegable de que la Unión no será vaciada por sus enemigos, de adentro o de afuera.
En una era de creciente incertidumbre, frustración y ofuscación ante nuestro destino común, son demasiados los europeos que parecen olvidar la larga historia de dislocación y guerra que antecedió a la creación de la UE, y el período sin precedentes de paz y prosperidad que hemos alcanzado desde los años 1950. Durante 70 años, las instituciones compartidas de Europa han apuntalado el mercado común, el euro y la vigorosa expansión de los derechos individuales bajo la protección del Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
Es más, el modelo de estado benefactor europeo es un faro de civilización y un ejemplo para todo el mundo. La incorporación de la Carta de Derechos Fundamentales en el Tratado de Lisboa coronó la construcción de una zona integrada de 500 millones de personas basada en la democracia, el régimen de derecho y la afirmación máxima de la dignidad humana. Cuando viajamos con nuestro pasaporte común de la UE, somos reconocidos y respetados en todo el mundo como ciudadanos de un actor clave en el orden mundial.
Estos logros están bajo la amenaza no sólo de los detractores internos de la Unión, sino también del desprecio manifestado hacia la UE –por cierto, hacia todas las instituciones multilaterales- por la administración del presidente norteamericano, Donald Trump. Las instituciones que durante tanto tiempo han apuntalado la paz, la seguridad y el crecimiento del comercio mundial son, para Trump, enemigos que hay que derrotar, lo cual es particularmente peligroso dada la confrontación entre Estados Unidos y China. Hoy, la contienda sino-norteamericana está alterando el comercio mundial; mañana, puede ser la paz mundial.
Existen pocas dudas de que nosotros en Europa no podremos preservar lo que hemos alcanzado en las últimas siete décadas si cada estado miembro de la UE actúa por cuenta propia. Después de todo, hasta el miembro más grande de la UE, Alemania, es un pececillo comparado con Estados Unidos y China. Ninguno de nosotros, por sí solo, puede manejar los enormes desafíos planteados por la tecnología, el proteccionismo, el cambio climático o el terrorismo internacional.
Pero en lugar de reconocer que la fortaleza de Europa es su unidad, las fuerzas nacionalistas y xenófobas han ganado respaldo en todo el continente prometiendo cerrar nuestras fronteras, desmantelar el libre movimiento y reafirmar nuestro control nacional sobre todas las políticas públicas. El incremento dramático de los flujos migratorios, como consecuencia, principalmente, de la guerra civil siria y de la cuasi anarquía que prevalece en Libia, ha creado un terreno fértil para que los xenófobos difundan su mensaje de odio. Apelan a la inseguridad que sienten los trabajadores poco calificados y los desempleados y culpan a los inmigrantes de todos los males de Europa. Sin embargo, dada la demografía de Europa, hacen falta mayores ingresos de migrantes calificados para preservar el dinamismo de nuestras economías y la sustentabilidad de nuestros sistemas de salud y pensiones.
Sí, las instituciones y políticas de Europa necesitan cambios profundos para reconectar con los ciudadanos desencantados. Debemos volver a mostrar una capacidad para fomentar el crecimiento y la inversión, enfrentar los desafíos de las tecnologías cambiantes y del cambio climático y revitalizar nuestro modelo social tambaleante. Debemos demostrar que nuestras instituciones comunes pueden y quieren escuchar las demandas de una población atemorizada y que podemos actuar en conjunto para proteger nuestras fronteras y brindarles una mayor seguridad a nuestros vecinos inestables del este y del sur.
Pero también existe una necesidad urgente de movilizar a la opinión pública europea en torno a un símbolo de nuestra unidad y nuestros proyectos futuros: y ese símbolo es la bandera europea. Por esta razón, en enero uno de nosotros lanzó la idea de que, a partir del 21 de marzo, despleguemos la bandera en casas, fábricas y oficinas. El 21 de marzo es el primer día de la primavera para el proyecto europeo. El 21 de marzo también es el aniversario de la muerte de Benito, el patrono de Europa. En una de las horas más oscuras de la caída del Imperio Romano, Benito pronunció un llamado conmovedor a la tolerancia y a la piedad para reconstruir una sensación de comunidad frente al nihilismo y la barbarie.
A partir del 21 de marzo, mostrémosle nuestra bandera al mundo, como el símbolo de nuestra unidad y nuestros sueños, y como una señal de un nuevo comienzo en nuestros esfuerzos por preservar y profundizar la unidad europea. ¿O reconoceremos lo que tenemos recién cuando sea demasiado tarde?
Romano Prodi is a former President of the European Commission and twice Italian Prime Minister.
Stefano Micossi is director general of Assonime, a business association and private think tank in Rome, the Chairman of the LUISS School of European Political Economy and a former director general in the European Commission.